lunes, 23 de enero de 2012

"Una fría mañana"



Una fría mañana desperté y lo vi todo claro, tenía que marcharme. Sí, debía partir buscando una vida que sueño pero no encuentro. Un sendero de ilusión que se torna gris y áspero cuando bajo la vista para encontrarme ante las mareas de amargura y desesperación que desencaja mi semblante, que atemoriza mi espíritu. Un pozo de insondables dudas y desaliento de lo adquirido, de lo súbito, de la arena en los bolsillos, del pesar en el corazón, de la frontera de la nada y el temor que atenaza los sentidos.
¡No puedo conformarme con eso!, no quiero contentarme con ello y que la noche tiña de oscuridad el estandarte que siempre me ha coronado, mi alegría.
¿Esperanza?, sí, puede que aún quede algo de ella, pero constantemente es solapada por el cansancio, el desasosiego, la caída libre que provoca esa puta esquiva llamada suerte.

No me vencerá, ¡no valgo para la rendición!, aunque sé que a veces me tienta y castiga fustigando mis sienes con la precariedad dominante que asola mis veinticuatro horas.
También se cuela en mi madrugada para hacerlas lentas, tediosas, lacerándome el cerebro con preguntas sin respuestas sobre mi maltrecha existencia.

No podrás ganar jamás a mi voluntad firme y vehemente, aunque tenga que reinventarme en terrenos lejanos e inhóspitos, aunque deba atravesar el infierno si es preciso, porque no dejaré que tú continuo correctivo sobre mi alma venza mi corazón indomable. Soy incansable al desaliento, así que ese destino guárdatelo para los que se rinden, los que se conforman, los que se doblegan a tu enrevesado guion. Yo no soy así y te voy a demostrar que pierdes el tiempo conmigo si piensas que me cruzaré de brazos mientras ejecutas tu sentencia.

La última llamada para el embarque de los pasajeros del vuelo con destino a Berlín, surgió por los altavoces irrumpiendo bruscamente en los pensamientos de alegato ante la vida de Manuel, que alzó la vista al reloj de la terminal, se agachó lentamente, aferró sus dedos como garfios al asa de su maleta y, con un último vistazo melancólico hacia su ciudad a través de los ventanales del aeropuerto, se dirigió con paso lento pero firme hacia el detector de metales. Una mueca a modo de débil sonrisa se dibujó en sus labios y un incandescente fulgor se adueñó de su mirada…

Pepe Gallego

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Una fría mañana por Pepe Gallego se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

jueves, 5 de enero de 2012

Duérmete, niño

Nervios, siento nervios y no tengo sueño. Mi papi me ha dicho que me acueste y espere a los tres grandes Reyes Magos de Oriente. ¡Pero no me puedo dormir porque quiero verles!. Solo pensar que estarán en mi salón...Melchor tiene cara de bonachón, así que me caerá bien. A Gaspar se le vé más serio, pero es un gran rey y me dejará regalitos porque seguro que sabrá que he sido bueno. Y Baltasar...siempre sonriente. Es mi preferido...¡Ay!, no puedo dormirme. La luz del salón sigue encendida y papá y mamá pasean hablando bajito. ¿De qué hablarán? Debe ser que no quieren hacer ruido para escuchar si llegan los Reyes en sus camellos mientras les dejan la leche con galletas.

¿Qué me traerán?. Sigo sin poder dormirme, tengo que verles como sea. Pero papá me ha dicho que si les veo no me dejarán ningún regalo por no haber estado dormido. Unas botas de fútbol y un balón, ¿sabrán ellos que eso es lo que quiero?, yo se lo dejé muy claro en mi carta...Por favor, que no me traigan ropa, que mamá es muy pesada siempre con lo mismo, diciéndome que lo ponga en la carta...Pues no, ¡eah!
Yo quiero el chandal de mi equipo, y las botas, y el balón firmado por todos los jugadores, y la camiseta de portero...





Y así se durmió...y al despertar, con las manos frotándose los ojos, temblando de arriba a abajo de frío y de nervios pensando en qué le habrían traído los Reyes Magos, despertó a su hermanita y corrió al cuarto de sus padres a despertarlos, mientras echaba una ojeada de reojo al salón todavía en penumbras donde se atisbaban muchos bultos envueltos en papel dorado. ¡Mamá, Papá, que han venido los Reyes!, gritaba por el pasillo mientras su hermanita ya había saltado ágilmente sobre la cama de matrimonio chillando con los rizos aún pegados a la frente.
Qué bonito ver sus ojos centelleantes al ver el regalo que le había pedido a los Reyes Magos en su carta. O esa cara de sorpresa al ver el plato de galletas vacío y los vasos de leche apurados. O al revisar los zapatos que había dejado por la noche en el balcón y encontrarlos llenos de chucherías. Y la carita íluminada mientras se enfunda el chandals de su equipo, y aún con los mofletes llenos de nata del roscón, se marcha corriendo ilusionado a buscar a su vecinito que vestía otro chandals pero del equipo rival y corren juntos haciendo resonar los tacos de sus nuevas botas a toda velocidad, saliendo por el portal y corriendo hacia el callejón a estrenar el balón, olvidándose del frío, de los caramelos aplastados en el suelo por el paso de la cabalgata la noche anterior, y relatando entusiasmado a la gente de su barrio el montón de cositas que le han traído los Reyes Magos.
Todos los esfuerzos son pocos para verles esa carita de ilusión. Todos esos esfuerzos son recompensados en unos minutos inolvidables tanto para ellos como para los padres. Que bonito...

Y yo , que también fuí niño una vez, no pido nada para mí. Quizás salud, sí, mucha salud, ¿pues qué mejor regalo puedes tener que revivir la ilusión de los niños esos días?...Ellos son los verdaderos protagonistas, aunque es inevitable que los mayores nos apuntemos a su fiesta contagiados por el entusiasmo que ellos desprenden.
Recordad, de vosotros depende que ellos nunca olviden esa maravillosa mañana. Bueno, de vosotros y de los Reyes Magos, claro...

Pepe Gallego

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