lunes, 27 de enero de 2014

"Lágrimas negras"



“Lágrimas negras”


Como unos agitados rápidos navegados por campeones del remo, descendían por su sucia mejilla. Pero no había canoas deportivas ni surcaban aguas. Eran sus lágrimas que transportaban la espesa carga del malvivir. Duros momentos repletos de amargura y desasosiego, que durante demasiado tiempo habían acunado suciedad, abandono, pena, desesperación, y sobre todo, hambre. Todo ello aderezado con el rechazo del anonimato, con la mugrienta capa que le maquillaba gratuitamente la cara. Y es que arrastraban tanto aquellas lágrimas negras, que era difícil no pensar en las situaciones que la vida le obligó a masticar.


La tristeza de soportar cada noche, una violación encubierta de venta voluntaria a la asquerosa cara desconocida que asomaba en la oscuridad de un cuatro ruedas. Anidaban enredadas en su raído pelo, las luchas con otras fieras salvajes disfrazadas de humanos, peleando por expoliar el interior de un puerco contenedor.

Ahora, sentada en un banco del parque, sabía que su hora había llegado. Nunca perdió la esperanza de que algún día llegara esa vuelta de hoja para una vida sin rendición, y ese momento había llegado.

Al verla aparecer por la esquina de la avenida, se dio cuenta de lo mucho que la quería y del estúpido tiempo que el orgullo le hizo tirar.
Con la manga de su roñoso abrigo, Aurora limpió aquellas lágrimas negras que a pesar de su color, y por primera vez en mucho tiempo, eran de una felicidad inmensa.
Dobló el arrugado papel con el número de teléfono escrito, y sin esperar a que llegase a su altura, se abalanzó a ella besando con pasión su ajado rostro marcado por la vigilia de sufridores años.
- ¡Lo siento, mamá! -
- ¡Hija! - fue lo único que la congoja dejó escapar de la garganta de su madre, y así estuvieron un largo rato abrazadas.

Esa noche, Aurora enjabonó su vergüenza y limpió su orgullo en las calientes aguas de una bañera, la misma en la que un día su madre la bañaba.

Pepe Gallego

Licencia de Creative Commons
"Lágrimas negras" by Pepe Gallego is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

lunes, 20 de enero de 2014

Mi relato "El atardecer de un soldado" narrado por Lucía "La Maga"

Este relato ha cobrado vida narrado en audio a través de la cálida y aterciopelada voz de Lucía "La Maga"

Es todo un privilegio que el blog http://suspirarenvioleta.blogspot.com.es/ , lo haya decidido compartir a través de la voz de La Maga.

Cuando abráis alguno de estos relatos, antes de empezar a la izquierda bajo el título, una flecha señalará la palabra "Escúchame" en amarillo. Pinchad en ella y @LaMagaSoy1 os lo cuenta.
Aquí debajo os dejo el relato que debuta con este formato:

La crueldad de la vida, la compasión de La Muerte...

"El atardecer de un soldado"





viernes, 10 de enero de 2014

"El Purgatorio"

“El Purgatorio”

El pulso de Enrique se aceleraba por momentos. Un sudor frío le perlaba la frente y goteaba como una tubería rota por su espalda empapándole la camisa. Él nunca había hecho algo así, pero había perdido la apuesta y era un hombre de palabra, debía cumplir con lo pactado, y ella tampoco le permitiría lo contrario.
Cuanto más ascendía, más carraspeaba, pues el picor de la garganta iba en aumento. Sus ojos recorrían el habitáculo a velocidad de vértigo y su tez estaba adquiriendo un tono amarillento como el de un enfermo de hepatitis.
- Tranquilo cariño, no te pongas nervioso. -
- ¡Claro, para ti es muy fácil decirlo, no te jode!... ¡como tú no tienes vértigo! -
- Pues una apuesta es una apuesta. -
- Ya, pero sé razonable amor mío, ¡que me estoy poniendo muy malo! -
- Pues no haber apostado. Además, te di dos opciones, pudiste coger la otra. -
- Sí claro, ¡y un carajo voy a cantar yo en un bar de karaoke! - 
- Pues entonces esto es lo que hay. -
- ¡Ay!, que fatiguita más mala… -
- Que cruz de hombre, por Dios - comentó Matilde resoplando exasperada, pero ya Enrique ni le oía. 


Habían abierto la portezuela y ver el exterior le dejó petrificado. Tampoco escuchaba al instructor, que le estaba explicando lo que debía hacer. Enrique solo sudaba.
De repente, un intenso olor acre comenzó a dominar el cubículo en el que se encontraban.
- ¡Ufff, que peste! - comentó ella colocando los dedos en su nariz a modo de pinza.
Enrique volvió en sí y la miró con una mezcla de miedo y culpabilidad dibujados en el rostro.
- ¿No me irás a decir que te has… -
- ¡Sí, me he cagado, joder! ¡Ya te dije que me estaba poniendo muy malo! -
- Oiga - intervino el instructor esforzándose para hablar mientras arrugaba la nariz - si quiere podemos dejarlo.
Enrique viró la vista hacia su esposa y al ver la expresión de esta, comprendió que si se echaba atrás lo iba a lamentar. Así que respiró hondo un par de veces, miró al instructor y dijo resignado:
- No, lo voy a hacer. -
- ¿Tiene usted claros los pasos a seguir? -
- Sí…- y añadió mirando de soslayo con media sonrisa forzada al instructor - más me vale. -
- Bueno, pues cuando usted quiera. -


* * * * * *

- Pues sí tío, eso fue lo que pasó. Y ahora, me veo aquí con un numerito en la mano, una cola de mil demonios y un cabreo de cojones. -
- Es que aquí también han hecho recortes. -
- Yo pensaba que esas cosas no existían en la divinidad. -
- Yo no sé en el Reino de los Cielos, pero aquí en el Purgatorio está la cosa tensa, anoche cuando llegué me encontré a unas cuantas de almas indignadas porque les habían dicho que el Demonio les había hecho un ERE. -
- ¡No jodas! -
- Ya te digo, macho, en el Infierno está la cosa que arde…Pero volviendo al tema de tu muerte, ¿el paracaídas de emergencia tampoco se abrió? -
- ¿El de emergencia?, con la anilla me quedé en la mano. -
El otro, desvió la mirada con cara de circunstancias, y tras unos segundos añadió:
- Vaya, qué mala suerte. Debiste pasar un mal rato, aunque supongo que todo sería muy rápido. -
- Yo lo único rápido que vi fue el suelo acercarse. -
- Pues ya lo siento tío. -
- Bueno, hace una semana de eso, ya debería haberlo asimilado, pero me cuesta. -
- ¿Una semana has tardado en venir?, yo llegué del tirón, en apenas unas horas. -
- Sí, es que me resistía a marcharme del mundo terrenal, pero cuando me di cuenta de que aun siendo fantasma, no podía mover objetos ni nada, me aburrí y me vine. Además, me dolía ver a mi mujer llorando y demás. Luego, debido a esa demora, tuve problemas de papeleo al venir hacia acá y por eso tardé unos días más en llegar. Pero dejemos de hablar todo el tiempo de mí, ¿qué me dices de ti?, antes dijiste que llegaste anoche, ¿todo ese tiempo llevas esperando la cola? -
- Sí, tengo el número 666. -
- El número de la bestia, vaya coincidencia, ¿no? -
- Más que coincidencia creo que es premonitorio. -
- ¿Por qué dices eso?, igual te toca ir al Cielo. -
- Que va, yo era muy malo, voy de cabeza al Infierno, seguro. -
- ¿Tan mala persona eras en vida? -
- No, pero era muy malo como empresario. -
- Pero hombre, esa no es razón para que te consideren mala persona. -
- No sé qué decirte - dijo el otro desviando de nuevo la mirada antes de añadir - que se lo pregunten a la que me mató. –
- ¿Te mató una mujer? -
- Sí. Una esposa cabreada. Entró en la fábrica buscando al dueño y cuando llegó a mi despacho me dijo su nombre y que aquello era en venganza por su marido, antes de pegarme un tiro en el pecho. -
- ¡Coño, qué hiciste! - comenzó a preguntar Enrique con media sonrisa - ¿despediste al marido? -
- En ese momento estaba desconcertado, pero intuyo que me lo cargué. -
- ¿Cómo que lo intuyes?, ¿te cargas a un tío y no lo sabes? -
- Mira, el 665, - dijo el otro cambiando de tema - me va a tocar ya - añadió mientras se levantaba y le estrechaba la mano deseándole - espero no verte por el Infierno. -
- Bueno, de todos modos encantado de conocerte. -
- Lo dudo mucho - dijo este con gesto pensativo.


Enrique se quedó un poco descolocado mientras veía alejarse a aquel hombre en dirección al mostrador. Tras un rato en que la chica de la ventanilla formalizó los trámites, le indicaron la puerta por la que salir, la que llevaba al Infierno. Cuando el tipo encaminó sus pasos hacia la salida, se volvió y sonrió a Enrique. Este, con un gesto de la mano, le indicó que esperase y acudió raudo a la zona de mostradores.
- Oye, no me has dicho de qué tipo de empresa eras dueño y por qué te mató aquella mujer. -
El tipo titubeó unos instantes, pero al final dijo sonriendo:
- Creo que te voy a ver en el Infierno muy pronto. -
- ¿Y eso por qué?, preguntó Enrique extrañado sin entender aquella afirmación.
- Porque mi empresa era de paracaídas… ¿tu mujer no se llamaría Matilde, no? -
- ¡¡¡Me cago en tus muertos!!! - gritó encolerizado Enrique saltando el mostrador, mientras el otro escapaba corriendo y riéndose en dirección a la salida hacia el Infierno.

Pepe Gallego

Licencia Creative Commons
"El Purgatorio" por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.