viernes, 17 de agosto de 2012

"A tu lado"

Hola de nuevo a tod@s.
Mucha gente afirma de aquellos que escribimos, o bien de los que componen, o dibujan y que en definitiva se expresan creativamente de algún modo, hay una pizca de locura. Y puede que tengan razón, de hecho estoy convencido de ello, pero quizás esa pizca de locura sea necesaria para exprimir lo mejor de cada uno y plasmarlo poniéndolo al servicio de los demás. Ya decía una cita célebre de Jacinto Benavente, que "Si la gente nos oyera los pensamientos, pocos escaparíamos de estar encerrados por locos".

Bueno, en lo que me toca, no sé si con mis relatos logro llegar a todos vosotros con la intensidad y la calidad que pretendo, pero lo que sí os digo es que siempre intento dar lo mejor de mí mismo para ponerlo a vuestro servicio.
Sin más dilación, os dejo con este nuevo relato esperando que os guste y agradeciéndoos que sigáis ahí, eso ya es suficiente para este humilde y cuerdo loco. Un saludo.



“A tu lado”

Marina abrazó a Pedro con fuerza, desparramando en su pecho todo el amoroso sentimiento que la embargaba. Con él se sentía a salvo del mundo que le rodeaba, era una sensación de bienestar indescriptible. Pedro, que acariciaba su sedoso pelo dorado, le levantó la barbilla y besó sus carnosos labios antes de volver a abrazarla. En el entorno de ambos, la nada. No veían, no escuchaban nada más allá de su maravilloso momento.
- No dejes de abrazarme nunca Pedro - dijo Marina levantando la cabeza con la mirada sincera y llena de ternura con que lo hacen los verdaderos enamorados.
Pedro sonrió apartando una brizna de cabello de Marina hacia atrás. Después, su sonrisa se fue desdibujando lentamente y le susurró:
- Me encantaría poder hacerlo eternamente, pero debo marcharme, no puedo quedarme contigo, princesa. -
Marina abrió mucho sus ojos verde esmeralda y contestó:
- ¿Por qué dices eso?, ¿qué significa eso de que te tienes que marchar?...estamos juntos, ¿acaso hay algo más importante? -
Pedro sonrió levemente antes de decir:
- No, no hay nada más importante para mí…pero no puedo quedarme más tiempo. -
Marina, desconcertada, preguntó:
- Pero, ¿adónde vas?... ¿por qué dices que no te puedes quedar más tiempo?... ¿es que has dejado de amarme? -
- Eso jamás ocurrirá, sabes que lo eres todo para mí… pero lamentablemente, yo ya no puedo decidir. -
- Pero, ¡¡por qué!! - le cuestionó con desesperación Marina - ¡deja el trabajo o lo que sea que te impide quedarte conmigo! -
Pedro, bajó la mirada y dijo sombrío:
- Ojalá pudiese…ojalá todo fuese por un trabajo…pero - e hizo una pausa antes de decir - no se puede dejar a la muerte. -
Las palabras estallaron en la mente de Marina dejándola paralizada.
- ¿La…la muerte? - dijo Marina con un hilo de angustiada voz - ¿de qué hablas cariño? -
- Hace tiempo que yo ya no estoy contigo, Marina. Tú me dejaste, ¿recuerdas? -
Marina, cuya mente permanecía bloqueada, trataba de asimilar lo que Pedro le decía.
- Pero…eso es imposible Pedro, yo jamás haría algo así, ¡yo te quiero! -
- Yo también Marina, pero me dejaste…y ahora ya es demasiado tarde para rectificar. -
- ¡No! - dijo Marina agarrando de los brazos a Pedro - no es tarde, estamos aquí juntos… además, ¿qué es eso de la muerte?... ¿por qué has dicho eso?... ¡no hagas ninguna locura! -
Pedro tomó aire antes de decir con tristeza:
- Sí, es tarde Marina…porque acabo de morir. -
- Pero… ¿qué estás diciendo?... estás aquí, ¡delante de mí!,… por el amor de Dios, ¡pero si aún te estoy tocando y siento tu calor, tu olor!… ¿a qué viene esa tontería? -
- Tan solo estás viendo mi espíritu antes de desvanecerse y perder su forma, Marina…mi cuerpo yace en el asfalto de la carretera nacional, tapado por una sábana. -
- ¿Qué? - dijo incrédula Marina con un hilo de voz.
- Solo se conceden unos minutos antes de marchar al lugar de donde nunca se vuelve…y yo decidí pasarlos contigo… por eso estoy aquí, porque a pesar de que me dejaste, no quería marcharme sin verte una vez más, sin besarte una vez más, sin acariciarte una vez más. -
Marina, en estado de shock, era incapaz de pronunciar palabra. Sus manos, agarradas como garfios a los brazos de Pedro, notaron como estos se empezaban a desvanecer.
- Ha llegado la hora - dijo Pedro al observar el fenómeno y añadió - debo marcharme.
- No - susurró Marina negando con la cabeza y, por cuyas mejillas, ya corrían dos pesadas lágrimas. Intentaba asir los brazos de Pedro pero estos ya comenzaban a transparentarse y perder su corporeidad. Pedro comenzó a andar lentamente hacia atrás, hacia la penumbra.
- Haz tu vida cariño…pero no me olvides nunca… - iba diciendo Pedro mientras se alejaba y su figura se iba difuminando cada vez más. Marina, que quería ir tras él, no podía. Sentía su cuerpo paralizado. Poco antes de fundirse definitivamente con las tinieblas, Pedro le dedicó una sonrisa y guiñándole un ojo dijo:
- Me voy dichoso porque al menos he podido verte por última vez. Y no olvides que siempre estaré a tu lado…Hasta siempre, princesa - y dicho esto se desvaneció por completo. Un alarido desgarrador barrió el lugar. Un grito que había brotado desde lo más profundo del corazón de Marina, que como una marioneta a la que cortan las cuerdas, había caído al suelo gimoteando.


- ¡¡¡NOOOOOOOOOOO!!! -
Marina despertó sudando llorosa en su cama. Tardó un par de segundos en comprender que había sido una pesadilla, una macabra pesadilla. Su primer instinto fue extender su mano a la derecha para notar el cuerpo de Pedro, pero él no estaba. Claro, hacía meses que habían roto su relación. Mejor dicho, ella había roto con él. Por primera vez desde que lo hiciera, se sintió contrariada.
- ¿Por qué hice algo así? - se preguntaba en voz baja a sí misma.
Tratando de recuperar la compostura tras la amarga pesadilla, fue al baño a asearse. Al mirarse en el espejo, se observó negándose a sí misma reprochándose aquella decisión.
Con una gomilla se sujetó su desordenado pelo rubio, se rodeó con su bata rosada y fue a la cocina. Casi mecánicamente, pues su mente no reparaba en lo que hacía sino en Pedro y todo lo acontecido en su intenso sueño, cogió una cápsula y la introdujo en la máquina de café, colocó debajo su taza de corazoncitos que le regaló Pedro al poco tiempo de irse a vivir juntos, y dejó que la densa esencia del café se desparramara en el recipiente impregnando con su aroma la pequeña cocina.

Marina no hacía más que darle vueltas a la cabeza reprochándose los pros y tratando de auto convencerse de los contras que Pedro aportaba a su vida. En los contras, él era demasiado testarudo en su forma de pensar y eso la exasperaba. También era un caprichoso hasta rozar el egoísmo, cuando se le antojaba algo todo lo quería para ya, como un niño pequeño. Eso sin contar lo despistado que era, se quedaba embobado con cualquier cosa y eso la sacaba de quicio especialmente cuando ella le estaba hablando, porque no la escuchaba y cuando ella lo reprendía, encima se reía el muy idiota. Y también sus enfados, que eran muy pocos pero cuando los cogía temblaba el suelo. Gritón, sí, esa era la definición, era un gritón. Y roncaba cuando dormía boca arriba…además como un búfalo, aunque ella había logrado mitigarlo en parte pues se había acostumbrado a utilizar tapones para los oídos.
Sin embargo, en los pros, su dulzura, ese amor con que siempre la besaba, la acariciaba o la miraba. Él se embelesaba solo observándola, le encantaba. No le importaba lo desaliñada que estuviese, ni siquiera recién levantada, a él le parecía igual de bonita siempre, o al menos eso decía él. Y también es verdad que ella se despertaba muchas veces con el pie izquierdo y él sabía cómo sobrellevar su mal humor. La verdad es que al final siempre conseguía que ella acabara sonriendo con sus tonterías. Y detallista, eso era indiscutible. Él se desvivía porque ella se sintiese a gusto. Era curioso como contrastaba lo despistado que era para unas cosas y la buena memoria que tenía para los detalles a la hora de sorprenderla, especialmente en los regalos.
Definitivamente, a pesar de sus malas cosas, echaba de menos a Pedro, y aquella pesadilla la había hecho recapacitar sobre ello pues nunca se había sentido tan mal en su vida, señal de que él le importaba más de lo que ella misma creía.


Marina seguía removiendo con la cucharilla el café sin haber dado un solo sorbo, pues su mente seguía cabalgando por su relación con Pedro.
- Debería llamarle - dijo traduciendo en voz sus pensamientos - pero… ¿y si ya no me quiere?... ¿y si durante este tiempo ha desarrollado aversión hacia mí por dejarle?... ¿de qué forma puedo hablarle y cómo le explico que lo echo de menos, que creo que me equivoqué?...o peor aún, ¿y si ya sale con alguien?, me moriría de la vergüenza si me contestase eso. -
Tres golpes secos en la puerta de la casa la sacaron de su ensimismamiento. Soltó la taza en la encimera y recorrió el pasillo hacia la puerta de entrada. Esa forma de llamar era inconfundible de su hermana, Yolanda. Antes de abrir, Marina trató de esbozar una sonrisa y hacer desaparecer ese rostro preocupado con el que se había despertado.
Abrió y la faz de preocupación volvió rápidamente al rostro de Marina al ver los azules ojos de Yoli enrojecidos.
- ¿Qué ocurre, Yoli? -
Yoli la miró y con la barbilla temblando solo logró balbucear:
- Pe…Pedro…-
Marina dio un paso atrás al ver el espanto en los ojos de su hermana. El horror recorría su mente a la velocidad de la luz. Miró de nuevo a Yoli suplicando que no se estuviese refiriendo a lo que ya se temía, y esta volvió a balbucear:
- Con su moto…- y estalló en sollozos. El shock de Marina era de tal magnitud que ni siquiera se dio cuenta de que se estaba orinando encima. Cuando su pecho, paralizado por la congoja hasta ese momento, comenzó a agitarse, un amargo grito hizo retumbar la casa precediendo a un mar de lágrimas desconsoladas mientras apretaba sus puños con rabia.


En ese instante, Marina abrió los ojos. Una pesadilla dentro de otra, aunque no le dio tiempo a pensar más pues se bajó de la cama torpemente en dirección al baño donde permitió que la angustia que había crecido en su estómago durante la noche, saliese en forma de incontrolado vómito.
Inmediatamente, se apoyó en el lavabo para enjuagarse el sabor agrio de su boca y se miró en el espejo. Sus grandes ojos verdes estaban salpicados de pequeñas y enrojecidas venas que habían asomado a ellos por el esfuerzo de las arcadas.
Sin duda había sido el peor despertar de su vida. Era verdaderamente increíble lo real que había sido aquella pesadilla doble, por llamarla de algún modo.

Tras calmarse, marchó a la cocina a prepararse el café, repitiendo la escena que acababa de vivir en el sueño, si bien era la misma acción que realizaba cada día. Aun temblando levemente, sopló el ardiente café para no quemarse y dio un primer sorbo. Un segundo después, la taza se precipitó al suelo estallándose y derramando su contenido, cuando oyó la inconfundible llamada de Yoli en la puerta. El miedo atenazó los músculos de Marina, que era incapaz de moverse. De nuevo, el golpeteo clásico, casi musical, de Yoli a la puerta.
Marina trató de serenarse y avanzó lentamente por el pasillo. Poco antes de llegar, el golpeteo se repitió a la vez que se escuchaba a través de la puerta un gimoteo. Marina temblaba de pies a cabeza con la mano apoyada en el pestillo de la puerta. Tras unos segundos, deslizó el pestillo poco a poco y giró el pomo de la puerta abriendo muy despacio. El gimoteo era más audible, no había duda, Yoli venía llorando y Marina estaba segura por qué.

- ¡Ay!, estate quieto, Roco. -
Marina confundida, abrió la puerta y entendió de dónde venía el gimoteo. Yoli alzó al cachorro de Bulldog Francés que tenía en sus brazos y este se deshizo en lametones hacia Marina, que comenzó a reír de manera nerviosa, casi atontada.
- Mira lo que traigo hermana, ¿a que es bonito? - decía entusiasmada Yoli. Marina lo apartó y se dirigió al salón dándole la espalda a Yoli.
- ¿Adónde vas?, ¿qué haces? -
Marina, sin volverse, alcanzó el teléfono móvil que lo había dejado cargando durante la noche y respondió:
- A deshacer lo que nunca debería haber hecho. -

*     *     *     *     *     *

Pedro roncaba como de costumbre y también babeaba la almohada. No era precisamente ortodoxo a la hora de conciliar el sueño. No llevaba ni media hora acostado cuando de repente sonó el teléfono. Dio un respingo y sin apenas haber abierto los ojos, dijo enfadado:
- Joder, la gente sigue sin enterarse de que me han cambiado el turno y estoy de noche. ¡Que pesados, coño! -
En el aturdimiento que se encontraba, con un ojo cerrado y el otro entreabierto por el que solo veía la borrosidad del cuarto en penumbras, palpaba la mesita de noche buscando el móvil. Cuando lo alcanzó, comenzó a reparar en la canción que sonaba, “Black Diamond” de KISS, e inmediatamente dio un brinco y se sentó en la cama sobresaltado al tomar conciencia de a quién tenía asignada esa música…a Marina.
Carraspeó y miró el teléfono donde aparecía la foto de ella, una que le sacó él almorzando en un asador. Serenándose, descolgó el teléfono y trató de sonar firme al decir “diga”, pero su ronquera no engañaba en absoluto, por lo que oyó al otro lado del auricular la voz de Marina decir:
- Hola, soy yo… ¿te he pillado durmiendo? -
- Sí, acabo de llegar de trabajar. -
- Vaya, lo siento - se disculpó sinceramente Marina. -
- No importa. ¿Qué quieres? - preguntó con sequedad Pedro.
- A ti. –
Tras unos segundos de reflexión, Pedro dominó su cólera para no reprocharle que había sido ella quien lo había dejado, y dijo:
- ¿Por qué?... ¿por qué ahora, tras tantos meses? -
- Porque no me quiero despertar un solo día más sin estar a tu lado. -
La contestación estalló en el pecho de Pedro cuyo corazón comenzó a agitarse a toda velocidad mientras una pequeña sonrisa asomó a sus temblorosos labios. Tras un prolongado silencio en los que solo se oía la respiración de ambos, y donde Pedro se mesaba sus rebeldes cabellos castaños, la mueca de seriedad volvió a su faz y acabó diciendo:
- No es tan fácil, hay mucho que hablar. -
- Lo sé - admitió rápidamente Marina.
- Tengo mucho que reprocharte - añadió Pedro.
- Lo sé, es lo justo - admitió Marina ante la sorpresa de Pedro, que arqueó las cejas atónito al oír las palabras de Marina, habitualmente guerrera llevase o no razón. Pedro respiró hondo y dijo:
- Está bien, me daré una ducha y nos vemos en la cafetería de la esquina de tu calle en una hora, pero no prometo nada. -
- Vale, pero hazme un favor - dijo con voz suplicante Marina. -
- ¿Cuál? - preguntó Pedro extrañado.
- Que vengas en metro. Por favor, no cojas la moto - Pedro no comprendía bien la petición de Marina, pero no tenía ganas de volver a preguntar. Tan solo dijo:
- No me falles. -
- Jamás volveré a hacerlo - contestó Marina.