lunes, 12 de enero de 2015

"Creando mi muerte"

(Novela corta fantástica creada para la marca Origen Art, con ilustraciones de Fran Galán)

Capítulo 1 - “Narok en mi mente”

La bruma, que hasta esos instantes se había mantenido estancada en la dársena del río, con un movimiento tan sinuoso como inquietante, comenzó a serpentear entre los árboles de cuyas copas se desprendían cada vez más hojas arrastradas por ese viento frío y desapacible que sustituía a la que, hasta momentos antes, era una agradable brisa nocturna.
Algo parecía estar cambiando en aquella noche de febrero. La amalgama de ruidos que acompañaban habitualmente las tinieblas de esos parajes, se hallaban en un silencio total, como si se hubiese desvanecido en la nada. Los graznidos de las aves rapaces que cazaban amparados en la oscuridad, el crujir de las débiles pisadas de los roedores sobre la hierba, el distante aullido de algún que otro lobo allá en las colinas… Todo estaba anormalmente silenciado, como si temieran ser descubiertos por algo o alguien, quizás un depredador mayor.

Como siempre acostumbran a enseñarnos los animales, su desarrollado sexto sentido suele estar basado en certezas y no en temores infundados, y este caso no iba a ser menos.
La tenue luz que insuflaba la luna sobre el lugar, chocaba contra las ruinas de un antiguo castillo derruido, recortando su silueta entre la vegetación que lo circundaba.
Su estructura, de la cual solo quedaban en pie vestigios de lo que fue en su día un torreón y parte de una escalinata, que ascendía tras el mismo hacia unas estancias en precario estado, a duras penas se mantenían erguidas ante el azote del tiempo y la verdina que apresaba su deteriorado granito.
De pronto, el fugaz resplandor acompañado de un extraño sonido que provenía de aquellas habitaciones superiores o lo que quedaba de ellas, hizo que el viento cesara fulminántemente. Las patas y alas de los inquilinos del bosque batieron alejándose del lugar inmediatamente como si huyeran de una catástrofe natural. Unas pisadas lentas, pero con una resonancia que indicaba que algo pesado bajaba la escalera, comenzaron a escucharse de manera rítmica.
Segundos después, por el último tramo del derruido torreón, algo largo y puntiagudo pisó uno de los escalones. Unas interminables piernas que de manera inverosímil no acababan en pies, pezuñas o cualquier otra base anatómica lógica, simplemente bajaban desde sus desproporcionadas rodillas afinándose poco a poco en forma cónica, hasta ser una especie de aguja algo arqueada y huesuda.
Sus uñas, tan largas y afiladas como estiletes, se apoyaron en la esquina curvada del torreón momentos antes de mostrar a su enorme dueña. Aquello que descendía era lo que sus pisadas indicaban, algo pesado. Pero no por los contornos de su figura, sino por su tamaño. Narok, la hija de aquel rey demonio al que llamaban “el desesperado”, aunque realmente era lo que significaba el nombre del ancestral Abyssus, medía no menos de cuatro metros. Su envergadura sobrecogía, pero quizás fuese eso lo menos inquietante en ella. Su aspecto era mil veces peor.
Su cabeza era un compendio entre pelo y cuero cabelludo cosido, como recompuesto de manera tosca por ella misma. Sus puntiagudas orejas se abrían hueco entre pelo y piel. Sus fríos ojos con el iris de un celeste casi blanquecino presidiendo sus negros globos oculares, eran lo último de su rostro que había decidido mostrar, pues la mayoría de sus facciones quedaban ocultas tras un raído pañuelo que pendía ante su cara gracias a dos largos clavos que la atravesaban de una mejilla a la otra.
Sin embargo, el resto de su cuerpo era mucho más espantoso si cabe. No había zona del mismo que no estuviese marcada. Era curioso ver cómo su portentoso tren inferior contrastaba con el famélico torso plagado de llagas y cicatrices por doquier. Uno de sus codos estaba literalmente agujereado y estaba unido únicamente por el hueso y algunos jirones de piel, tendones y músculo. Pero había una de esas marcas que destacaba claramente sobre las demás. La zona de los pechos quedaba reducida solo a uno, pues donde debería aparecer el otro, solamente quedaba una enorme cicatriz precediendo a las marcadas costillas, desde las cuales en la parte opuesta donde sí permanecía el otro busto, surgían anilladas un par de argollas atravesando la carne. Otro trozo de trapo viejo y gastado tapaba el pubis, aunque quedaban al descubierto sus cicatrizadas caderas y glúteos.
Narok, que así se llamaba la princesa demonio, terminó de descender la escalinata y frenó su avance pisando y perforando con una de sus puntiagudas piernas un cráneo humano, que yacía encajado entre el empedrado suelo de la entrada al ruinoso templo, herencia de las batallas que antaño se dirimieron allí.

Observó con calma a su alrededor tratando de orientarse, o bien de detectar la presencia de lo que buscaba. El vaho emergía bajo el pañuelo que semiocultaba su rostro, mientras su astuta y fría mirada oteaba las penumbras lentamente. En un momento dado, su vista quedó fija en un punto del bosque, como si pudiese atravesarlo y ver más allá de la espesura. Tras una breve pausa, comenzó a avanzar en esa dirección, haciendo crujir el pavimento con cada pisada y adentrándose en la zona boscosa, donde las ramas de los árboles se retorcían sin remisión a su paso. Ya había localizado lo que buscaba e iba a su encuentro con determinación, sin el más mínimo atisbo de duda. Narok estaba en camino y ya nada la podía parar.


* * * * * *


“3 días antes...”

El Monte Arcano, como su propio nombre indicaba, era un sitio recóndito y secreto del que nadie sabía a ciencia cierta si realmente existía. Tan solo unos pocos humanos, a menudo tachados de locos, daban fe de la veracidad de ese emplazamiento legendario a través de crónicas vampíricas que habían quedado como cuentos fantásticos en la cultura popular, pues ni tan siquiera los propios vampiros eran reales a ojos humanos, así que mucho menos iba a gozar de ese privilegio un sitio como aquel, del que las historias contaban que estaba coronado por un arco de piedra y hiedra que, al ser atravesado, tenía la capacidad de conceder algún tipo de poder.
El problema es que la humanidad en general hacía gala de una ignorancia tan enorme, que no se sabría decir en qué momento terminaba lo de ser bendita y en cual empezaba a ser preocupante.
Pero la leyenda no estaba equivocada, el Monte Arcano era real, solo que hallar el emplazamiento concreto en el que estaba ubicado constituía una quimera, no ya para los humanos, sino para los propios vampiros. Ni tan siquiera se conocían unas coordenadas aproximadas. Todo el mundo lo buscaba en los mapas terrestres, incluso colocándolo rodeado de algún océano en el interior de islas recónditas. Estaban confundidos, se localizaba en las capas interiores, en las entrañas de la propia Tierra, donde el aire era tan denso y cargado que el oxígeno era de una escasez alarmante. Llegar hasta allí significaba acercarse irremisiblemente a la muerte.

La entrada exterior que iniciaba el camino al subsuelo se hallaba donde pocos podrían sospechar. Estaba situada en la estepa oriental del desierto de Gobi, en una zona de baja elevación de riscos que lo convertían en un paraje inhóspito, sobre todo con la disparidad de temperaturas que oscilaban entre los cuarenta grados diurnos y los más de treinta grados bajo cero nocturnos, y aquella noche en que una tormenta de hielo y nieve arreciaba, se convertía en un infierno helado difícil de asimilar. El viento silbaba entre las rocas azotando un conglomerado de arbustos de artemisa amarga, o lo que vulgarmente se conoce como la planta del ajenjo, que eran la verdadera clave de todo, pues tras de sí guardaban su preciado tesoro, una pequeña planicie rocosa coronada en el centro por un monolito, en cuya piedra había incrustados grabados con simbología arcana, quizás por ello el nombre del Monte.
Al ver esa especie de altar, una leve sonrisa se dibujó en aquel ser de inmutable porte, mientras la nieve resbalaba por la ceñida armadura metálica que protegía su torso hasta la cintura. Los elementos no hacían mella en él ni en sus dos metros de estatura y musculosa anatomía. Su negra barba puntiaguda, blanquecina debido a la nieve en aquellos instantes, adornaba el filo de los colmillos que asomaban por sus labios. Y los ojos, de color violeta, eran de una mirada tan cruel como intensa.

Tras una pausa para escrutar los alrededores del altar desde los lindes de la explanada, avanzó en dirección al mismo. Al llegar ante él, notó algo extraño. La nieve y el hielo rodeaban el contorno, sin embargo la que chocaba con el monolito no cuajaba, sino que se transformaba en agua inmediatamente chorreando por la piedra hasta el suelo. Eso únicamente podía significar una cosa, que por extraño que pudiera parecer, aquel altar contenía temperaturas cálidas y así lo corroboró al acercar la mano, ya que este desprendía calor. Pero apenas llegó a tocarlo cuando una especie de onda expansiva surgió del mismo, golpeando al vampiro en el pecho y lanzándolo por los aires hasta el límite de los arbustos. Con un gruñido, el ser se levantó y la frialdad de su mirada se convirtió en cólera. Embistió contra el altar con todas sus fuerzas y la extraordinaria velocidad que su condición vampírica le concedían, pero apenas lo había tocado volvía a salir despedido por esa extraña fuerza que surgía de la piedra.

Durante un par de minutos, en que la tormenta amainó hasta detener sus precipitaciones dando paso a la luz de la luna que se filtraba tímidamente entre las nubes, pero que ayudándose del nacarado manto nevado aportaba algo de claridad al hasta ese momento negro entorno, el vampiro siguió intentando atacar el monolito de formas variadas, unas veces saltando sobre él, otras lanzándose a ras de suelo, pero el resultado siempre era idéntico, volar por los aires hasta los lindes de la explanada con los arbustos.
Desesperado, decidió intentar un último recurso y, alzando la mano por encima de la cabeza en dirección a su espalda, agarró algo que sonó de manera metálica al ser desenvainado.
En la oscuridad, parcialmente rota por la débil luz lunar, destelló el brillo azulado inconfundible del acero de Damasco. Un enorme y precioso shamshir persa era empuñado por el ser. Sin dudar un instante, se abalanzó hacia el altar blandiendo aquella cimitarra, pero al golpear volvió a ser repelido cayendo de nuevo hacia las artemisas, mientras su espada yacía a unos metros con una melladura en la hoja, señal de que ni su dureza legendaria le había servido para inmutar a la firme piedra arcana.
Enfadado y decepcionado, se alzó del suelo de roca desnuda y masculló entre dientes:
- ¡Mierda!, tantas leyendas e historias sobre un lugar que alberga un poder ancestral, pero ninguna cuenta la forma de acceder al mismo. -
- Si al menos - comenzó a decir en tono reflexivo - hubiese encontrado a algún vampiro anterior a mí, quizás él habría sabido la forma de entrar, aunque seguramente - sonrió irónico - habría intentado matarlo.

- Déjale entrar - ese susurro me acaba de helar la sangre. Me giro en mi silla de escritorio, pero no hay nadie, tan solo las sombras titilantes de mi despacho amparadas por la oscuridad que escapan a la luz del flexo apuntado hacia mi máquina de escribir.
- ¿Quién anda ahí? -
Tras unos segundos ojeando los rincones de la estancia, me giro no sin desconfianza, para encarar de nuevo el texto en el que estaba concentrado segundos antes.
- Debe haber sido una alucinación, son demasiadas noches de vigilia - me digo tratando de autoconvencerme de que esa voz susurrante tan solo es producto de mi imaginación.
- No me busques, no me encontrarás - vuelve a golpearme en la sien el susurro surgido de la nada.
- ¡¿Quién eres tú?! - pregunto levantándome de la silla de un brinco.
- Soy…tu mayor creación. -
La respuesta estalla en mi mente como un tsunami rabioso que arrasa con todo a su paso.
- Narok - es lo único que logro balbucear.
- Siéntate, tienes mucho que escribir aún. -
- No puede ser - tartamudeo mareado - ¡no eres real! -
- Tú me has creado, y lo has hecho con un poder inusitado. Ahora afronta las consecuencias. -


La cabeza me da vueltas, debo salir de aquí. Me encamino hacia las escaleras, pero me embisten las piernas por detrás obligándome a caer sobre algo blando. La silla de escritorio, conmigo encima, se gira y vuelve a toda velocidad frenándose en seco ante la máquina de escribir. El corazón me late a mil por hora y aún más cuando mis brazos, controlados por otra fuerza que no es mi propia voluntad, se extienden colocando los dedos en posición.
- Y ahora, escribe - ordena la susurrante voz de Narok.
Completamente asustado, deslizo los dedos y comienzo a golpear las teclas.

- Abyssus… me gustaría cruzarme a ese imbécil y destrozarlo con mis propias ma… - pero no pudo acabar la frase, ya que en ese momento el altar crujió y, con el característico sonido de deslizamiento entre rocas, se movió hacia atrás dejando al descubierto un hueco bajo su base.
Sorprendido, el vampiro avanzó con cautela y al estar lo suficientemente cerca, relajó ostensiblemente su compungido rostro al ver la estrecha escalinata que descendía.
- Así que su propio nombre era la clave. Tan sencillo como astuto - dijo y comenzó a descender los peldaños que le conducían al interior de la Tierra.

Nada más bajar, el olor a azufre era evidente. En plena oscuridad, pudo vislumbrar un resplandor al final del angosto pasillo por el que se estaba adentrando. Con prudencia, asomó por la esquina y pudo ver trozos de azufre adheridos al suelo que ardían con su característica llama azul, como si de un fuego griego se tratara. Más allá había otro que colgaba del bajo techo, y otro más adelante. Daba la impresión de que habían sido colocados estratégicamente para alumbrar el camino. Durante diez minutos estuvo atravesando galerías que en su mayoría seguían bajando y donde el aire era cada vez más viciado, prácticamente irrespirable para cualquier ser vivo, pero claro, él no era un ser vivo corriente sino un vampiro, por lo que aquello afectaba a su fino olfato, pero no anulaba sus capacidades.
Al torcer por un recodo, se encontró con una zona abierta, una especie de plazoleta de techo alto con estalactitas de azufre ardiendo, iluminando la bóveda natural de la cueva y deleitando la vista por su belleza. Viró la mirada hacia la izquierda y vio una prominente elevación del terreno de unos quince metros de alto. Ascendió por ella, y cuando iba llegando a arriba, sus ojos se agrandaron ante lo que empezaba a ver. No era una leyenda, sino real.
La hiedra se retorcía entre los bloques de piedra que trazaban aquel vetusto arco, atravesándolo para formar una mezcla de naturaleza y arquitectura unida en perfecta armonía. Pero había algo vivo en aquel arco que no era la hiedra, una fuerza que tenía tal poder de atracción que imbuía a todo el que lo mirase en una especie de trance inexplicable, como si la voluntad quedase anulada por el misterio que en su interior aguardaba. El ser observaba el portal boquiabierto, no podía creer que lo hubiese encontrado. Tras recrearse en sus detalles y contornos, avanzó con paso lento pero firme hacia él, y cuando se encontraba a menos de un metro se detuvo. Pensó en el motivo que realmente lo había llevado hasta allí. Poder. Él quería ser más poderoso que ningún otro vampiro sobre la faz de La Tierra. Más que algunos de aquellos insolentes como Dacso, a los que él había regalado ese don tan valioso de la inmortalidad, y que ahora no le guardaban el más mínimo respeto en vez de rendirle pleitesía. Puede que el hallazgo del portal le concediese incluso un poder superior al de su propia creadora.

Salió de su ensimismamiento, respiró hondo y atravesó con decisión el portal, pero al traspasar su arco nada había cambiado. Se giró enfadado a punto de blasfemar, pero de repente un brillante rayo surgió desde la parte central del arco y le alcanzó en el pecho elevándolo un par de metros sobre el suelo, donde le mantuvo suspendido unos dolorosos segundos en los que gritaba con todas sus fuerzas, mientras permanecía totalmente inmóvil.
Poco a poco, la intensidad del rayo disminuyó hasta diluirse en el aire dejando caer a plomo el cuerpo del ser, que quedó inerte en el suelo.
Muy lentamente, uno de los brazos del vampiro se movió hacia delante y, apoyando la palma de la mano en el pavimento, comenzó a levantarse. Cuando hubo quedado en pie, un latente halo eléctrico recubría el contorno de su silueta, mientras se miraba las manos como quien no cree posible lo que ve ni lo que siente.
Unas carcajadas demoníacas comenzaron a oírse de menos a más hasta retumbar en las paredes de la enorme cueva, donde el sonido rebotaba con una sonoridad casi tan espeluznante como la propia risa, que ya se había tornado histérica. Se sentía poderoso, casi invencible, y lo único que se le pasaba en aquellos momentos por la cabeza era dar su merecido a aquellos vampiros que, a su juicio no le guardaban el respeto y obediencia que él merecía, empezando por el desagradecido de Dacso.
Mayura se dio la vuelta, echó un último vistazo al arco, se miró de nuevo aquellas manos de uñas curvadas como garras en las que notaba una fuerza que nunca antes había sentido, y emprendió el camino hacia la salida de aquella remota caverna, a la que accedió siendo un poderoso vampiro y de la que se marchó con una asombrosa evolución que haría palidecer incluso a su progenitora. Aunque por el momento ya había decidido la víctima perfecta para medir su nuevo poder…Dacso.



* * * * * *

Capítulo 2 - “Tierras de ceniza”


“Dacso”

Esta tensa espera se antoja más eterna que la propia existencia que me domina. Sí, he cometido actos terribles, cosas de las que no me siento orgulloso. Y a pesar de justificarlos ante un espejo que no me refleja, sé que no merezco perdón alguno, terrenal o divino. Saqueé demasiados corazones amparándome en mi naturaleza condenada a la perpetua penumbra.
Y la culpa…esa amiga inseparable que fustiga mis sienes y abrasa mis entrañas cada minuto de mi existir. ¿Por qué lo hice?, ¡no fue culpa mía pertenecer al reino de las sombras!... Sin embargo, ¿por qué no renuncié a ello?... ¿por qué dejé que su poder obnubilara mi razón?... ¿por qué permití que ese veneno espectral me arrebatara el honor?...
El poder, esa era la segura respuesta a mis preguntas. El poder corrompe a los hombres, sin duda.
Ya de poco sirve preguntarme por qué, no es algo que pueda enmendar, y soy demasiado cobarde para finalizar por mí mismo este suplicio. Quizás, en lo más profundo de mi estrangulada alma, ansíe el final. Pero no dejaré que sea a manos de quien no merece mejor destino que yo. Semejante alimaña no obtendrá tal satisfacción. Al menos, no sin luchar, no mientras yo pueda blandir mi acero.

Las hojas de recio roble de la puerta del castillo se abrieron dejando entrar el viento helado de la noche, que penetró en la estancia apagando algunas velas a su paso. A la tenue luz de la Luna que bañaba el umbral, una silueta recortada avanzaba lenta pero inexorable hacia el interior del gran salón.
Con dedos como garfios, Dacso aferró la empuñadura de su espada y se levantó del trono. Depositó su fría mirada en el oponente, volcando todo el odio que podía albergar. Frunció el ceño y, sin pensarlo dos veces, atravesó vertiginosamente la estancia que les separaba, alzó su poderosa segadora y rasgó el aire lanzando el primer mandoble…pero no logró acertar. Mayura esquivó a tiempo y con la misma velocidad con la que Dacso acababa de atacarle, lanzó un potente puñetazo con el reverso de la mano, impactando en las costillas de este y enviando a su igual inmortal contra una columna donde se estrelló desgajando varios trozos de piedra. Antes de que Dacso pudiese reaccionar, la pierna del otro vampiro cortó el aire propinándole una patada brutal al mentón haciéndole morder otra vez el polvo.
Intentando a duras penas levantarse del suelo, vio acercarse de nuevo a su contrincante sobrenatural. Este, con una media sonrisa sarcástica dibujada en el rostro, dijo:
- ¿Así me pagas el don de la inmortalidad?... ¿De este modo me agradeces la vida eterna? -
Dacso, escupiendo a un lado saliva sanguinolenta, contestó:
- ¿La vida eterna?...No Mayura, tú me condenaste a la muerte infinita. -
- Llámalo como quieras, pero te di algo que muy pocos privilegiados tienen y que muchos matarían por alcanzar. -
- ¡Yo no te lo pedí! - y con un movimiento raudo, Dacso hincó la rodilla en el pecho de Mayura, retorciendo el metal de aquella especie de armadura que se ceñía a su torso, enviándolo a varios metros de distancia hasta caer de espaldas contra el frío y áspero pavimento de piedra, por el que se deslizó hasta quedar boca arriba e inmóvil. El dueño y señor de aquel castillo se recompuso la ropa, agarró con fuerza su espada y dio un salto portentoso colocándola en vertical, dispuesto a rematar a su mentor. Antes de que pudiera hacerlo, el cuerpo de Mayura se convulsionó y como catapultado por el propio suelo empedrado, salió despedido hacia atrás cayendo de pie y mirando a Dacso sonriendo.
- ¿Tan fácil suponías que iba a ser, pobre iluso?... ¿Acaso olvidas a quién te enfrentas? -
- Precisamente por saber a quién me enfrento, no pararé hasta enviarte al lugar que te corresponde. -
- Jajajaja... ¿qué sabrás tú del lugar del que provengo, chico? -
- Ni lo sé, ni me importa - los ojos del vampiro centellearon y emprendió de nuevo el ataque hacia su contrincante que, al verle iniciar la carrera combó su cuerpo hacia atrás, colocando las manos en el suelo y sorprendiéndolo con un puntapié que le impactó brutalmente en plena barbilla, saliendo despedido y mermando su ímpetu hasta el punto de hacerle caer de la mano su inseparable segadora, que ahora yacía a un par de metros de donde había aterrizado.

La alargada sombra de Mayura, que se proyectaba contra el suelo y sobre las paredes del gran salón del castillo, tan solo iluminado por los tenues rayos de luz de luna y las pocas velas que permanecían encendidas, se movía de manera inexorable hacia Dacso.
- Mira por dónde hoy terminaré el trabajo que debí acabar en su día enviándote al infierno con los tuyos - dijo el despiadado vampiro. Dacso alzó la vista y preguntó:
- ¿De qué estás hablando? -
- De tu familia, naturalmente. -
- ¡No te atrevas a nombrar a mi familia, bastardo! -
- ¿Y qué más te da?... Total, están muertos y bien muertos. -
- ¡Cállate! - dijo Dacso recobrando el aliento e hincando una rodilla en el frío suelo para levantarse, mientras el odio inundaba poco a poco sus ojos.
- Además, fuiste tan estúpido de quemarlos… ¿No tenías ya suficiente dolor con su fallecimiento? -
- ¡Los quemé porque les devoró la peste negra! -
- ¡Vamos Dacso, no seas ingenuo!... Sí, algo les devoró, pero no fue la peste negra - entonces los ojos violáceos de Mayura destellaron en la oscuridad y dibujando una maléfica sonrisa sentenció - los devoré yo.
A Dacso se le descompuso el rostro, perdió el equilibrio y quedó sentado en el pavimento completamente cariacontecido.
- ¡Oooh, pobre muchacho! - continuó mortificándolo Mayura con falso tono compasivo - ¿De verdad pensabas que estando todo el día con ellos, cargando directamente con sus cuerpos, la divinidad te había salvado de contraer la peste negra?... ¡Claro que no!, porque ninguno murió de esa enfermedad.
- ¿Por qué no me mataste a mí también? - le preguntó Dacso desde el suelo.
- No sé… puede que tuviese un momento de compasión, o quizás porque vi tu fortaleza ante la caída en bloque de tus seres queridos y pensé que podría aprovecharla junto a tu constante tormento, y de ese modo convertirte en uno de mis más voraces lugartenientes. Sí, más bien fue lo segundo, la compasión no va conmigo - dijo a modo cómico en un gesto de negación con el dedo índice de la mano derecha alzado.
- Te mataré - dijo con una extraña calma Dacso.
- ¿Matarme?... Me gustaría ver cómo lo intentas, sería muy divertido. Aunque si te arrodillas y pides clemencia, quizás te perdone. -
Dacso giró el rostro para mirarle con la venganza anegando todos y cada uno de sus rasgos.
- Veo que no vas a pedir clemencia… Aunque tampoco importa mucho, porque de todos modos no te iba a perdonar - entonces el semblante sarcástico de Mayura se transformó y dispuso - yo he venido aquí a matarte. -
El shamsir persa destelló y con la misma rapidez que bajaba, el rojo intenso de una pequeña marea de sangre llenó súbitamente los blancos globos oculares de Dacso de manera sobrenatural, precediendo a su vertiginoso salto hacia delante.


* * * * * *


“Revelaciones”

- Me siento agotado, no puedo más - me digo a mí mismo en voz baja, mientras alcanzo el paquete de cigarrillos. Rasgo la piedra del mechero y veo la llama devorando las briznas de tabaco. Saboreo la primera calada que me transmite tranquilidad y sosiego. Hace rato que no oigo esa voz en mi cabeza. ¿Acaso sería producto de mi imaginación?... No lo creo, fue demasiado real. Observo el folio insertado en la máquina de escribir y me pregunto si verdaderamente podré terminar lo que empecé. Por un lado siento terror de los especímenes que he creado, especialmente de Narok, y me gustaría dejarlo todo y tirar el material, con folios de A4 y máquina de escribir incluidos, al bombo de la basura. Pero otra parte de mí está atrapada en la historia, en el carisma de sus personajes, en el destino que les deparará mi atormentado cerebro. Aquí, en mi hogar en el ático donde me hallo emplazado, comienzo a dudar de mi propia cordura mientras observo al agua de lluvia serpentear por la parte exterior del cristal del redondo ventanal al fondo de la estancia.
No sé, puede que necesite despejarme un poco, cambiar de aires o incluso de trabajo. Escribir es mi vida, pero no quiero que eso acabe con ella. Quizás sería mejor buscar una ocupación distinta en la cual me relacione constantemente con otras personas. Salir de este vacío en el que me hallo inmerso buscando una concentración que empieza a ser el estandarte alrededor del cual gira mi vida. Yo siempre he sido un hombre extrovertido que hacía amigos con facilidad, pero poco a poco he ido retrayéndome hasta encontrar una soledad que tan solo se rompe cuando mis dedos golpean las teclas de la máquina de escribir.
Doy una larga calada al cigarrillo pensando en ello y me convenzo de que lo mejor es cambiar de vida, apartar la escritura que tanto me gusta y volver a llamar a amigos y parientes, que ya me han dejado por imposible ante mis excusas y negativas a quedar con ellos.

- ¿Otra vez divagando? -
Esta vez la voz de Narok no me sobresalta, simplemente siento terror y noto como se me erizan los cabellos de la nuca.
- Vamos, sigue escribiendo. -
Tardo en contestar, pero finalmente me armo de valor.
- No quiero. -
- ¿No quieres? -
- ¡NO! - digo elevando la voz para intentar ser convincente hasta conmigo mismo.
De súbito, siento mi cuerpo elevarse y atravieso la estancia a toda velocidad hasta estrellarme con una de las estanterías de libros que decoran mi humilde ático. Muchos tomos caen irremisiblemente al suelo pero no así mi cuerpo. Aún aturdido por el golpe, vuelvo a salir lanzado en esta ocasión hacia la parte contraria de la sala. Me tapo la cara con ambos brazos antes de recibir el brutal impacto contra la pared, pero esto no llega a suceder. Abro los ojos lentamente y me veo suspendido en el aire a un par de centímetros escasos del muro.
- ¿Lo has comprendido ya? -
Resignado ante mi impotencia, decido hacer lo más inteligente, asentir con la cabeza. Entonces, vuelvo a salir despedido cayendo bruscamente sobre la silla de escritorio.
- Continúa. -
Tembloroso, me tomo unos segundos para calmar mi miedo. Coloco el cigarrillo, que aún está a la mitad de consumir, en las comisuras de mis labios, y tras tomar aire vuelvo a pulsar las teclas.

Dacso, en un ataque de furia que Mayura acababa de provocar al revelarle la verdadera muerte de su familia, saltó hacia delante con el rostro desencajado y los ojos completamente sanguinolentos, asestó un zarpazo con la mano derecha rasgando con sus uñas la carne del pómulo hasta llegar al hueso, lanzándolo violentamente contra un mueble repleto de armas que se hizo añicos desparramando su contenido. Espadas, lanzas, ballestas e incluso una maza lucero del alba, yacían junto al cuerpo del vampiro que intentaba reponerse de semejante golpe. La cólera que invadía a Dacso era irrefrenable y se lanzó de nuevo en post de su ahora archienemigo para rematarlo, pero este en un raudo movimiento agarró la parte punzante de una lanza que él mismo había quebrado a la mitad con su espalda al estrellarse contra el armero, y aprovecho la fuerza cinética del propio Dacso para clavársela por debajo de la clavícula, saliéndole la punta por la espalda. El ímpetu de Dacso cedió de inmediato ante semejante vuelco en la batalla, y una violenta patada en su rostro por parte de Mayura le envió varios metros hasta la misma entrada, donde permanecían abiertas las grandes y pesadas puertas de roble.

Durante unos segundos en los que Mayura se alzó del suelo, la sangre negra y espesa que había brotado de su cara detuvo su fluir, mientras la carne se regeneraba de la herida infligida momentos antes por el zarpazo de su contrincante. Avanzó a por él mientras Dacso, muy debilitado, yacía en el suelo con la ropa empapada de sangre. No tuvo tiempo de tratar de sacarse la lanza cuando un nuevo puntapié furioso de Mayura le hizo atravesar las puertas del castillo y rodar los veintiocho peldaños que daban a la explanada de entrada al mismo.
- ¿Este es todo tu poder? - decía abriendo los brazos mientras sacudía de nuevo a su adversario.
- ¿Es esta toda tu cólera por haber matado a tu familia? - otra patada en la espalda.
- Eres patético, Dacso. Aunque debo reconocer que me ha sorprendido tu rapidez cuando me golpeaste en el rostro. Pero ya ves, yo no he desplegado todo mi poder, y tú con el máximo apenas te da para una escaramuza conmigo - y mientras apretaba con su pie el trozo de madera de la lanza para clavarla aún más en su adversario haciéndole aullar de dolor, acercó su severo rostro coronado por aquellos ojos violetas para sentenciar - ahora, estúpido arrogante, vas a morir. -
Incomprensiblemente, bajo la capa de Dacso que en esos instantes cubría su cara, comenzó a oírse una risa. Mayura, desconcertado, dio un paso atrás y bramó:
- ¡De qué te ríes, insensato! -
- De ti - dijo Dacso apartándose la capa del rostro para mirar al sorprendido Mayura - ¿acaso crees que me importa algo fallecer?... Yo llevo muerto desde que enterré a mi familia. Además, merezco la muerte porque yo también arrebaté la vida a gente inocente para alimentarme. Fui débil aceptando de ti lo que a tu juicio es un don - y al tiempo que con ambas manos se sacaba gritando el trozo de lanza del hombro, se alzó a duras penas del empedrado pavimento ante el asombro de Mayura y dijo - vamos charlatán, ven a matarme si es que puedes - y tras decir esto escupió al suelo con desprecio.
Mayura, enrabietado por la ofensa, blandió su shamsir persa, contrajo sus dos metros de musculoso cuerpo en pose de ataque y se dispuso a arremeter con toda la fiereza que era capaz de albergar, pero en ese momento un temblor de tierra distrajo a ambos contendientes. A esa sacudida le siguió otra, y luego otra, y otra más, y cada vez eran más fuertes. Estaba claro, algo se acercaba por el bosque.
Dacso, confuso, musitó:
- Pero, ¿qué…? - no acabó la frase porque le interrumpió Mayura.
- No puede ser…- la incredulidad se apoderó de la faz del poderoso vampiro.
Dacso paseaba la mirada de Mayura al terreno bajo sus pies y luego al bosque, como intentando comprender qué ocurría.

De repente, unas manos de uñas como punzones apartaron las ramas bajas de un roble próximo y la blanquecina luz de la luna iluminó a un prodigio inexplicable… Narok.
Con la boca abierta de estupefacción, Dacso no daba crédito a lo que sus ojos contemplaban.
- ¿Qué haces aquí? - la pregunta había partido de la voz de Mayura.
- Parece ser que tienes dificultades para derrotar a este vampiro - contestó Narok con su gutural voz.
- ¿Quién eres? - intervino Dacso preguntándole directamente, y virando la vista hacia Mayura - ¿y por qué le hablas como si la conocieses? -
- Soy la princesa Narok, hija del rey demonio Abyssus…- y tras una pausa, añadió señalando a Mayura - y soy su progenitora.
La contestación dejó bloqueado a Dacso que era incapaz de articular palabra.
- No te necesito, estaba a punto de vencerle - dijo con tono de reproche Mayura.
- Sí, veo que le has hecho sangrar - y señalando con el dedo índice hacia su faz, agregó - y él a ti también.-
- Solo es un rasguño - contestó el corpulento vampiro, ahora empequeñecido por las dimensiones de Narok que le duplicaba en tamaño, palpándose la cara. Pero al percatarse del color negro de su sangre, se asustó.
- Pero, ¿qué es esto? - miró primero a su madre y luego a Dacso - ¿qué me has hecho? -
- Él no te ha hecho nada. Desde que atravesaste el arco de piedra y hiedra del Monte Arcano, ya no sangrarás más como un vampiro - y antes de completar la frase, Narok sonrió bajo su raído pañuelo aunque fue imperceptible para los otros dos - sino como un demonio. -
Mayura agachó la cabeza murmurando entre dientes - cómo es posible... -
- No has sentido ese hambre voraz de sangre en los tres últimos días, ¿verdad? -
Mayura alzó la cabeza lentamente para dirigir la vista hacia su interlocutora y la movió en gesto de negación.
- Eso es porque has completado tu formación. Ahora ya eres un demonio y por eso he venido, para llevarte.-
- ¿A dónde? -
- Al reino de mi padre. Ha llegado el momento de que seas útil y ayudes a recuperar lo que perdimos con su desaparición...el poder. -

- Él no irá a ninguna parte, zorra - irrumpió la voz de Dacso - él tiene una cuenta pendiente que arreglar conmigo.
Al oír eso, Narok se movió mucho más rápida de lo que cabía esperar de un ser de su envergadura, y colocándose ante Dacso extendió la mano derecha a un lado, de la nada hizo emerger un resplandor celeste que se transformó en espada, la cual poseía unas dimensiones espectaculares, de al menos dos metros y medio de hoja.
Al sorprendido vampiro apenas le dio tiempo a ponerse en guardia cuando aquella especie de larga y brillante cuchilla ya volaba en su dirección y se incrustó en el torso de Dacso, sobresaliendo un metro por la espalda de este.
El vampiro, con los ojos desorbitados, soltó su arma y cayó de rodillas en cuanto Narok retiró aquella sobrenatural hoja endemoniada.
- ¿Por qué has hecho eso?... ¡era mío! - le gritó Mayura.
- Vamos, ya has perdido demasiado tiempo en este mundo. -
Mayura, sin acabar de comprender y aun titubeando, se fue tras ella en dirección al bosque, no sin antes mirar de reojo el cuerpo de Dacso que yacía inerte en el suelo.


* * * * * *


“El centinela”

Narok y Mayura llegaron a la escalinata de piedra que ascendía alrededor del derruido torreón.
- ¿Qué hacemos aquí? -
- Partir hacia nuestro hogar. -
- No estoy seguro de querer acompañarte. -
- Aquí tu poder es limitado. Allí desarrollarás tus atributos. Tal vez algún día puedas convertirte en un verdadero rey demonio. -
- Rey demonio - repitió Mayura en voz baja imaginándose en un gran trono rodeado de súbditos.
Al llegar a la parte superior de la escalera, una bola de energía casi transparente permanecía suspendida en el aire.
- Vamos, dentro de unos minutos el portal se cerrará y no podremos volver. Puedo abrirlo desde el otro lado, pero no desde aquí.-
- ¿Y qué hubiese pasado de haber tenido complicaciones para volver antes de que se cerrase? -
- Complicaciones con quién, ¿con tu pobre vampirito Dacso? - se burló Narok, mientras Mayura apretaba los puños indignado, a lo que prosiguió su progenitora - Aquí, nadie tiene nivel para hacerme frente - y dicho esto, atravesó la bola de energía y desapareció. Mayura, por su parte, asistió estupefacto al suceso y dudó si seguir a su diabólica madre. Pero finalmente la curiosidad y los aires de grandeza de convertirse en un poderoso rey demonio pudieron con él. Así que dio un paso hacia adelante, tomó aire, cerró los ojos, entró en el portal que llevaba al inframundo y este se lo tragó como por arte de magia.
Pero alguien más había allí. Unos ojos observaban escondidos en las sombras del bosque toda la escena.

- ¿Quién se halla oculto en el bosque? - la áspera y ronca voz de Narok vuelve a hacer presa de mi cerebro.
- Tendrás que esperar. -
- No. Dímelo ahora. -
- ¡Ya estoy harto!... vives a través de mí, yo te creé, pero si me vuelves a interrumpir, ¡se acabó escribir y fin de la historia! -
Noto como mi garganta se aprieta y el aire apenas pasa, casi no puedo respirar.
- No oses hablarme nunca más de ese modo - susurra vehementemente Narok con su gutural voz que me rebota en las sienes - y sí, tú me creaste pero no dejaré que me controles, así que si me la juegas al escribir, lo pagarás con tu vida. -
Asiento con la cabeza porque estoy a punto de perder el conocimiento debido a la falta de oxígeno. Comienzo a toser profusamente mientras noto el ardor en mi rostro de la sangre agolpada por el estrangulamiento, incluso siento latir las venas de mi frente. ¡Hija de puta, no sé cómo demonios voy a librarme de ella!… 
¿Demonios? qué irónica expresión visto lo visto… ¿Por qué en vez de demonios y vampiros no creé una historia de un par de adolescentes tomando té en un picnic?... ¡seré idiota!
En fin, de poco sirve ya lamentarse. Tengo que buscar la forma de quitarme de encima esta amenaza que me encadena a la máquina de escribir condenando mi vida. Pero, ¿cómo voy a hacerlo?... en cuanto escribo cualquier cosa que le parece sospechosa, ¡me ataca!
Tras reflexionar unos instantes, me dirijo a ella:

- Seguiré con una condición. No volverás a cuestionar lo que relato, tanto si te gusta como si no. -
El silencio es lo que recibo por respuesta.
- ¿Me has oído?, ¿estás ahí? - pregunto incrédulo y esperanzado en que se haya olvidado de mí o en despertar de esta pesadilla. Nada más lejos de la realidad. -
- Está bien, pero…- una pausa que me pone en vilo, pues sé que su contraoferta será terrorífica, lo intuyo - como contraprestación, al final de esta historia me devolverás a la vida de verdad, en carne y hueso. -
Sus palabras calan en mí de manera severa. ¿Cómo voy a hacer eso?, esto ya va mucho más allá de mi propia elección, es de poner en peligro al resto de la humanidad de lo que estamos hablando, ¡no puedo prometerle eso!
El sudor baña mi frente, esto me supera. Narok me ha puesto entre la espada y la pared, y debo decidir si acepto el trato o no, aunque en cualquier caso creo que me matará. Pero si accedo, al menos ganaré tiempo para pensar una estrategia mientras redacto. Sé que la elección está bien clara, no puedo dejar que este infernal ser campe a sus anchas por el mundo, pero ahora mismo debo conseguir un margen para reaccionar y la manera de hacerlo es aceptando sus condiciones. Es probable que acabe dándome muerte igualmente, pero si puedo estirar el tiempo hasta llegar a ese momento, debo hacerlo.
- Está bien, te devolveré a la vida. Pero tienes que respetar lo dispuesto. Ni una sola palabra, ni una sola imposición o cambio. Acatarás cuanto yo escriba, si no lo haces, aunque me cueste la vida te quedarás donde estás, como un ente entre el mundo real y el ficticio. -
- De acuerdo, pero no olvides algo - y tras hacer una breve pausa, decretó - si me traicionas no vivirás para contarlo. -
Asentí enjugándome el sudor de la frente con la manga del chaleco, y volví a posar mis dedos sobre las teclas de la máquina de escribir.

Aquellos ojos habían visto cómo ascendían los peldaños, y tras unos segundos, un ruido precedió a la calma total. Con sumo cuidado, se aventuró a pisar el suelo de piedra que precedía al torreón. Observó un cráneo humano agujereado que yacía en una esquina cercana a la escalinata. Se apoyó en la pared de granito y puso atención para escuchar con su finísimo oído, pero todo parecía en silencio a excepción de un zumbido de baja frecuencia que se registraba en la parte superior de la escalera. Tras titubear un poco, comenzó a subir colocando la punta de los pies en los escalones lentamente para no hacer ruido. Rodeó el torreón pasando junto a una aspillera en forma de cerradura, que seguramente era utilizada en su momento por los ballesteros en la defensa del castillo. Continuó ascendiendo hasta llegar al tramo final y vislumbró una estancia de la que parecía salir aquel zumbido. Pisar el último peldaño ya le dio una visión más clara de todo. Una esfera casi transparente, algo así como un orbe de energía, flotaba en el aire y de él brotaba ese extraño sonido. Se acercó con sigilo y cuando estuvo a solo un metro extendió la mano, pero no se atrevió a tocarla. Dudaba de si debía hacerlo, pero fuera lo que fuese, hizo desaparecer a aquellos dos demonios, aunque ellos acudieron hasta allí voluntariamente.
De pronto, la bola comenzó a girar con violencia y a tomar un color rojizo. Él titubeó, pero al fin y al cabo tampoco podía hacer mucho más, así que contuvo la respiración y metió la mano en el orbe. Este se lo tragó de inmediato y poco después, tras convertir su giro en vertiginoso, se ensanchó y se deshizo en el aire dejando la habitación a oscuras.


* * * * * *

La penumbra era la tónica reinante en el lugar, tan solo salpicado por zonas distantes unas de otras de anaranjados tonos. Caminaban por un lugar árido de tierra negra, como ceniza.
Mayura aún sentía náuseas. Atravesar aquel orbe le teletransportó a un plano espectral que supone ser su hogar, o al menos el de sus antepasados. Aún no salía de su asombro. Si Narok era la princesa demonio hija del rey Abyssus, eso significaba que este ¡era su abuelo!... y pensar que cuando fue al Monte Arcano maduraba la idea de matarlo. Mayura sonrió irónicamente.
De repente, un chillido agudo, como el de una rata acorralada con las cuerdas vocales amplificadas cien veces, resonó en el aire.
- ¿Qué es eso? -
- Tranquilo, es el Centinela. Algún pobre estúpido habrá osado entrar en el bosque. -
- ¿El Centinela?... pues deben haberle matado, porque nadie grita de ese modo por gusto. -
- Él sí, y pronto sabrás por qué. -
Ambos ascendieron por un pequeño repecho del camino, y tras el mismo observaron algo tan tétrico e inquietante, como a la vez de una belleza espectral impresionante. Un bosque de árboles ennegrecidos, retorcidos y desprovistos de hojas, se extendía ante ellos enclavado entre dos enormes picachos de vertical roca. La oscura y casi oculta silueta que se recortaba tras la extensión arbórea, no pasó desapercibida para Mayura, pues parecía ser un majestuoso castillo.
Intuyendo su pensamiento, Narok se adelantó:
- Sí, ese es el castillo del Rey Abyssus, nuestro hogar. -
Sin dar tiempo a continuar la conversación, sus largas y potentes piernas puntiagudas, se hincaron en la negra tierra cenizosa y avanzó hacia el frondoso bosque.

A medida que llegaban a su parte frontal, la única accesible, Mayura observó una gran obertura en el centro del bosque a modo de camino recto y que intuía su desembocadura en la propia edificación. Pero cuando se encontraba lo suficientemente cerca, pudo ver algo espeluznante hasta para un formidable vampiro como él, o mejor dicho, un ex-vampiro tremendamente experimentado convertido ahora en novato demonio.
Era un árbol que flanqueaba el camino. Pero no un árbol cualquiera, sino una aberración que tan solo tendría sentido en aquel lugar de maldad y oscuridad infinita. Por su tronco rajado verticalmente desde su base hasta la copa desprovista de vegetación y cuyas ramas altas parecían simular una mano de dedos retorcidos, fluían sin cesar cráneos como una sabia dantesca que se introducía en el suelo encenizado hasta sus raíces y que volvían a manar como una catarata de arriba hacia abajo. El tiznado tronco supuraba un viscoso fluido rojizo y dulzón fácilmente identificable, sangre. Y en la propia corteza fluctuaban constantemente caras con expresión de dolor, de sufrimiento, de agonía.
- ¿Quién va? - preguntó con rudeza una voz surgida de las entrañas de aquel árbol de pesadilla.
Narok, en tres zancadas, se plantó ante él.
- ¡Oh, es usted majestad! - se suavizó el Centinela que dirigiéndose a Mayura preguntó - y debo entender que usted es el joven príncipe, ¿cierto? -
- Sí, es él - contestó con sequedad Narok, añadiendo después con su áspera y profunda voz - Te he oído gritar, ¿quién se ha adentrado en el bosque? -
- Humanos, cómo no. Cinco, y seguramente morirán en breve.-
- ¿Entran humanos en este mundo?... ¿Cómo es posible? - preguntó Mayura.
- Hay veces que se abren portales aleatorios en zonas imprevisibles del universo. Por supuesto, todo el que entra ya no regresa, por eso los humanos no imaginan nuestra existencia, nadie ha sobrevivido para contarlo. Además, ¿de quién crees que son todos los cráneos que fluyen por mi tronco?, debemos alimentarnos. -
Ante la explicación del Centinela, Mayura quedó pensativo unos segundos y volvió a cuestionar:
- ¿Qué hay en el bosque?, ¿por qué estás tan seguro de que vayan a morir? -
- Los árboles - contestó el Centinela - y otras criaturas que no permitirán que salgan de allí nunca. Se puede morir de muchas maneras en su vasta extensión. La cuestión no es cómo, sino cuándo. -
- Pero, si mueren allá adentro, ¿cómo te alimentarás tú? -
- Cada ser que fallece en su interior, ya sea por el entorno, masacrado por criaturas o simplemente por desorientación, inanición o deshidratación, pasados unos minutos son absorbidos por el suelo de cenizas.
Cuando eso ocurre, mis sentidos se alertan y solo debo enviar a mis raíces a recolectar la sangre y sus calaveras. No importa lo lejos que estén, ellas los encontrarán. -
- Pues ten tus sentidos alerta y avísame si vuelves a ver a algún intruso - interrumpió Narok.
- Por supuesto, majestad. -
Tras decir esto, ambos demonios se adentraron en el camino del bosque el cual parecía muerto, nada daba signos de vida. Sin embargo, una maldad latente se respiraba en su viciado aire.


* * * * * *

La vertiginosa llegada a través del portal le descompuso. Aguardó unos segundos apoyando una rodilla en aquel suelo de cenizas hasta recuperarse de la fatiga y la desorientación. Mientras se alzaba recobrando la compostura, sus negros ojos otearon el horizonte para ver el amplio mundo que se abría ante él. Focos titilantes anaranjados salpicaban la oscuridad, que parecían faroles luminosos agitados por el viento, pero al enfocar con su privilegiada vista entendió que se trataba de pequeños ríos de lava que aparecían y desaparecían entre los desniveles del suelo.
Miró en derredor sin saber exactamente hacia dónde ir, aunque la duda duró poco. Como en el bosque, las pisadas puntiagudas de Narok dejaban un rastro de agujeros como un campo plagado de topos, así que comenzó a seguirlo. Bajó una pendiente, atravesó una zona árida y al remontar un repecho del terreno, lo vislumbró. La lóbrega silueta de un castillo se dibujaba a lo lejos, custodiada por lo que parecía un tétrico bosque enclavado entre dos enormes masas de roca vertical. Era evidente que Narok y Mayura iban en esa dirección, pues las pisadas eran reveladoras, así que se dispuso a seguirlas.

Tras cubrir la distancia, llegó a los lindes de aquella especie de tenebrosa espesura, y entonces lo vio. Un enorme corredor en línea recta atravesaba por la mitad de aquella arboleda retorcida y desprovista de hojas, pero ante el mismo se interponía algo que parecía custodiar el camino.
Había visto muchas cosas en su ya longeva vida, pero nada tan aberrante como lo que tenía ante sí. Aquellos cráneos fluyendo por el tronco ennegrecido que rezumaba viscosa escarlata, era algo espantoso. Él mismo, habituado ya a saborear y apreciar la sangre, sentía repulsión ante tal visión.
- ¿Quién va? -
- ¿Quién lo pregunta? - contestó este desenvainando la espada de inmediato.
- Estoy delante de ti - dijo el árbol al ver que el no ubicaba su voz - soy el Centinela. -
- No puede ser - dijo incrédulo bajando su acero.
- ¿Te dispones a atravesar el bosque? - el otro asintió con la cabeza - ¿buscas algo en especial, humano? -
- Sí, a la dueña de esas pisadas…y yo no soy humano - desviando la mirada, completó - hace años que me despojaron de ello. -
- ¿Piensas seguir a la princesa Narok y a su vástago, el joven príncipe Mayura? - el otro miraba al Centinela sin mover un músculo, a lo que este prosiguió - entenderé tu silencio como un sí, pero debo advertirte que en el bosque se entra, pero casi nunca se sale. Terribles peligros acechan en su interior. -
- Mira mi rostro - dijo, y tras hacer una pausa añadió - ¿acaso reflejo miedo? -
- Entonces pasa - y cuando Dacso envainó su espada y avanzó unos metros a espaldas del Centinela, atravesando ya los lindes del bosque - pero te has olvidado de una cosa. -
El visitante se giró para observar al espantoso árbol y escuchar su frase lapidaría.
- ¿Por qué crees que me llaman el Centinela? - y acto seguido, un agudo chillido ensordecedor surgido de su tronco, resonó en el lugar con un tono tan alto que el nuevo intruso se tuvo que dar la vuelta y taparse los oídos con ambas manos.

En ese instante, los claros y celestes blanquecinos iris de Narok, se abrieron mucho dejando ver aún más el negro azabache de su globo ocular, y su visión viajó de forma vertiginosa desde la explanada del castillo al que acababan de llegar, para fundirse con la visión que el Centinela le enviaba en ese momento.
- Está aquí… pero, ¿cómo es posible? -
- ¿Quién está aquí? - indagó Mayura.
- Dacso. -


* * * * * *


Capítulo 3 - “La muerte púrpura”


“Bosque de pesadilla”

Dacso, todavía tapándose los oídos, echó la vista atrás y sintió la mirada de Narok canalizada a través del Centinela. Cuando el grito de este cesó, sacó su espada e hizo ademán de ir a por él, pero una gran masa de ramas retorcidas y espinosas se cerraron sobre el camino y la entrada quedó bloqueada. Dacso comprendió que los árboles no permitirían su paso, así que guardó la cortante arma. Pero mientras lo hacía, un ruido masivo de movimiento de tierras y vegetación surgió a sus espaldas. Lentamente se giró y vio algo totalmente distinto a lo que hasta ese momento era un camino inmaculado y en línea recta hacia el castillo. Esa travesía sencillamente ya no existía. En su lugar se levantaban taludes de tierra ceniza, árboles enmarañados y varios caminos en distintas direcciones… Todo había cambiado, y lo que Dacso pensó que sería cruzar aquel oscuro pero amplio sendero, se acababa de transformar en un tortuoso laberinto. Ahora comprendía las palabras del Centinela cuando le dijo que allí se entra, pero casi nunca se sale. Comenzaba a sentir inquietud, pero detenerse ya no era una opción. Había perdido el factor sorpresa, pues Narok ya sabía que él estaba allí, no podía volver por donde había entrado y la única forma de salir era avanzar. Su cruzada se había convertido en un cara o cruz sin marcha atrás, así que olvidaría momentáneamente su enfrentamiento con Narok y Mayura, concentrándose en sortear el reto que se extendía ante él. Miró a su alrededor calibrando la mejor opción, pero no había ninguna. Mirase donde mirase, todo rezumaba cerrazón y negra espesura.
Aguzó su finísimo oído vampírico, pero nada se oía más allá que el viento silbando entre los deshojados árboles.

Lentamente puso un pie delante de otro y enfiló un camino a la izquierda adentrándose con sigilo. Más allá de su estrechez, pues su anchura apenas superaba el metro y medio, nada parecía alterar el camino elegido. Durante varios minutos caminó oteando las sombras, pues no solo su prodigiosa vista, sino también la costumbre de vivir tantos años amparado por la oscuridad, le aportaban una calidad y amplitud visual que eran impensables para un humano, pues apenas podría vislumbrar unos palmos ante sí y con bastante dificultad.
Poco a poco el pasillo se estrechaba más aún, quedando en un angosto callejón de ramas secas y retorcidas. Al girar a la derecha, un resplandor anaranjado acompañado de una tibia ráfaga de aire le hizo ponerse en tensión. A unos quince metros vislumbró la fuente de tal efecto. Un pequeño río de lava cruzaba frente a él fluctuando lentamente. Decidió no compartir su camino con ello, prefiriendo continuar de frente a sabiendas de lo angosto del sendero. Apenas hubo avanzado unos metros, percibió tras de sí lo que parecía ser un rumor como de deslizamiento de tierras. Instintivamente, echó a correr mientras miraba hacia atrás el tiempo justo para ver cómo el camino se deshacía en su dirección, apareciendo un furioso torrente de lava de unos tres metros de ancho que se iba tragando cuanta tierra y vegetación encontraba a su paso. Dacso corría a la máxima velocidad que su especial condición le otorgaba, pero cada vez sentía más cerca el ardor, pues el magma le iba recortando terreno. Batiendo las piernas sin cesar y viendo que la lengua de fuego se aproximaba peligrosamente, buscó a su alrededor tratando de encontrar frenéticamente una salida, pero solo había oscuridad y más follaje seco y ennegrecido. Desesperado ante la inminente llegada de la líquida roca ardiente, saltó agarrándose a una rama baja, de esta se balanceó al instante para encaramarse a otra más alta como si de un trapecista se tratara, de allí hizo lo propio hacia una más a la derecha, y cuando saltó a una cuarta el río de lava llegó a su nivel. Siguió brincando de rama en rama tratando de alejarse del lugar. Un rápido vistazo atrás le hizo observar cómo el primer árbol sobre el que saltó, perecía engullido bajo el abrasador manto naranja que ya buscaba el siguiente, justo el anterior al que se hallaba subido. Sin más dilación, continuó saltando de un apoyo en otro hasta que cuando cayó en una última rama, notó cómo ese árbol se desplomaba hacia atrás. Desesperado, miró abajo
y vio cómo el ardiente río se tragaba las raíces del árbol. No tenía tiempo para pensar más, miró adelante, vio un hueco entre las ramas siguientes y se lanzó hacia él. Tras un par de segundos suspendido en el aire, la gravedad hizo su trabajo y Dacso se precipitó irremisiblemente en dirección a un suelo que no veía, pues las tinieblas lo devoraban todo.

Frío y viscoso, así era el terreno donde sintió hundir su cuerpo, quedando enterrado en él hasta la cintura. Echó un nuevo vistazo atrás y contempló a unos metros la lava pasar de largo, llevándose consigo al último árbol desde el que saltó momentos antes. No tardó en comprender adonde había ido a parar. Era una ciénaga. Un lodazal cubierto en su superficie por una fina capa de agua, escondiendo bajo la misma su verdadero inquilino, el cieno putrefacto. El olor era insoportable. Entonces cayó en la cuenta cuando unas burbujas ascendieron a la superficie acuosa cerca de él. El magma andaba demasiado cerca y estaba recalentando aquel espero y apestoso pantano, así que debía salir inmediatamente de allí o acabaría cocido en pocos minutos. El problema era que apenas podía andar, pues tenía que hacer un esfuerzo tremendo para dar pasos, ya que la succión que el fango ejercía sobre sus piernas era enorme. Lento, demasiado lento. Si no encontraba la salida pronto, jamás saldría de allí. Apenas veía nada, solo a un par de metros por delante, pero la visión era de un barrizal continuo y ninguna orilla por la que poder salir. El esfuerzo que tenía que hacer para moverse era tremendo y sus fuerzas eran las justas, pues hacía muchas horas desde su última ingesta de sangre. Las pompas comenzaban a ser cada vez más frecuentes y el lodo ya no era frío. Trató de aligerar el pesado paso pero era imposible avanzar más deprisa. Llevaba apenas un par de minutos moviéndose en el cenagal y el agobio ya había hecho presa de él, en parte por la situación de casi inmovilidad, en parte por el calor que ya se había apoderado del lodazal, del que salían ya burbujas constantemente como un caldero en ebullición, acompañadas de un denso vapor que no era nada alentador.
Nada, seguía sin encontrar un punto de apoyo, una orilla, algo a lo que poder agarrarse. La situación era límite y a Dacso, que habitualmente mantenía la calma en ese tipo de ocasiones, le afloraba ya en el rostro la desesperación.

De pronto, surgió de la oscuridad algo duro que le golpeó en el hombro. En un primer momento, su instinto fue el de ponerse en guardia, pero entonces la voz llegó a sus oídos:
- ¡Eh, agárrate, vamos! -
El vampiro escrutó las sombras en busca de la voz que hablaba tras la rama que acababa de golpearle. No veía nada, solo negrura. Pero tras un par de segundos, decidió que cualquier cosa era mejor que cocerse vivo en aquella ciénaga, por lo que asió la punta como un pez que muere el anzuelo, y al instante la fuerza del ser que estaba al otro lado le ayudó a salir más fácilmente del cieno en ebullición. Entonces ya pudo ver a su interlocutor, un hombre de mediana edad con pinta de guardabosques.
- A ti también te ha sorprendido la crecida del río de lava, ¿verdad? -
- Sí…así es - contestó pausadamente Dacso.
- ¿Cómo has llegado hasta aquí?, ¿también atravesaste una de esas bolas de energía?... ¡Vaya!, tienes pinta de caballero, hasta llevas espada y todo, pero estás hecho un asco…y apestas. -
El hombre no dejaba de preguntar y hacer observaciones. El vampiro lo miraba incrédulo pensando que cómo era posible que aquel tipejo sencillo hubiese sabido sobrevivir mejor que él hasta ese momento.
- Soy el único que queda de los cinco que vinimos a esta maldita cloaca. A los demás los han masacrado desde que atravesamos el linde del bosque donde se encuentra el puñetero árbol gritón. -
- Gracias por salvarme - dijo Dacso intentando que le dejase hablar, cosa que no consiguió.
- ¡Bah!, seguro que tú habrías hecho lo mismo por mí…Me llamo Sammy, ¿sabes?, te lo digo ya por si esta mierda de bosque acaba zampándome a mí también. -
El vampiro enarcó las cejas.
- ¡Sí!, las raíces de ese puto árbol son rápidas de narices, en cuanto nota la muerte caer al suelo, aparecen de las entrañas de la tierra y te arrastran bajo ella. A Nicholas y Buzz se los llevó rápido, no me dio tiempo ni a agarrarlos. Como consiga salir de aquí, a la vuelta lo talaré o lo quemaré, ya veré lo que me apetece hacer llegado el momento. -
Dacso sonrió, aquel tipo no se callaba ni aunque lo matasen, pero reconocía que tenía cierta gracia. El pobre no sabía a quién acababa de salvar, de lo contrario no lo habría hecho. Dacso estaba hambriento y a su salvador se le estaba poniendo cara de cena de vampiro, pero aún no lo sabía.
- Cuando llegamos a la entrada de este lugar, vimos al fondo una especie de castillo y decidimos adentrarnos para acceder hasta él. -
- No me lo digas - le interrumpió Dacso - era un camino recto y de pronto todo cambió y os cerró el paso delante y detrás, obligándoos a ir por rutas alternativas. -
- Sí, exacto - dijo asombrado Sammy - ¡eres bueno deduciendo! -
- No lo he deducido, a mí me ha pasado lo mismo. -
- ¡Aghh!, ese maldito árbol embaucador…Lo dicho, cuando vuelva lo quemo. -
- Antes dijiste que a dos de tus amigos se los llevó el árbol, ¿de qué murieron?, ¿y dónde están los otros dos?, erais cinco, ¿cierto? -
- Nicholas, enfadado cuando el camino se cerró ante nosotros, cortó una rama con su hacha, y la que estaba a su lado se lanzó hacia él y le ensartó el corazón. No le dio tiempo a nada, cuando se derrumbó ya estaba muerto, y antes de que pudiéramos asimilarlo, empezó a hundirse en el suelo de ceniza, aparecieron las raíces y se lo llevaron. Buzz iba conmigo instantes antes de que yo te viese en la ciénaga, y en el cambio de la crecida le salpicó lava sobre el pecho y se lo perforó como un gusano agujerea las hojas de morera. Cuando se desplomó, volvieron a aparecer las dichosas raíces. Le agarré de una pierna, pero tuve que soltarla o la fuerza de esa cosa me hubiese arrastrado bajo tierra con él. -
- ¿Y qué ha sido de los otros dos? -
- A Barney, algo de un color púrpura oscuro que apareció desde la copa de los árboles, se lo llevó sin más en un abrir y cerrar de ojos. Su hermano Ronnie agarró su hacha de doble hoja y se adentró gritando en la oscuridad. Le llamamos y buscamos, pero no volvimos a oírle siquiera. Supongo que ambos habrán muerto. -
Dacso, a pesar de que alimentarse de humanos le había hecho insensibilizarse bastante, sintió un poco de lástima por aquellos desdichados. Sin embargo, al mirar hacia Sammy, notó su sangre fluir por la vena de su cuello, hasta podía oír los latidos de su corazón. O encontraba pronto la salida de aquel lugar, o acabaría por atacar sin piedad a aquel hombre. Al fin y al cabo era su naturaleza y no lo podía evitar. Intentó quitar de su mente el ver a Sammy como comida y cambió de tema.
- ¿Cómo has conseguido divisarme en la oscuridad?, yo a ti no te podía ver - preguntó el vampiro extrañado.
- Realmente no te distinguía, solo acertaba a vislumbrar tu silueta recortada ante el brillo anaranjado que desprendía el río de magma a tu espalda. -
- ¿Por qué te has arriesgado a ayudarme entonces?, podría haber sido otro adversario. -
- ¿Un adversario luchando para atravesar una ciénaga?... ¡No fastidies!, sería el adversario más tonto de la historia, cayendo en su propia trampa. -
Dacso soltó una carcajada. Hacía mucho tiempo que nada le hacía reír, pero aquel personaje lo había conseguido. Parecía un buen hombre, así que trataría de aguantar todo lo posible para no tener que saciarse con su sangre.
- Vamos, tenemos que seguir y hallar el castillo - dijo el vampiro y se adentró en la oscuridad acompañado del humano, mientras un peligro color púrpura oscuro acechaba sobre sus cabezas.


* * * * * *

Mayura observaba boquiabierto la entrada. Su aspecto distaba mucho de lo que habitualmente podríamos entender como un castillo, pues no estaba flanqueado por foso alguno. Tan solo unas pequeñas escaleras precedían a las altas y anchas columnas de piedra que sostenían su parte frontal a ambos lados de la enorme puerta. No en vano, Narok tenía una estatura de alrededor de cuatro metros, lo que podría dar una idea de las dimensiones del pórtico. El frontal ascendía hasta perderse en las tinieblas y poco más se podía ver, tan solo la silueta de lo que parecía ser un gran montículo a la izquierda presidiendo la planicie exterior. Pero como por arte de magia, en cuanto la princesa demonio pisó la plazoleta que precedía a la entrada, unas antorchas se encendieron en mástiles alrededor del castillo y entonces Mayura pudo contemplar maravillado el lugar. La pulida fachada de piedra que ascendía hasta perderse en la oscuridad, se podía observar en su totalidad. No debía medir menos de setenta metros, con ventanas ojivales que probablemente darían a estancias superiores. Tan inquietante como bella era su cúpula, compuesta de una bóveda de piedra rematada con engarces de acero curvado como si de las afiladas uñas de Narok se tratara, y no debían medir menos de cinco metros de longitud cada una. Era majestuoso, por lo que debería ser más apropiado llamarlo palacio, pues no se trataba de un castillo convencional.


Pero lo que más llamaba la atención era el montículo que había dejado de estar entre las sombras. Esculpida en roca, aquella cabeza demoníaca no debía ser menor a siete metros, era sencillamente espectacular. La crueldad del rostro tallado era indescriptible. Si alguna vez uno piensa en el rostro que puede tener un demonio, sin duda el de aquella estatua habría constituido el más apropiado. Solo tenía visible uno de sus ojos, pero no necesitaba más para infligir terror en cualquier ser que lo mirase. Y sus afiladísimos dientes como dagas, le daban un aspecto más feroz aún. Sin embargo, no cabía esperar menos al tratarse del padre de Narok, el todopoderoso rey demonio Abyssus.
Advirtiendo la mirada de Mayura, la ruda voz de Narok fue dirigida hacia él:
- Sí, efectivamente, es el Rey Abyssus - y abriendo las manos concluyó - se podría decir que es tu abuelo, aunque yo no te engendré desde mi vientre como hacen los humanos, simplemente sacrifiqué una parte de mí. -
- Entonces… ¿cómo…? - preguntaba Mayura desconcertado.
- ¿Aún no te has dado cuenta? - y al instante Narok se señaló con una de sus afiladas uñas el pecho izquierdo, o mejor dicho, la cicatriz que estaba en su lugar.
- Comprendo - contestó su primogénito agachando la cabeza.
- Espero que honres esta cicatriz y no hagas que me arrepienta de ello. -
- Yo no te pedí tal sacrificio. -
- Cierto. Puedo arreglarlo matándote si es lo que deseas. -
- ¿Serías capaz? -
- Soy una princesa demonio, no albergo eso a lo que los humanos llaman “sentimientos de culpa”. Sentir ese tipo de cosas me haría vulnerable y por lo tanto, débil. -
Mayura sonrió, pero no por el comentario de Narok, sino porque ahora entendía de dónde le venía aquella crueldad innata que tanto molestaba al resto de vampiros a los que conoció o engendró. La gran mayoría de ellos fueron humanos alguna vez, pero él no, nació vampiro creado a partir del sacrificado miembro de una demonio y de ahí su naturaleza cruel.
Mientras pensaba en ello, la puerta del castillo se abrió y un resplandor azul llegó desde el interior. Narok y Mayura cruzaron la explanada, pasaron junto a la enorme cabeza de roca de Abyssus, a la que el ex-vampiro miró de reojo, subieron los pocos escalones y se adentraron en el demoníaco templo. Nada más hacerlo, Mayura reconoció rápidamente aquel resplandor azul que ya viese unos días atrás. Había pequeñas lámparas adheridas a las columnas laterales que delimitaban de alguna manera el corredor principal, y dentro de ellas ardía azufre. Era una estancia tétrica, relativamente oscura y de techos muy altos. En el centro, el vacío y largo corredor flanqueado de columnas y luz azulada vertida por el llameante mineral, llegaba a los pies de un altar de reluciente mármol negro con incrustaciones en iridio, de unos dos metros de alto y coronado por un trono realmente atroz para alguien que no perteneciera a aquella estirpe de individuos. La estructura estaba completamente hecha de huesos, no solo humanos, sino de toda clase
de seres, ya fuesen animales o de otra raza, puede que hasta de otros mundos. Y todo ello forrado con trozos de tendones y piel, unas con pelo y otras desprovistas del mismo.
- ¿Es ese mi trono? - preguntó Mayura obnubilado.
- No, es el mío… pero puede que sea tuyo algún día - y volviéndose hacia él, concluyó - eso depende de ti. -
- ¿Crees que Dacso aparecerá? - le preguntó cambiando de tema.
- Es tenaz, puede que llegue - respondió la hija de Abyssus - pero sinceramente lo dudo, el bosque guarda demasiadas trampas como para dejarle ir. Y en cualquier caso, antes de llegar a este lugar tendrá que derrotarlo a él. -
- ¿A quién?, ¿al centinela? -
- ¡No seas estúpido! - contestó despectivamente Narok - el centinela solo es un embaucador, su peligro solo es tal si mueres ahí dentro, pues sus raíces se encargan de, ¿cómo decirlo?... ah sí, de reciclarte. Aunque claro, si ya estás muerto, ¿qué más te darían sus raíces, verdad? -
- Entonces, ¿a quién te refieres con “él”? -
Un pequeño sonido a modo de risa surgió entonces bajo el trozo de tela que tapaba parte del rostro de Narok, antes de sentenciar:
- A la muerte púrpura que habita en las espinosas copas de los árboles… Claws, “el silencioso”. –


* * * * * *


“Claws, el silencioso”

Dacso se sentía débil, el hambre invadía su cuerpo y lo único que podía saciarle era la sangre caliente y viva que fluía por las venas de su acompañante, Sammy. Pero él no quería llegar a eso, aquel hombre probablemente le salvó la vida, por decir algo ya que él se sentía marchito desde que aceptó el beso de la muerte de Mayura, pero Sammy no sabía eso y le ayudó de todos modos, sin conocerlo, y la verdad es que de no ser por él habría seguido caminando desesperado por la ciénaga mientras se cocía a fuego lento, sin entender que la orilla estaba más cerca de lo que creía. Sin embargo, el síndrome que el hambre provoca en un vampiro es realmente devastador. Las manos comenzaban a temblarle, así que trató de disimular aquel efecto colocando una bajo la capa al andar, y la otra apoyándola sobre la empuñadura de la espada. Su rostro era de un blanco nacarado y tenía la frente perlada de sudor. Sammy lo descubriría pronto si no ocurría algo. Entonces, apareció ese “algo”. Al torcer un recoveco del camino vio a los dos hombres, o mejor dicho, a uno y lo que quedaba del otro. Colgaban boca abajo, con las piernas y los brazos atados con una especie de lianas espinosas que rasgaban sus muñecas y tobillos.
- Barney… Ronnie... - balbuceó aterrado Sammy, observando a los dos hermanos. Barney estaba devorado desde los pies hasta las costillas. Tan solo quedaban jirones de carne y piel adheridos a su esqueleto en algunos puntos sanguinolentos. Lo que quiera que fuese aquello se lo comió, habiéndose dado un festín con él, pero dejó la parte superior del torso por el que se veía un trozo de corazón, aparte de la cabeza. O puede que lo guardase como la mejor ración para más tarde. En cualquier caso, era una visión tan desagradable como increíble. Ronnie estaba intacto en apariencia, pero en su espalda se advertía un extraño bulto. Sammy le apartó el chaleco y quedó horrorizado. Tenía la columna vertebral rota a la altura de la cintura, casi en el punto donde engarza con la cadera. El hematoma de su espalda era enorme. Dacso se acercó a él para examinarlo, pero un olor extraño, como a almendras amargas, le profanó las fosas nasales y se giró a explorar el entorno, sobre todo alrededor del cuerpo del malogrado Barney, pues parecía ser la zona donde ese olor era más acentuado.
- Aún está vivo. Muy mal, pero vivo - dijo de pronto Dacso.
- ¿Có… có… cómo lo sabes? - preguntó Sammy confuso.
- Porque siento latir su corazón. -
- No puede ser, tiene la espalda rota. Además, ¿cómo vas a sentir su corazón?, ¡eso es imposible! -
- No para un vampiro. -
- Pero, ¿qué dices?, ¿me tomas el pelo?, ¡los vampiros no existen! -
Dacso, aun consciente de su debilidad, miró al hombre, se subió la manga y rozó su brazo contra el filo de la espada, lo cual provocó un profundo corte por el que empezó a manar sangre.
- ¿Por qué has hecho eso? - pero Dacso se limitó a indicarle que se callara, colocando el dedo índice ante sus labios. De repente, la herida dejó de sangrar y comenzó a cerrarse por sí sola. Sammy lo miraba alucinado.
- ¿Me crees ahora? -
- Sí - masculló Sammy, y tragando saliva preguntó - ¿por qué no me has atacado ya? Se supone que es lo que hacéis los vampiros, ¿verdad?, arrebatarle la sangre y con ella la vida a los humanos. -
- Sí, es exactamente lo que hacemos. Pero eso no quita para que algunos aún conservemos algo de lo que en otro tiempo fuimos, en mi caso un hombre como tú, y te debo una por la salvación de la ciénaga. Créeme, no me faltan ganas de atacarte porque el hambre está haciendo presa en mí, pero intentaré que eso no suceda. -

- Má…tame -
La voz sobresaltó a ambos. Al buscar la fuente de dónde provenía, vieron los ojos desorbitados de Ronnie. -
- ¡Dios mío, tenías razón, está vivo! -
- Por favor…mátame - repitió suplicante el chico que permanecía preso de las espinas.
- No, te desataré y… -
- No hay tiempo… él vendrá… ¡él vendrá! - decía desesperado el muchacho.
Sammy miró a Dacso y este agachó la vista antes de decir:
- Hay que hacerlo. Está sentenciado, no sobrevivirá a este bosque. -
Sammy se mordió el labio y, tras asimilarlo durante unos segundos, respiró hondo, sacó de su cinturón una hachuela y se dispuso a golpear a Ronnie, que le miraba con ojos suplicantes. Alzó los brazos, pero antes de descargar el golpe fatídico, Dacso le detuvo.
- ¿Qué haces? - preguntó el hombre.
- Tengo una deuda contigo y trataré de saldarla no atacándote - y girando el rostro señalando con la barbilla hacia el desdichado, concluyó - pero no puedo dejar pasar la oportunidad de alimentarme con él. –
- ¿Estás loco?, ¡no voy a dejar que claves tus colmillos en mi amigo! -
¡Escúchame, maldita sea! - gritó Dacso tirándole del brazo - soy un vampiro que se alimenta de sangre, sí, y cuando ello ocurre se afinan todas mis habilidades sobrenaturales. Pero ahora mismo estoy en el límite de mi capacidad, y si no como pronto de nada te serviré cuando te enfrentes al causante de esta carnicería, ¿lo comprendes? -
Sammy le miraba fijamente tratando de asimilar lo que oía. Finalmente, tras desviar la mirada de nuevo hacia la víctima, cerró los ojos y asintió soltándose del brazo de Dacso y dándose media vuelta para no ver lo que estaba a punto de ocurrir.


Un sonido sordo, muy distinto a lo que esperaba oír, le hizo girarse de nuevo para encarar a una desagradable sorpresa. Su aspecto era sobrecogedor. Sus ojos, estrechos y alargados, eran de un amarillo intenso, coronando dos orificios que hacían las veces de nariz, y una boca ancha desprovista de labios, parecida a la de un sapo, por la que asomaban dos hileras de dientes en forma de sierra de un tamaño considerable, entre los cuales se veían claramente vestigios carnosos de su última cena, probablemente el malogrado Barney.
Sus cuatro patas peludas tenían la robustez de un árbol joven, con una musculatura realmente portentosa de oscura piel púrpura, que tenía ese aspecto charolado como el de una orca recién salida del agua. El torso largo y peludo, que se asemejaba al de un gorila, era vigoroso e intimidante.
Pero lo peor y quizás lo que más llamaba la atención, eran sus manos, o sería más correcto decir, garras. Eran desproporcionadas, de un diámetro mayor a su propia cabeza, y eso es mucho decir teniendo en cuenta que aun estando semi agazapado, se podía adivinar que su envergadura superaba ampliamente los dos metros y medio, quizás tres metros. Estaba claro que las patas eran sus agarres allá arriba en los árboles, pues sus pies se asemejaban ligeramente al de los homínidos. Pero sus garras no, esas sin duda eran sus armas. Siete uñas curvadas como las de un velocirraptor, especialmente la lateral que era casi el doble de tamaño de las otras seis. Un solo golpe y probablemente no lo contaras.

Dacso lo miraba tratando de imaginar su movimiento. Si utilizaba sus patas para moverse ágilmente entre los árboles, ¿cómo se podía llevar a sus presas si no tenían señales de haber sido atravesados por aquellas mortales garras?... Su duda quedó disipada de inmediato cuando algo silbó en la oscuridad y le golpeó el pecho con tal rapidez que no pudo detener su empuje, saliendo despedido a unos metros de distancia. Cuando se recompuso agarrándose su pecho lacerado, vio aquella especie de veloz rabo largo y fino, que la bestia utilizaba a modo de látigo y con el que probablemente apresaba a sus víctimas y las arrastraba con él hacia las copas de los árboles.
La cosa embistió de nuevo al vampiro, que tan solo pudo esquivar el primer ataque, pero su pérdida de rapidez debido al hambre hizo que no pudiera moverse a tiempo y recibió un nuevo golpe en el mentón con el reverso de una de las garras, que lo envió otra vez a morder la tierra cenizosa. No era rival, no ahora con sus facultades vampíricas tan maltrechas.
A todo esto, Sammy permanecía petrificado, no podía creer lo que estaba aconteciendo, y en cierto modo era para frotarse los ojos ante la existencia de semejante criatura. Pero al ver que Claws se preparaba para saltar sobre Dacso y asestarle el golpe de gracia, reaccionó levantando la hachuela y lanzándosela con toda la fuerza que pudo. El arma girando sobre sí misma, cortó el aire y se clavó en la espalda de la descuidada criatura, que aulló de dolor y enfocó encolerizada sus amarillos ojos hacia el humano. Este, advirtiendo lo que estaba a punto de pasar, miró a su alrededor y se dio cuenta que bajo las víctimas colgantes, yacía el gran hacha de doble hoja de Ronnie. Quiso correr hacia ella pero no pudo, porque Claws se interpuso en su camino de un salto, así que el humano frenó su ímpetu y retrocedió de inmediato. Lo hacía lentamente, intentando no realizar ningún movimiento brusco que provocara el ataque devastador de su rival. Era una manera de ganar unos segundos para trazar un plan, aunque fuese de huida. Y tenía que pensarlo rápido, porque Claws no le daría mucho tiempo para ello. No había escapatoria. Si corría, el engendro le daría caza en segundos. Si trepaba, sería aún peor, porque ese era el hábitat de “el silencioso”, las copas de los árboles. ¿Qué podía hacer?, la hachuela que le había clavado en la espalda parecía no hacer mella alguna en la bestia. Esta comenzó a caminar hacia él arqueando el lomo en señal de ataque inminente. El hombre retrocedió topándose con el tronco de un árbol, donde su espalda quedó apoyada. Claws lo advirtió y se lanzó hacia él, pero se arrojó a un lado provocando que se golpeara contra el árbol soltando un aullido que parecía ser una mezcla de dolor y frustración. No tardó en recuperar la verticalidad y prepararse para saltar de nuevo hacia Sammy, que yacía en el suelo sentado observando horrorizado lo cerca que estaba de acabar entre las fauces del animal.
- ¡EH! -
La voz de Dacso hizo virar la vista a ambos. El vampiro, limpiándose la sangre que goteaba de entre sus colmillos, había recuperado algo de color en sus, hasta momentos antes nacaradas mejillas, y sonreía mirando fijamente a Claws.
- Bueno bestia, aquí me tienes de nuevo. Intenta atacarme si te atreves. -
Sammy tardó unos segundos en comprender lo que sucedía, hasta que cruzó la mirada con la vidriosa y sin vida de Ronnie, del que manaba sangre por su cuello. Dacso le había dado muerte para alimentarse, y ahora se sentía fuerte para hacer frente a aquel asesino del bosque.
- Vete - dijo el vampiro en voz baja dirigiéndose a Sammy, pero con la vista fija en Claws.
- No, puedo serte de ayuda. -
Dacso entornó los ojos para mirarle, alzó lentamente su segadora y gritó:
- ¡Corre!, ¡YAAAAAA! -
Entonces Sammy notó la tierra temblar y cómo un viento le barría el rostro. Claws pasó junto a él como una exhalación en dirección a Dacso, bufando un potente siseo parecido al de cien serpientes, y le vio abalanzarse contra el vampiro, desapareciendo ambos entre la vegetación que los circundaba. Sammy corrió hacia allí, se agachó para coger algo del suelo y batió sus piernas en dirección opuesta a la escaramuza que se estaba produciendo entre los árboles.



* * * * * *

Capítulo 4 - “Un final envenenado”

El estremecedor chillido del Centinela se propagó por el bosque hasta filtrarse entre las paredes del castillo. La mirada de Narok y de su vástago se cruzaron, y la demonio se alzó pesadamente de su trono diciendo:
- Bueno, creo que tu amigo supo escapar de mi golpe de espada, pero no del bosque. Ya te advertí que era casi imposible huir de sus trampas. Además, el Centinela ha reclutado la sangre y cráneo de un vampiro, lo cual no se hace todos los días, por lo que su tronco tomará un aspecto más vigoroso si cabe. -
Mayura la miraba con media sonrisa en la boca, pero interiormente no estaba satisfecho, pues era él quien debía darle muerte a Dacso. Ahora tendría que esperar a encontrar un rival de su categoría ante el que desplegar su nuevo poder adquirido en el arco de hiedra del Monte Arcano. Sí, estaba disgustado, sin duda.

Un ruido rítmico interrumpió la escena. El sonido de algo pesado que rebotaba una y otra vez contra el suelo, hasta que llegó ante sus pies. Cuando bajaron la vista y el resplandor azulado les devolvió la imagen del cuerpo extraño que había rodado hasta ellos, se quedaron impresionados.
La enorme cabeza de ojos amarillos y ahora sin vida de Claws, yacía inerte en el suelo y una sombra alargada crecía ante la puerta del castillo, la silueta de Dacso con la espada en la mano goteando la viscosa sangre púrpura de “el silencioso”.
- ¡Vaya, vaya, vaya!...parece que el vampirito tiene coraje. -
Dacso la miraba fijamente sin inmutarse.
- ¿Cómo lograste recuperarte del ataque con mi espada? No tienes capacidad para reponerte de una herida así. - preguntó Narok.
Dacso sonrió levemente y contestó:
- ¿Herida?, ¿quién dice que me hirieras? - y al decir esto, levantó la capa y en ella se podía ver un gran corte pero limpio, sin sangre.
- Entiendo - dijo Narok desviando la mirada antes de añadir - parece que eres más rápido de lo que pensaba, te subestimé y me has engañado - y tras una pausa, señaló la cabeza de Claws agregando - y veo que “el silencioso” también te ha infravalorado. El Centinela debe de haberse llevado un buen disgusto al ver que tras reciclar a nuestro amigo púrpura, no puede quedarse con su trofeo preferido, su cráneo. Pero bueno, ya que nos has traído su cabeza, cuando acabe contigo se la regalaré a nuestro querido árbol.-
- No, tú no acabarás con él - intervino Mayura.
- ¿Acaso dudas de mis capacidades? - le cuestionó sorprendida Narok.
- No, no acabarás con él porque lo haré yo - contestó el ex-vampiro, y dirigiéndose a Dacso, concluyó - tenemos una cuenta pendiente que arreglar, ¿verdad, viejo amigo? -
- Yo nunca he sido tu amigo - le rectificó Dacso.
- Cierto,… ¡¡¡eres mi víctima!!! - gritó Mayura y emprendió la carrera hacia Dacso. Este esperó el primer golpe de su oponente para contraatacar, pero lejos de recibir un furioso impacto con la mano o el shamsir persa, Mayura sorprendió a su adversario deslizándose a ras de suelo y dándole un puntapié en el pecho. Dacso salió despedido, voló por los aires hacia atrás pero se recompuso con una agilidad pasmosa, probablemente fruto de su reciente ingesta, girando y cayendo de pie como si se tratase de un gato, tomando impulso y lanzándose hacia el atónito Mayura que antes de reaccionar ya había recibido el puñetazo contundente de Dacso en el mentón. No le dio tiempo a caer y el vampiro le volvió a golpear con la pierna izquierda en las costillas haciéndolo empotrarse en una columna, derribando sobre el pavimento de piedra una de aquellas lámparas de azufre ardiendo, que desparramó su azulado fulgor.
- Derrotado por un simple vampiro…No sirves para nada - dijo despectivamente Narok alzándose de su trono y haciendo aparecer lentamente su celeste y amenazadora hoja.
Dacso desenvainó la espada, su segadora como a él le gustaba llamarla, dispuesto a asestar el golpe de gracia a Mayura, o bien enfrentarse a Narok que ya venía andando hacia él.

Una risa maléfica e incluso burlona brotó de Mayura. Los otros dos lo miraron sorprendidos, pues pensaban que ya estaba derrotado.
- ¿De verdad pensabas que sería tan sencillo, Dacso? - dijo levantándose del suelo como si nada le hubiese ocurrido momentos antes, y hablándole a Narok sin siquiera mirarla, apostilló:
- Y tú, toda una princesa de los demonios - indicó con la mano en un ademán de pomposidad - ¿aún no has comprendido que salí evolucionado del Monte Arcano? -
Narok lo miraba fijamente de pie a pocos metros de su trono, mientras Dacso trataba de asimilar lo que su mentor de las sombras acababa de decir.
- Ha llegado la hora de medir mis renovadas fuerzas, así que siéntate y disfruta del espectáculo - le convino Mayura a Narok.
Entonces, los puños de Mayura se cerraron, comenzaron a temblar y las venas de los mismos a hincharse.
Apretó los dientes y todo su cuerpo vibraba. Dacso dio un paso atrás, pues hasta a él llegaba una creciente potencia en su contrincante que no presagiaba nada bueno. Un sonido, como de huesos y tejidos rompiéndose, resonaba en la estancia instantes antes de que Mayura gritara desgarradoramente, cuando algo largo y viscoso surgió de su espalda rezumando esa especie de sangre negra que ya había visto Dacso antes al herirle en la batalla que dirimieron en su castillo. Eran como cuatro robustos fémures, dividiéndose cada uno en otros cuatro conjuntos de huesos articulados mucho más finos.
El cuerpo de Mayura dejó de temblar y sus ojos violetas se depositaron en su oponente con una sonrisa triunfante dibujada en la boca.
Dacso sonrió y le preguntó:
- ¿Esa es tu evolución?... No te negaré que ha sido una interesante puesta en escena, pero aparte de ser asqueroso, no intimidas absolutamente nada. -
- No - contestó Mayura cerrando los ojos y dejando de sonreír antes de volverlos a abrir y decir coléricamente - ¡¡¡esta es mi evolución!!! - y de aquellos conjuntos de huesos se abrieron entre sí unas membranas de un gris oscuro recubiertas de escamas, que rompían el casi total translúcido de las mismas.
Narok, mostró sorpresa en sus fríos ojos y miró inmediatamente hacia Dacso para ver su reacción. El vampiro, lejos de amilanarse, se lanzó con su segadora en pos de Mayura, que lo esquivó sin dificultad saltando hacia arriba, suspendiéndose en el aire y golpeando con el talón violentamente en la espalda de Dacso, que cayó de bruces contra el suelo. El otro batió sus alas con potencia, ascendió un par de metros y se lanzó a por su rival que rodó a un lado y pudo esquivarle por poco, pero al levantarse y volver a mirar, el demonio alado había desaparecido. Dacso utilizó su potente oído para tratar de determinar su posición en la oscura sala, pero para cuando lo hizo ya era tarde, pues Mayura llegó raudo por detrás de él, lo agarró del cuello y se elevaron juntos mientras los briosos y rapidísimos puñetazos del demonio alcanzaban a Dacso por todas partes; el cuello, la cara, el abdomen, el pecho…Era una lluvia de golpes que dejaron al vampiro a merced de su enemigo, que se estaba ensañando mientras surcaban la bóveda del gran salón del castillo ante la atenta mirada de Narok.
Finalmente, Mayura aterrizó con suavidad en el centro de la estancia, con Dacso agarrado por el cuello y casi desvanecido por los golpes, y le dijo con desprecio:
- No eres más que un maldito desagradecido que no entiende cuál es su lugar en todo esto. -
Dacso se echó a reír mostrando sus dientes recubiertos de sangre, y contestó tosiendo:
- Eres tú quien no entiende nada… Por mucho que evoluciones, por más poderes que intentes aglutinar, siempre serás una triste marioneta. -
Ante esas palabras, Mayura enfureció y lanzó a Dacso como un guiñapo, y mientras surcaba el aire voló hasta él y de una tremenda patada con giro lo envió fuera del castillo, yendo su cuerpo a parar a los peldaños de la entrada.
- Eres valiente, eso debo reconocerlo, - le decía Mayura a un Dacso que apenas se arrastraba escalones abajo intentando alcanzar su espada, que estaba tirada junto a la estatua de la cabeza de Abyssus, mientras seguía oyendo al demonio caminando hacia él - pero también has sido un estúpido al venir aquí. -
Dacso casi gateaba en pos de su acero, pero al llegar notó la presión del pie de Mayura en su espalda y el sonido del shamsir persa desenvainándose.
- ¡Espera! - dijo Dacso - si he de morir, quiero que sea mirándote a la cara. -
El otro sonrió y quitó el pie de la espalda del vampiro, que se dio la vuelta lentamente poniéndose de rodillas y mirando a los ojos de su antagonista.
- ¿Preparado? - preguntó Mayura asiendo con ambas manos aquella especie de cimitarra, empujando con el pie la segadora de Dacso para alejarla de él, mientras este extendía los brazos a ambos lados resignándose al triste final.
- Ya es hora de que te reúnas con tu familia - comentó Mayura y alzando el shamsir con las dos manos para asestarle el golpe de gracia, momento que Dacso aprovechó para agarrar algo que se hallaba oculto tras la estatua de piedra de Abyssus, lo hizo girar por encima de su cabeza y golpeó como un latigazo en el abdomen de Mayura.
Este, asombrado, miró al suelo para ver lo que le había golpeado a la vez que un olor extraño, como de almendras amargas, se apoderaba del ambiente.
Las garras de Claws, atadas con su propia cola, yacían en el empedrado llenas de sangre negra de demonio.
Asustado, se miró el abdomen por el que varios cortes sangraban profusamente y no solo no cerraba la herida, sino que además supuraba espuma blanca.
- ¿Qué me has hecho?, ¿por qué no se cierra la herida? -
- ¿No has reconocido el olor?, un vampiro experimentado como tú eres, o eras en este caso, debió advertir ese aroma tan característico con el que debemos tener especial cuidado, como con cualquier otro veneno.
- Almendras amargas…Cianuro…- balbuceó Mayura como recordando la fatalidad.
- Exacto. Las garras de ese monstruo generan cianuro líquido, que las impregna y aseguran la muerte de sus víctimas. -
La furia de haber sido engañado, inundó a Mayura que se elevó con sus alas y en un último aliento se lanzó hacia Dacso blandiendo su curvada y afilada hoja para hacerle pagar por aquello, pero Dacso esquivó a un lado, empuñó la segadora y con un movimiento rápido hizo caer de bruces a Mayura sobre la tierra ceniza. El demonio alado, completamente aterrado, se miraba su pierna izquierda que había sido seccionada de rodilla para abajo.

- ¡Un momento! - la voz de Narok surgió de nuevo bloqueándome los dedos sobre la máquina de escribir - te dije que no me la jugaras. -
- Y no lo he hecho. -
- No voy a permitir que elimines a mi propio vástago. -
- Llegamos a un acuerdo. Yo no te la jugaba y tú me dejabas escribir en paz. -
- ¡Eliminar a Mayura es engañarme! - rugió Narok en mi cabeza. -
- ¡No!, acordé no jugártela a ti, pero lo que le ocurra a los demás es asunto mío… Además, yo no voy a eliminarlo. -
- ¿No? -
- ¿Me dejas continuar, por favor? -
Momentos después, sentí mis dedos liberados y volví a golpear las teclas.

- ¡Ayúdame, por favor! - suplicó extendiendo la mano hacia su progenitora.
- Claro - contestó esta y atravesó la explanada hacia él. Al caminar ante Dacso, este se puso en guardia, pero Narok ni le miró, pasó de largo y se detuvo ante Mayura, que se aferró a sus cónicas piernas con una mano temblorosa.
Narok se agachó, le asió de la otra mano y dijo:
- Te dije que no hicieras arrepentirme de haberte engendrado - entonces el terror asomó a los violetas ojos de Mayura que comprendió lo que iba a suceder, pero apenas tuvo tiempo de nada, pues Narok le alzó violentamente, hizo aparecer su mortal cuchilla y esta silbó en el aire. Dos masas de hueso y membranas cayeron al suelo mientras un chorro de sangre negra salpicaba el pavimento desde la espalda de Mayura, pues donde debían estar sus evolutivas alas, solo quedaban dos pedazos de hueso sanguinolentos.
Acto seguido, Narok lanzó con desprecio el cuerpo de Mayura a una esquina de la explanada. Dacso no podía creer lo que estaba viendo.

- Cruel, muy cruel - volvió a interrumpirme la voz de Narok.
- Te dije que yo no lo mataría. -
- Ya, pero has hecho que lo mate yo. Eres retorcido… me gusta. Continúa - sentenció Narok y sorprendido volví a concentrarme en el texto. No debía sospechar de mis intenciones, aunque era demasiado astuta como para confiar en mí.

Narok miró a Dacso y él ya sabía lo siguiente que iba a ocurrir, así que abrió las piernas afianzándose en el terreno y adoptó una pose de defensa para enfrentarse a su descomunal adversaria.
- Vas a morir y lo sabes. De nada te servirán tus dotes vampíricas. Soy más fuerte y rápida que tú. -
- Eso pensó él, - contestó señalando con la barbilla el cuerpo de Mayura - y también tu mascota púrpura. -
- Cierto. Ellos te subestimaron, pero…- Narok hizo una pausa en la que tocó la hoja de su espada con una de sus uñas y luego añadió - yo no soy ellos.
Sin más dilación, sus piernas de aguja atravesaron la planicie a una velocidad vertiginosa y lanzó un golpe brutal hacia la cabeza de Dacso con su demoníaca hoja, quien a duras penas logró desviar con su segadora, que se melló un poco donde recibió el impacto. Volvió a atacarle con un corte horizontal, pero la agilidad de Dacso esquivándola consiguió que fallase por segunda vez, lo que aprovechó el vampiro para deslizarse entre sus piernas, agarrar un puñado de ceniza y lanzársela a los ojos. Narok gruñó enfadada y Dacso se dispuso a arremeter contra ella, pero la demonio, privada momentáneamente de su capacidad visual, utilizó el sentido del oído para localizar su posición, y cuando Dacso iba a recolectar otra pierna como hizo con Mayura, esta se giró rápidamente y tres de las enormes uñas de su mano izquierda atravesaron el costado de Dacso, sintiendo un dolor indescriptible que hasta provocó que se le cayera la segadora.
Narok tiró de sus uñas hacia atrás curvándolas para generar mayor desgarro en el vampiro que gritó de dolor y casi no podía mantenerse en pie. Con la misma mano, lo agarró por el cuello, lo levantó del suelo, lo lanzo al aire en vertical y, con la parte plana de su enorme espada, lo golpeó con fiereza en el pecho, saliendo despedido y yendo a caer junto al cuerpo de Mayura.
Cuando se acercó, el pecho de Dacso intentaba recomponerse, pues sus costillas y esternón estaban hundidos parcialmente del golpe. Dacso tosió y una bocanada de sangre cubrió su barbilla.
Narok hincó una de sus largas piernas de aguja en el estómago del vampiro, que intentaba desesperadamente extraerla con ambas manos, aunque fue en vano.
- Antes de destriparte haré una excepción contigo. Voy a rematarte y diré al Centinela que te recolecte aún vivo, ¿qué te parece? -
A Dacso no le dio tiempo a contestar, porque los ojos de Narok se agrandaron y de debajo del pañuelo que tapaba parte de su cara, se le escapó un lamento reflejado en sus ojos.
Al mirar hacia atrás, un hacha de doble hoja le había rajado el gemelo de la pierna de apoyo por cuya herida emanaba abundante y espesa sangre negra. Tras el hacha, un hombre corriente con pinta de guardabosques, la miraba asustado momentos antes de echar a correr en dirección al castillo.

- ¡Maldito humano! - exclamó Narok, y cuando hizo ademán de ir a por él oyó algo metálico, pero no tuvo tiempo de frenarlo y el shamsir persa de Mayura empuñado por Dacso, cortó el aire y se clavó en su rodilla, haciéndole perder el equilibrio y cayendo hacia atrás.

- ¡No, cámbialo! - me grita Narok percatándose de mis intenciones.
- ¡No voy a dejar que traslades tu maldad a este mundo! - le respondo armándome de valor.
- Pues entonces… ¡muereeee! -
Mi cuerpo se eleva rápidamente de la silla de escritorio y salgo lanzado hacia la ventana redonda de mi ático. Mi suerte está echada y en unos segundos atravesaré el cristal y acabaré muerto en la acera, pero mi deber es no dejar que este engendro sacado de mi cabeza acabe con la humanidad, pues es lo que ocurrirá si cumplo con mi trato y la libero de ese mundo espectral que se halla inmerso en las páginas que he escrito.
Esperaba encontrar el cristal de la ventana de un momento a otro, pero tras unos segundos abro los ojos y me veo frenado y suspendido en el aire a menos de un metro de la misma.
- ¿Qué ocurre?, ¿por qué no se cumple mi voluntad? - pregunta la sorprendida voz de Narok, momentos antes de oírse la risa de una voz conocida.
- ¿Tú?, deberías estar muerto… ¿Pero cómo? -
- Has cometido tres errores…madre - dijo la voz de Mayura haciendo especial hincapié en esa última palabra de forma burlona - el segundo, traicionarme cuando te pedí ayuda. El tercero, no rematarme cuando tuviste a bien prescindir de mí. Pero el primero y más importante, permitir que me convirtiese en demonio. O lo que es lo mismo, ya no eres la única que puede comunicarse y controlar al humano que nos ha creado. -
Y tras decir eso, mi cuerpo retrocede suavemente y mis manos se colocan sobre las teclas de la máquina de escribir.
- Y ahora, termina con esto antes de que me abandonen definitivamente las fuerzas - me conviene Mayura.

Comienzo a escribir lo más rápido que puedo, mientras Narok trata de intimidarme sin dejar de gritar.
- ¡Teníamos un trato!... ¡Te mataré!... ¿Qué haces?, ¡deja de escribir! -
Continúo tecleando al tiempo que Mayura me dice:
- ¡Deprisa!, pronto no podré ayudarte. -
- ¿Me has oído?, ¡deja de escribir, maldito seas! - sigue vociferando coléricamente Narok.
Sigo escribiendo mientras Narok continúa amenazándome y lanzando improperios, pero al que ya no oigo es a Mayura, tan solo una respiración dificultosa que va perdiendo cadencia.
Poco a poco, mi cuerpo comienza a elevarse, lo que significa que Mayura está pereciendo y Narok está apoderándose de mí. Aún tengo tiempo de pulsar varias veces más las teclas.
De repente, me separo violentamente de mi escritorio y vuelo hacia la ventana. Esta vez no me detengo, choco contra ella haciéndola añicos y trato de aferrarme a algo. Siento la sangre caliente desparramándose por mis dedos, pues he conseguido agarrarme al marco de la ventana, que está astillado de cristales y se clavan en mis manos. Esto es el fin…
Pero tras unos segundos, tan solo siento el viento y la lluvia azotándome el rostro mientras me sostengo a duras penas para no caerme al vacío. Con gran esfuerzo, consigo elevar una pierna y afianzarla en la rugosa fachada para impulsarme. Finalmente, me aúpo y dejo caer mi cuerpo pesadamente en el interior del estudio. 
Jadeando, me observo las manos llenas de cortes, pero aun así sonrío porque creo que mi treta ha surtido efecto, pues en la hoja que terminé de escribir antes de que Narok tratara de matarme, se podía leer:

Narok, que había caído hacia atrás, buscó con la mirada al hombre que le había infligido la herida con aquella hacha, pues en cuanto el profundo corte se cerrase, cosa que ya había empezado a hacer, iría al castillo a darle su merecido. Pero cuando volvió la vista hacia delante, encontró algo que no esperaba. Dacso estaba ante ella con las garras atadas a la cola de Claws, y antes de que pudiera reaccionar, el vampiro las volteó con rapidez y rasgó con ellas la garganta de la demonio. Con las manos, trató de frenar el gorgoteo de burbujas negras de su cuello, mientras la espuma del cianuro salía a borbotones desparramándose por su pecho. Echó una última mirada a Dacso justamente para ver que este blandía la celeste y pesada hoja de más de dos metros, la cual colocó perpendicular a su cuerpo. Con un movimiento vertical, cortó los clavos que atravesaban la cara de Narok y que sostenían el pañuelo, dejando ver su horrenda faz al completo, para acto seguido y ante el chillido desesperado de ella, ensartarle el ojo con una estocada que le atravesó el cráneo saliendo por detrás y llevándose consigo la masa encefálica de la princesa demonio.

Debí acortar el texto porque casi no me sirve para nada y acabo muerto en la acera, pero ahora que ha funcionado voy a rematarlo. Más tarde iré al hospital a que me curen los cortes de las manos.

Narok, cuyo cuerpo se convulsionaba entre tremendos estertores, había sido derrotada. Más allá estaba el cadáver de Mayura. Y Dacso, que vio cómo la enorme espada desaparecía de sus manos justo cuando ella dejaba de respirar, se sentó en el suelo extenuado justo a tiempo para ver cómo aparecían las raíces del Centinela y atrapaban los restos de ambos demonios.
Dacso sonrió pensando en el irónico final de Narok, succionada por su propio sirviente.
Del castillo apareció en ese momento Sammy, sonriente y portando una especie de candil de resplandor azulado.
- No me lo puedo creer… un humano corriente me ha salvado dos veces la vida - le comentó Dacso.
- Tú también me la has salvado a mí, primero liberándome del ataque de esa bestia púrpura, y ahora de esta gigantesca… cosa - dijo dirigiéndose a Narok tapándose los oídos, pues el chillido inconfundible del Centinela embriagaba el aire, a la vez que el cuerpo de la demonio y su engendrado primogénito, eran absorbidos por la tierra cenizosa y las raíces de la aberración hecha árbol.
- ¿Qué haces con esas lámparas de azufre? - le preguntó Dacso.
- Te dije que cuando saliésemos de aquí, me encargaría de ese dichoso árbol gritón talándolo o quemándolo, ¿verdad? - y tras Dacso asentir, apostilló - pues ya he decidido lo que hacer. -
Dacso rio levantándose con esfuerzo y caminó junto a Sammy en dirección al sendero recto que, tras la muerte de Narok se había vuelto a abrir, y que iba desde la plazoleta ante el castillo hasta la entrada del bosque donde se hallaba el Centinela.


* * * * * *


Epílogo

Con mis manos vendadas, y el escozor de las curas que me habían practicado en el hospital, vuelvo a mi ático. Había sido una madrugada muy larga, pero al fin era de día y el sol brillaba en el cielo dando carpetazo al mal tiempo que parecía acompañar a Narok.
Decidido, voy hasta mi escritorio, cojo la máquina de escribir, aún con la última página escrita insertada en ella y que finalizaba a mitad de hoja, y la cargo junto al montón de folios de aquella historia de pesadilla. Bajo a la calle, me paro ante el metálico bombo de basura, descubro su tapadera, lo deposito todo en su
interior y decido encenderme un cigarrillo. Tras dar una larga calada y exhalar una densa columna de humo, observo aquello y me invade una mezcla de tranquilidad y pena. Sentimientos encontrados de dejar atrás lo que más me gustaba en este mundo, pero al mismo tiempo lo que casi me conduce a dejarlo.
Suspiro, vuelvo a dar una calada al cigarro y sin más dilación, lanzo el cigarrillo sobre el papel, que comienza a arder casi de inmediato. Cierro los ojos y me giro en dirección a casa, pero apenas doy unos pasos y de repente el cielo se encapota de nubes a una velocidad inusitada y comienza a llover de nuevo. Giro la cara y veo que la lluvia ha apagado el fuego del bombo de basura y de él salen las columnas de humo de sus brasas. Desconfiado, regreso y lo cierro con la tapadera. No sé qué espero conseguir con eso, pero al menos me siento más tranquilo. 

Doy media vuelta y avanzo a paso firme hacia el portal, pero un sonido me deja petrificado. Es el inconfundible eco de las teclas de mi máquina de escribir que tan bien conocía. Al mirar hacia atrás, veo cómo la tapadera metálica salta del cubo como el corcho de una botella de champán y va a parar a la acera ruidosamente. El miedo me embarga, pero tengo que acercarme a ver qué o quién ha pulsado las teclas de la máquina de escribir. La lluvia ya me empapa la ropa y el viento racheado me voltea el mojado flequillo hacia un lado como el vuelo de una bandera. Al asomarme al cubo, veo que hay algo más escrito bajo el final de mi relato, y al leerlo siento cómo la lengua se me seca y pega al paladar.
- No puede ser - digo aterrado, cuando leo lo escrito en el papel lo siguiente:

- ¿No te habrás olvidado de mí, verdad? -
El labio me tiembla y noto cómo los músculos de mi espalda se tensan mientras instintivamente me aparto andando hacia atrás sin dejar de mirar el cubo.
- ¿Quién eres? - pregunto susurrando y esperando no recibir respuesta. Sin embargo, las teclas vuelven a golpear el mojado folio. Hasta en siete ocasiones resuena ese ruido metálico tan característico, y acto seguido oigo el rodillo de la máquina girar con velocidad y la hoja sale despedida, haciendo zigzag por el aire y de súbito se estampa en mi cara mojada, quedándose adherida a la misma.
Lentamente, la agarro con mi mano derecha para separarla de mi rostro y leer esas siete letras. Al verlas, un hilo de voz surge de mi garganta para balbucear:
- Abyssus…-


Pepe Gallego

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"Creando mi muerte" por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

7 comentarios:

  1. Después de demasiado tiempo, lo sé, me paso por tu rincón para comprobar, con regocijo, que aquello que fue un proyecto de personajes a los que dar un ORIGEN, es ahora una realidad en forma de entretenidas historias, un reparto interesante y donde se adivina, sin duda muchísima ilusión y talento. ENHORABUENA Y ABRAZUCU DESDE MI VILLA! Toda mi energía violeta!

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    1. Muchísimas gracias por tus palabras, por tu apoyo, pero sobre todo por leerme, Lucía, pues conozco de primera mano lo complicado que es sacar tiempo para ello.
      Seguiré luchando por hacer que ese tiempo que todos empleáis en leerme, os merezca la pena. ¡Un abrazo violeta!... ;)

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  2. Maravilloso. Te doy sólo un consejo: cuidado con lo que cuelgas en un blog. Te lo digo por experiencia. A mí me llegaron a plagiar, es decir, copiar, palabra por palabra uno de mis textos, cambiando sólo el título y añadiendo como autor a otra persona.

    Tuve la suerte de que pude contactar con el resposanble de la plataforma y demostrarle que la obra era mía, que hacía muchos meses que la había colgado antes de que el otro personaje anónimo lo hiciera.

    Mis consejos (si quieres tomarlos, por supuesto):

    1- Registra la obra, bien en la propiedad intelectual del sitio donde vivas, o bien en un sitio menos seguro pero también fiable: Safecreative. Sé lo que habrás escuchado: que allí se cuelga de todo, etc, etc, etc. Sí, y no garantiza nada más que demostrar mediante tarjetas informativas, que antes de hacer público tus relatos, ya los tenías registrados en algún lado.

    2-Olvida los blogs. Sé que quedan chulísimos, pero no te garantizan seguridad alguna. Autopublica en Amazon o bien en Lulú (yo prefiero esta plataforma porque te respeta márgenes y tipo de letra) Puedes publicar de dos formas distintas, como pdf o como libro para imprimir quien quiera tenerlo así. Es totalmente gratuito. Tienes tu spotlight y todo, que es como una tienda pequeñita para tus productos. Y te dan hasta código de barras ISBN. Te asignan un número.

    Te digo todo esto porque me da pena cuando veo la ilusión y el trabajo con que se hace esto para que luego venga un enterado y pueda hacer con tu obra lo que le de la gana. De la otra forma también, incluso con lso derechos de autor propios, porque si se hace al otro lado del océano, no te vas a meter de abogados, pero al menos es mucha más protección que la que te da un simple sitio como blogger.

    Te dejo mi spotlight en Lulú para que eches un vistazo, por si te animas.

    http://www.lulu.com/spotlight/Myosotis_Rowan

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    1. Hola. Muchas gracias por los consejos. La verdad es que hay muchos desaprensivos aprovechándose del trabajo ajeno impunemente.
      Voy a echarle un vistazo a lo de Lulú, y si me resulta interesante no dudaré en pasar allí los escritos, al menos las novelas cortas.
      ¡Muchas gracias!

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  3. Gracias por leerlo y participar :)
    El e-mail del ilustrador es: fcoj.galan@gmail.com
    Saludos.

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  4. Excelente ejercicio de narrativa. Original y entretenida historia. Mucho ánimo y suerte para seguir el camino...

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    1. Me alegro mucho que te guste. Muchísimas gracias por leerme y por participar.

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