jueves, 30 de octubre de 2014

“Kainda, la mujer guepardo”

Escrita para Origen Art, con ilustración de Fran Galán y figura de Pedro Fernández Ramos.

Hija de cazadores. Mi nombre era una declaración de intenciones que él no supo ver. Lideró un asesinato múltiple sin necesidad, por puro placer. Creía de verdad que adoptarme bajo su manto jerárquico borraría mis más terribles recuerdos. Mi hermana, mis padres, ¡mi pobre hermano pequeño!...solo era un cachorrito indefenso…Todos ensangrentados entre sus fauces, destrozados bajo sus zarpas. Cómo olvidar aquello por más años que pasaran…
Pero cometió un error, enamorarse de mis ojos. No fue capaz de matarme. Me llevó con él y los suyos, esos a los que llegué a querer como hermanos y que como tal me llegaron a respetar.

Durante años aprendí lo que era el sigilo, seguir un rastro, saber dónde y cómo atacar a mis presas. En definitiva, me ayudaron a perfeccionar mis técnicas de caza sin vislumbrar la amenaza que día tras día se cernía sobre sus cabezas.
El rencor por la muerte de mi familia jamás me había abandonado, pero para cuando él quiso comprenderlo ya era demasiado tarde. Lo último que vio fue el fulgor de la venganza asomando en mis ojos, y su sangre salpicándome la cara cuando mi lanza de sílex le seccionó grotescamente el cuello.
Mi padre adoptivo, aquel rey león al que realmente llegué a querer, dejó de existir. Hoy, su recuerdo pende atado a mi pierna como un trofeo, mientras su prole sigue mis huellas intentándome dar caza.
Ya han caído tres y puedo oler el terror que ha empezado a calar en ellos. El cuarto aún no ha advertido mi presencia y no tiene ni idea de lo cerca que está su final. No me es placentero dar muerte a los que fueron hermanos de manada, pero si en algún momento aflora en mí un vestigio de compasión, froto con mis dedos la argolla de esclava que anillaron a mi garganta y que durante años me diferenció de ellos. Entonces recuerdo quién soy. Kainda, hija de cazadores.

Con la endiablada velocidad que la naturaleza le había regalado, la mujer guepardo surgió de entre el follaje con su salvaje melena dibujando el giro vertiginoso que sus patas marcaron sobre las rocas, mientras el sílex de su lanza ya rasgaba el aire mortalmente en pos de su sorprendido enemigo.

Pepe Gallego

Licencia Creative Commons
“Kainda, la mujer guepardo” por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://www.origenart.es/index.php/tienda/miniaturas/kainda-la-mujer-guepardo-detail.

lunes, 13 de octubre de 2014

"Dacso, el vampiro"

Escrita para Origen Art, con ilustración de Fran Galán y figura de Pedro Fernández Ramos.


- Esta tensa espera se antoja más eterna que la propia existencia que me domina. Sí, he cometido actos terribles, cosas de las que no me siento orgulloso. Y a pesar de justificarlos ante un espejo que no me refleja, sé que no merezco perdón alguno, terrenal o divino. Saqueé demasiados corazones amparándome en mi naturaleza condenada a la perpetua penumbra. -

- Y la culpa…esa amiga inseparable que fustiga mis sienes y abrasa mis entrañas cada minuto de mi existir. ¿Por qué lo hice?, ¡no fue culpa mía pertenecer al reino de las sombras!... sin embargo, ¿por qué no renuncié a ello?... ¿por qué dejé que su poder obnubilara mi razón?... ¿por qué permití que ese veneno espectral me arrebatara el honor?...
El poder, esa era la segura respuesta a mis preguntas. El poder corrompe a los hombres, sin duda. -
- Ya de poco sirve preguntarme por qué, no es algo que pueda enmendar, y soy demasiado cobarde para finalizar por mí mismo este suplicio. Quizás, en lo más profundo de mi estrangulada alma, ansíe el final. Pero no dejaré que sea a manos de quien no merece mejor destino que yo. Semejante alimaña no obtendrá tal satisfacción. Al menos, no sin luchar, no mientras yo pueda blandir mi acero. -

Las hojas de recio roble de la puerta del castillo se abrieron dejando entrar el viento helado de la noche, que penetró en la estancia apagando algunas velas a su paso. A la tenue luz de la Luna que bañaba el umbral, una silueta recortada avanzaba lenta pero inexorable hacia el interior del gran salón.
Con dedos como garfios, Dacso aferró la empuñadura de su espada y se levantó del trono. Depositó su fría mirada en el oponente, volcando todo el odio que podía albergar. Frunció el ceño y, sin pensarlo dos veces, atravesó vertiginosamente la distancia que les separaba, alzó su poderosa segadora y rasgó el aire lanzando el primer mandoble…

domingo, 5 de octubre de 2014

"El señor de la guerra"

Escrita para Origen Art, con ilustración de Fran Galán y figura de Pedro Fernández Ramos.


Incontables muescas decoraban la peculiar espada, además de darle ese aspecto rudo a su cuerpo forjado en mil escaramuzas. Una aspereza cutánea plagada de cicatrices indicando que su veteranía no era solo por el paso del tiempo, sino también debido a la mansalva de luchas en las que se había visto envuelto. Aunque en realidad, la mayoría de esas refriegas las provocó él mismo por su naturaleza bélica.

No era un hombre bueno, pero sí un tipo valiente en cuyo diccionario no existía la palabra miedo. No en vano era llamado por todos “El señor de la guerra”, y en realidad se había ganado a pulso tal apelativo, pues nadie mejor que él sabía utilizar las artes de la lucha y la confrontación para salir victorioso.
Pero era la calma, junto con sus palabras tranquilas y acompasadas previas a cualquier conflicto, lo que más atemorizaba a sus rivales.
No era este el caso, pues aquella bestia que le cerraba el paso no lo conocía, ni tampoco lo veía como una amenaza a la que temer, ya que poseía una poderosa complexión e imponente envergadura.

Con un gesto chulesco que trataba de hacer pasar como condescendiente, el avezado guerrero extendió su mano izquierda a un lado y dijo:
- No quisiera hacerte daño, amigo. Tan solo quiero atravesar este territorio. -
- ¡Ughh! - respondió el mastodonte, si es que a eso se le podía considerar una respuesta.
- Mira - comenzó a decir con resignación - comprendo que te fastidie, pero si no te apartas tendré que matarte, y créeme que lo haré. Lo único que me causa un dilema, es saber dónde me voy a colgar tu mano muerta, porque como verás tengo el cinturón repleto y además la tuya debe pesar un quintal. -
- ¡Ughh!, ¡Aghh!, ¡Ughh! -
El guerrero resopló bajando la cabeza y, tras unos segundos, alzó la vista contestando:
- Está bien, tú lo has querido. -

Entonces, el sonido de sus dedos apretando el cuero de la empuñadura de su espada, precedió a un cambio de expresión en sus ojos que helaría la sangre del rival más despiadado del reino.
Todo quedaba dispuesto, la suerte estaba echada y la contienda iba a comenzar de un momento a otro.

Pepe Gallego

Licencia Creative Commons
"El señor de la guerra" por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://www.origenart.es/index.php/tienda/miniaturas/articulo-prueba-30-detail.