martes, 19 de noviembre de 2013

"Sin aliento" (Capítulo VI)

Capítulo.6 - “El manto blanco”




Eddie inició la carrera de vuelta hacia la cabaña al ver que Brandi encañonaba a Bubba. Ese hombre le había rescatado cuando andaba perdido por el bosque, le llevó al refugio, le suturó la herida y facilitó su huida por la puerta de atrás que conducía a las montañas. Estaba decidido a hacer algo para ayudarle, así que antes de llegar a la parte trasera de la cabaña cogió una piedra del suelo para lanzársela a Brandi, y de este modo al menos crear un momento de confusión para que Bubba pudiese tener una oportunidad de escapar o dar la vuelta a la situación. Pero la cosa se complicó al ver que Chazz se acercaba desde los lindes del claro. Oyó los reproches de Brandi y entendió que el amasijo negruzco que segundos antes estaba completamente envuelto en llamas, era el tal Marvin. Aquel cabronazo había sido el principal artífice de que ahora él fuese la presa de esa demencial cacería, pues según le confesó antes de que le lanzaran ladera abajo, le eligió en el bar de carretera. Quizás lo que estaba pensando ahora le convertía en más inhumano, pero la realidad era que no sentía la más mínima lástima por ese tipo convertido en improvisada y chamuscada barbacoa.
Inmerso en aquellas elucubraciones, echó una ojeada rápida tras de sí, porque le inquietaba no haber visto aún al del gorro de cowboy. Los tres disparos le sobresaltaron, y al mirar esperando ver a Bubba como un colador, sus ojos se desorbitaron al observar a Brandi caer al suelo abatida por la pistola de Chazz. Pero lo más sorprendente llegó al escucharles hablar. No solo lo habían preparado todo para librarse de sus compañeros antes de que pudieran irse de la lengua, sino que el cowboy había caído víctima a partes iguales por Shelby, a la que Brandi había conseguido herir pero que aún continuaba con vida, y de la crueldad de Chazz. También oyó que el indio debería haber sido el tercer componente de ese trío para cazarle, por lo que la pizca de misericordia que llegó a concebir tras su dantesca muerte a garras y fauces de la osa, desapareció al instante.
Eddie sentía la ira producida por el engaño de Bubba, y se maldecía a sí mismo por haber sido tan ingenuo. Lo que no entendía era por qué el guardabosques no lo mató en el acto. Tras unos segundos de reflexión, llegó a la conclusión de que quizás le era útil para atraer la atención de los otros e irlos eliminando. Una especie de conejillo de indias, ese había sido hasta el momento su papel. Al menos, era una teoría.
Negó con la cabeza, como sacudiéndose esos pensamientos, respiró hondo y trató de dejar a un lado su indignación para volver a pensar con la mente fría.
Por lo que acababa de oír, ahora irían a por él, pero se creían tan seguros de sí mismos y sus capacidades para darle caza, que antes decidieron dejar la horrenda escena lo más limpia posible de pruebas, así que disponía de unos minutos para huir. Bubba se vanagloriaba de haberle enviado hacia las montañas donde podrían acorralarle, por lo que Eddie sopesó rodear el lugar y volver por donde había venido. Pero entonces recordó que no solo no conocía la zona por la que debía volver y aún menos de noche, sino que otra amenaza podría asaltarle por esos parajes, Shelby. Así que descartó esa idea y prefirió correr lo más rápido posible hacia las montañas. Quizás encontrase una cueva en la que cobijarse de la fría noche de Chugach, descansar un poco para recobrar fuerzas, trazar un plan y continuar antes de que aparecieran las primeras luces del día, pudiendo ver mejor tanto el terreno como a sus perseguidores.
Ellos eran experimentados cazadores, sabían cómo seguir un rastro y además conocían el territorio perfectamente, por lo tanto y aunque la oscuridad no beneficiaba a nadie, siempre serían más efectivos que él. Pero si lograba darles esquinazo durante las horas nocturnas, podría tener una mínima oportunidad de escapar de aquella pesadilla por la mañana.

Sumido en esos pensamientos que pululaban a toda velocidad por los entresijos de su mente, se percató de que había dejado de llover, y eso era un arma de doble filo. Por un lado, la lluvia ralentizaba lógicamente su escapada, por lo que constituía una buena noticia el que dejara de arreciar. Sin embargo, también estaba el contrapunto. Al parar de llover, sus pisadas en el blando firme no se difuminarían, con lo cual les resultaría más sencillo seguirle el rastro. Sea como fuere estaba jodido, así que su única prioridad ahora mismo era poner pies en polvorosa y alejarse del refugio para sacar toda la ventaja que sus jóvenes piernas pudiesen proporcionarle.
Automáticamente le vinieron a la cabeza las palabras de Chazz diciéndole:
“Aquí tus cualidades de jugador de fútbol americano no te servirán de nada”.
Por lo pronto, su entrenado cuerpo le había servido para mantenerse con vida, y eso ya era mucho.
Dándole vueltas a ese hecho, continuó su travesía entre tinieblas por el escarpado terreno.



* * * * * *


- ¡Ufff, cómo huele el condenado! - comentó Bubba tras depositar lo que quedaba del cuerpo de Marvin junto al de Brandi, oculto tras un talud de tierra y sobre el que colocó unas ramas con abundantes hojas.
- ¿Qué esperabas?, está achicharrado. -
- Ya…Bueno, ya hemos terminado. Es momento de ajustar cuentas con ese malnacido. -
- No te preocupes, le encontraremos pronto. El sendero que ha tomado le guía hacia la ladera este, aparte de que ahora sin lluvia será más fácil seguir sus huellas. -
- ¿Y si le da por rodearnos y volver por dónde vino? - preguntó Bubba rascándose el mentón pensativo.
- ¿Bromeas?, es de noche y vio cómo la osa se zampó al indio, ¿tú crees que sería capaz de adentrarse en ese territorio? Será inexperto, pero no imbécil. -
- No, supongo que tienes razón. -
- Claro que la tengo. Apuesto lo que sea a que estará intentando alejarse lo máximo posible de nosotros y buscar una cueva donde pasar la noche. Debe estar exhausto, hambriento y muy asustado. Ni siquiera sabe los que somos persiguiéndole. -
- En eso creo que te equivocas, mira - le contradijo Bubba señalando al suelo cuando iniciaban el sendero tras la cabaña.
- Sus huellas vuelven y de nuevo se van - comprobó Chazz.
- Exacto. Es probable que me viese encañonado por Brandi y tuviera la intención de echarme una mano. -
- Sí, pues se arrepintió. Seguramente ya sepa lo que ha ocurrido y eso nos da dos respuestas, una mala y otra buena: La mala, sabe que somos dos los que le perseguimos, por lo que ese factor sorpresa se ha esfumado. Y la buena, que nos lleva mucha menos ventaja de la que pensábamos, estas huellas son muy recientes. -
- Vamos, no hay tiempo que perder. Él se mueve más torpemente que nosotros por aquí. Si apretamos el paso le recortaremos distancia con facilidad. Andando - y Bubba se adentró con paso firme por el sendero, seguido de Chazz.



* * * * * *


Tras dejar de llover, la temperatura había bajado de manera drástica y el frío comenzaba a atenazar el aparato locomotor de Eddie. Hacía un rato que ya no transpiraba por el esfuerzo del avance, y el sudor que llevaba adherido a su camiseta interior le estaba helando el torso. Cada cuarenta o cincuenta metros, echaba una ojeada hacia atrás intentando de cerciorarse de su ventaja. Seguía sin ver ni oír nada, aunque en realidad no sabía qué era peor.
Un trozo de hierba se desplazó bajo su pisada y el muchacho resbaló lateralmente, cayó al suelo y de inmediato clavó sus dedos como garfios en el barro tratando de no deslizarse ladera abajo. No sin esfuerzo, recobró la verticalidad y notó la frialdad del pantalón empapado contra la piel. Su aliento entrecortado desprendía pequeñas ráfagas de vaho que se elevaban y difuminaban en la absoluta oscuridad reinante.

De pronto, algo frío rozó su mejilla. Miró hacia arriba y aquello golpeó suavemente la negra piel de su rostro por varios puntos. En ese momento comprendió que avanzar se hacía cada vez más difícil y peligroso, pues si aquellos copos de nieve subían su ritmo de precipitación y lo pillaban en mitad de algún punto oscuro, máxime con el agravante de su total desorientación, el problema podría ser mucho peor que el de sus perseguidores. Además, estaba cansado, hambriento y le dolía una barbaridad el hombro.
Convencido de que refugiarse era la mejor alternativa, miró a su alrededor hasta donde la oscuridad permitía ver. Forzando todo lo que pudo la vista, a unos cien metros más arriba vislumbró la silueta que parecía pertenecer a una parte rocosa de la pared de la montaña, que seguramente albergaría alguna cueva. Al menos esa era su esperanza, porque de no ser así se vería obligado a permanecer a la intemperie, lo que le reservaba un lugar casi asegurado en la congelación.

Resoplando, alcanzó la zona y vio con satisfacción que aunque equidistantes entre sí, había grietas que se adentraban en el peñón, unas más anchas, otras más estrechas, unas apenas servían como cornisa o tejadillo, otras parecían tener bastante profundidad… En definitiva, había hallado lo que necesitaba, pero ya no estaba tan claro lo que podía alojarse dentro.
Su primera intención fue entrar en la más amplia, pero desechó la idea cuando pensó en Shelby. Si la cueva era grande podría encontrarse a un oso, ya fuese la osa o cualquier otro ejemplar de su especie, aparte de que era más fácil localizarle en un lugar cuya entrada dejaba ver el interior, y eso sin contar que a mayor amplitud se colaría más viento frío.
Y aunque estuviese vacía, otro animal de grandes proporciones podría estar buscando una cueva así y sorprenderle durante la noche. Sea como fuere, era un riesgo que no merecía la pena correr, así que anduvo junto a la pared de piedra hasta que un par de minutos después encontró lo que quería. La abertura era más pequeña pero se accedía sin problemas.
Cuando ya casi había entrado, algo le impulsó a detenerse. Un nauseabundo olor proveniente del interior de la cueva, le hizo taparse la nariz y la boca con la mano. Tuvo que hacer un sobreesfuerzo para no vomitar. El pestilente hedor era tan intenso, que Eddie tuvo que salirse un momento de la cueva y respirar el frío pero limpio aire del exterior. Pensó en marcharse, pero era una pena dejar aquella cueva que parecía ser el lugar perfecto. Durante unos segundos maduró la idea de que quizás lo que se encontraba dentro era el cadáver de un animal muerto, y si este no era muy grande, trataría de sacarlo de allí y quedarse en la cueva en cuanto se renovase unos minutos el aire. Se decidió a acercarse de nuevo a la abertura, conteniendo esta vez la respiración, y oír si efectivamente no había ningún animal dentro.
Una mezcla de curiosidad y desconfianza le hicieron decir un absurdo “hola”, como si fuese a haber alguien que le respondiese en el interior de esa gruta. Y sí que recibió una respuesta, la de su propio eco. Se dijo a sí mismo que tanta desconfianza empezaba a convertirle en un ser pusilánime, por lo que dio un paso adelante, pero tan pronto lo hizo un chillido ensordecedor le hizo retroceder tapándose los oídos con ambas manos. Como una siniestra avalancha, cientos de aleteos surgieron de la oscuridad avasallando al chico, que se apartó de la grieta cayendo hacia atrás en el húmedo barrizal, mezcla de tierra, agua y una fina capa de nieve que comenzaba a asentarse. Una brizna de luz de luna que atravesaba tímidamente las nubes, fue suficiente para ver cómo una bandada de zorros voladores, una especie de murciélago que con las alas extendidas alcanzaban el metro y veinte centímetros, salía en estampida al exterior dando síntomas inequívocos de su enfado al ser molestados del confortable descanso que disfrutaban en su morada. Eddie se cubría la cabeza con los brazos, pues fue literalmente desposeído de su gorra de los Detroit Lions, que se perdió en la oscuridad.

Pasados unos segundos de confusión y hasta miedo, el muchacho escuchó cómo el sonido de
batir de alas y chillidos de los últimos quirópteros se alejaba.
- ¡Me cago en los putos bichos! - dijo alzándose del suelo sacudiéndose los pegotes de barro y nieve.
Tras recomponerse y desechar automáticamente la maloliente cueva, pues era evidente que estaría cubierta de los excrementos de los murciélagos y que tan mal olor le daban, continuó adelante. Tardó poco en encontrar otra grieta que le pareciese adecuada. Esta era muy estrecha, bastante más que la anterior. Eddie asomó la cabeza, escuchó y volvió a decir eso de “hola”, pero más tímidamente y apartándose de inmediato hacia un lado por si acaso. Pasaron unos tensos segundos en los que nada se oyó. Repitió la operación aunque esta vez con voz más alta y grave. El silencio por respuesta es lo que recibió.
Miró atrás, pues hacía rato que no se aseguraba de que estaba solo. Seguía viendo únicamente oscuridad y ni rastro de los indeseables Chazz y Bubba. Titubeó un momento, respiró hondo y fue a entrar. Se tuvo que quitar la mochila e introducirse de perfil para pasar por la abertura, y aun así entraba muy justo. Al pisar el interior, notó el suelo desprovisto de hierba pero parecía estar seco, aunque no veía absolutamente nada. En ese instante recordó el pedernal, pero no sabía si se lo habían quitado cuando le registraron. Introdujo la mano en el macuto, y tras unos instantes palpando, resopló con alivio al notar el frío metal del artilugio.
El chico era consciente de que prender un fuego podría prolongar ese resplandor fuera de la cueva y dar una pista de su ubicación exacta, pero no tenía más remedio que encenderlo para calentarse y secar su ropa o moriría de frío esa noche, que traía consigo la primera nevada de la temporada y además elevaba cada vez más su cadencia de precipitación. Esta, unida al viento racheado que se estaba levantando, comenzaba a componer un panorama más serio de lo esperado. No en vano, las montañas Chugach colindaban con las de Wrangell y San Elías, en lo que era denominado como “El reino de montañas de América del Norte”. Y no era para menos, pues nueve de los dieciséis picos más altos de Estados Unidos se encontraban entre esta unión de cordilleras, incluido el propio Monte San Elías con 5.489 metros, o el propio Monte Wrangell, uno de los volcanes activos más grandes del país. Eso sin contar el glaciar Nabesna, de 128 kilómetros de extensión, una maravilla de la naturaleza como el Hubbard, que es un enorme glaciar de mareas, y también el mayor glaciar no polar de América del Norte como es el Malaspina. Pero a Eddie, que desconocía la mayor parte de esos datos geográficos, ahora mismo le importaba poco. Lo único que le preocupaba era el acusado bajón de temperatura con el consiguiente frío, y probablemente la ventisca que traía asociada. Ello no era del todo malo, pues con un temporal así sus enemigos tendrían que resguardarse como él, pues serían maníacos asesinos pero no unos idiotas. Dentro de la dificultad añadida que planteaba la nevada en la situación, al menos se podía sacar algo bueno, pues el blanco manto ayudaba a ocultar sus huellas.
- Joder, a ver dónde encuentro ahora ramas secas para encender un fuego - reflexionó Eddie en voz alta.
Con resignación, entendió que debía salir a buscar antes de que fuese demasiado tarde y la nieve le impidiera moverse con soltura. Al apoyar la mano en la pared de la cueva para deslizarse nuevamente por la grieta hacia el exterior, notó una textura seca y rugosa que le hizo apartar la mano de inmediato. En la profunda oscuridad, trató de aguzar la vista. Podía ver muy poco, casi nada, pero era suficiente para observar que esa pequeña masa deforme que yacía en un hueco de la pared no tenía vida, o al menos no se movía. Lentamente la agarró y al tirar de ella comprendió lo que era. Yesca seca. Desconcertado pensó que era rarísimo encontrar eso en el interior de la cueva, pues la yesca suele ser un hongo adherido a la corteza de los árboles.
- ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? - balbuceó pensativo.
Sea como fuere, le servía de maravilla para arrancar un fuego con el pedernal, pero para prenderlo completamente seguía necesitando ramas secas.
Tras resoplar, colocó a tientas la mochila en el suelo junto a la pared, y a su lado el trozo de yesca que había arrancado. Salió de la hendidura cavernosa y rápidamente sintió lo confortable que era comparada con el exterior. El viento helado azotaba su rostro y la nariz comenzaba a quejarse al respirar. Anduvo en línea recta hacia un árbol cuya silueta vislumbraba desde la entrada a la grieta, que debía estar a unos quince o veinte metros. Su copa era frondosa, pero aun así el agua había corrido por buena parte del tronco y las extremidades de este. Observó una rama baja y comprendió que, a pesar de estar mojada y que prenderla sería complicado, debía intentar arrancarla. En realidad no tenía muchas más opciones, así que empezó a tirar de ella, pero aunque esta se combó no terminaba de partirse. Eddie insistió, y esta vez saltó para que su peso le diese un plus de fuerza al dejarse caer a plomo. La rama crujió y el tesón del muchacho obtuvo recompensa. Repitió la operación dos veces más con sendas ramas, y una vez desprendidas pensó que cuando las partiese en trozos tendría más que suficiente para que la hoguera le durase, así que volvió sobre sus pasos y entró de nuevo a la cueva.



* * * * * *


- Chazz, vamos a tener que parar, el temporal se está poniendo cada vez más feo. -
- Si nos detenemos ahora él tendrá más tiempo para escapar. -
- ¿Y a dónde crees que va a escapar?... Vamos, piensa un poco. Está solo, herido, en mitad de la ladera de una montaña que no conoce y probablemente calado hasta los huesos. Si seguimos adelante puede que seamos nosotros los que tengamos problemas, ya sabes lo traicionero que puede ser este lugar, sobre todo de noche y nevando. -
Chazz agachó pensativo la cabeza, y al poco la alzó mirando a Bubba y contestando:
- Tienes razón. Bajemos al refugio, aún estamos cerca. No pienso pasar la noche en una asquerosa cueva. -
- Por supuesto, ni yo tampoco. Antes del alba, si vemos que ha dejado de nevar, saldremos a buscarle e intentaremos recuperar el terreno perdido. -
- No hace falta buscarle - contestó Chazz sonriendo - sabremos dónde estará.
- ¿Y cómo estás tan seguro? - preguntó con voz incrédula Bubba.
- Porque si sigue con vida y continúa su huida por la ladera, a esta hora ya estará refugiado del temporal en alguna gruta sabedor de que nosotros haremos lo mismo. Pero si no quiere amanecer “fiambre” por la helada, deberá encender un fuego. Por eso, cuando ordené a TJ registrar su mochila, no le quité el pedernal. -
- Entiendo - sonrió el orondo guardabosques - y cuando bajemos al refugio y miremos hacia arriba, en la oscuridad se distinguirá perfectamente el resplandor o el humo de ese fuego y podremos localizar su ubicación exacta, ¿cierto? -
Chazz afirmó guiñándole un ojo, a lo que Bubba contestó golpeándose la sien con el dedo índice:
- Eres listo, tío. -
- Venga, bajemos al refugio, estoy hambriento y debemos descansar para la emocionante cacería que se avecina mañana. -



* * * * * *


Había partido las ramas a patadas, colocándolas apoyadas entre el suelo y la pared. La yesca fue perfecta para prender la chispa que el pedernal le proporcionaba, pero los troncos sudaban humedad y desprendían bastante humo, aunque al menos ya había conseguido lo más complicado, encender el fuego.
Eddie, sentado cerca del mismo, miró hacia la pared de donde había arrancado la yesca comprendiendo cómo había llegado hasta allí. Un nido abandonado en una hendidura de la roca. Sintió una tremenda gratitud por el ave que lo habría construido. Volvió la vista hacia la mochila y comenzó a hurgar en ella con el fin de hacer inventario de lo que disponía. Lo primero que sacó fueron las dos latas de conservas. Antes de salir de Detroit, un amigo le comentó el tema de la comida que se auto-calienta, cosa que le liberaba de llevar encima el engorroso y pesado camping gas. Estas latas llevaban un sistema de apertura y pulsación en la parte inferior del envase, y en pocos minutos tenías un plato caliente con el que llenar el estómago, sin necesidad de usar ningún artilugio para lograrlo. Y aunque tenía sus dudas de si comerlas o no, pues el olor podría atraer a algún animal, estaba tan hambriento que apenas dudó en girar una de ellas y activar el “mágico” mecanismo que lo hacía posible. Como el proceso tardaba unos minutos en tener lista la comida, mientras tanto continuó rebuscando, pero no halló el pequeño botiquín, el neceser, ni tampoco la mayor parte de la ropa. Recordaba que Chazz ordenó a TJ que le quitase ciertas cosas, pero estaba casi seguro de que precisamente esas no las mencionó. Maldijo entre dientes al tipo del sombrero de cowboy por haber actuado por su cuenta quitándolas, y aunque su ética no quería admitirlo, en su foro interno se alegró del trágico final que había tenido.
Siguió palpando y notó algo lanoso.
- ¡Coño, mis guantes! - dijo sorprendido y contento.
Tras observarlos casi con la ilusión de quien abre el envoltorio de un regalo, los colocó a un lado y continuó examinando el macuto. Una camiseta interior y liada en ella, circunstancia por la que probablemente el cowboy no la viera, una tableta de analgésicos. Eddie la cogió de casa en el último momento por si la necesitaba, y la echó en el interior de la mochila sin pararse a meterla en el botiquín. Realmente ni se acordaba de ella, pero ahora pensó que le vendría de maravilla para mitigar algo el dolor que sentía en el hombro.
Tras revisarlo todo, hizo balance de lo que necesitaba.
No tenía botiquín, por lo que tocaba rezar para que la herida suturada por Bubba no se infectase. También reparó en que estaba sediento, pero no se preocupó pues no dejaba de nevar, así que cuando acabase de comer, la misma lata que contenía el alimento le serviría para obtener la nieve caída y calentarla junto al fuego hasta que se deshiciese y poder de ese modo beber. No era muy higiénico, evidentemente, pero era mejor que deshidratarse.



* * * * * *


La cortina de nieve había intensificado su cadencia de precipitación, y la apariencia de las calles comenzaba a cambiar significativamente. Pocos transeúntes se veían ya por las avenidas, y los que quedaban ya apretaban el paso en dirección a sus casas, o aprovechaban algún bar abierto para refugiarse en su interior. La noche amenazaba una fuerte nevada y pronto estaría todo desértico. Todo esto lo estarían pensando Kobe y Bill, ambos montados en sendos quads y observando el panorama desde la puerta del garaje.
- Deberíamos abortar la idea de ir allí, Kobe. No pinta bien la nevada y podríamos tener muchas dificultades si nos sorprende en el monte - comentó Bill con un tono de voz que intentaba destilar coherencia.
- Lo sé - dijo con gesto contrariado su compañero - ¿pero qué será de Bubba? -
- Es un hombre experto, mucho más preparado que nosotros. Sabrá arreglárselas. -
- Supongo que sí. Espero que no esté herido. -
- En cualquier caso, es muy difícil que consigamos llegar hasta allí con este temporal. Lo mejor que podemos hacer es volver adentro, decirle a Conrad que se marche a casa hasta por la mañana, que es cuando le toca incorporarse, y entonces ir a echar un vistazo al refugio con las primeras luces del alba, si es que el tiempo lo permite, claro. -
Kobe asentía mientras forzaba la vista hacia el final de la calle como intentando ver algo. Con media sonrisa, levantó el dedo índice de la mano derecha y dijo:
- Parece que a él no le afecta la nevada - señalando a un caribú que trotaba despreocupado por un parque colindante.
- Esperemos que se quede ahí y no provoque ningún accidente. -
- En fin - dijo resueltamente Kobe - vamos dentro y dile a Conrad que se marche. ¡Ah!, y haz café, lo necesitaremos porque intuyo que será una noche larga. -
- ¿Crees que la tienda de Nelly estará abierta aún? - preguntó Bill frotándose el mentón.
- Estás pensando en hacer acopio de Donuts, ¿verdad? -
- Tú lo has dicho - sonrió con complicidad Bill - va a ser una noche larga. -
- Anda ve - concedió con resignación aunque de buena gana Kobe - y tráeme un par de esos Donuts con glaseado de fresa por encima - y ante la mirada asombrada de Bill, apostilló - no sé por qué te sorprendes, sabes que me encantan. Yo iré haciendo el café. -



* * * * * *


- Joder, Chazz, ¡no distingo nada!, creí que sería más sencillo localizarle en la oscuridad, pero la noche cerrada y la maldita ventisca no dejan ver bien. -
- Un segundo - dijo Chazz cogiendo el arco compuesto del indio y mirando por su objetivo telescópico.
- ¿Ves algo? -
- Espera - contestó el rubio, que durante un rato estuvo oteando las tinieblas a través de la ventana del refugio. Mientras tanto, el guardabosques sacó unas latas de conserva de debajo de la pequeña cocina del fondo de la cabaña, activó la bombona de gas, encendió uno de los quemadores y comenzó a calentar unas albóndigas.
- No es que sea precisamente mi comida preferida, pero la verdad es que cuando el hambre aprieta no está tan mal, ¿verdad? -
De repente, al mirar a Chazz observó que el bigote de herradura de este se estiró obligado por una sonrisa que se le dibujó en los labios.
- ¡Qué!, ¿qué ves? - sin mover el arco y sin contestarle, Chazz se apartó del objetivo e indicó con un movimiento de barbilla a Bubba que mirase. Este tardó un instante en divisar lo que su compañero quería enseñarle, pero al fin lo vio.
- ¿Cómo lo has localizado tan rápido?, apenas se advierte un pequeño punto luminoso y algo de humo. -
- Ha sido pura suerte. Al principio no veía casi nada, pero ha habido un momento en que una nube ha dejado entrar un poco de luz de luna y he podido divisar una especie de bandada de pájaros, seguramente murciélagos, remontar las copas de los árboles. Pensé que algo los habría espantado, así que volví la mira telescópica hacia la montaña y revisé la pared donde debían estar las cuevas, porque no distinguía más que la silueta de una masa informe. Y al poco de estar mirando, he notado cómo aparecía ese pequeño resplandor acompañado del humo. -
- ¿A qué distancia calculas que debe estar? -
- Yo diría que a una hora de distancia. Hora y media como máximo. -
- Bien, vamos a comer y luego a descansar un poco. -
- Duerme tú, Bubba. Yo montaré guardia, no me fío de él. -
- Está bien. Avísame en un par de horas y te relevaré, ¿ok? -
- De acuerdo. -



* * * * * *


El dulzón olor de la sangre profanó sus fosas nasales. Se mezclaba con otro más fuerte, como agua corrompida o un cadáver en descomposición. Resultaba asqueroso porque era tan denso que casi se podía masticar. Sin embargo, había otro aroma que subyacía por encima de los otros dos. Una fragancia áspera, parecida a la que desprende un sucio perro mojado.
Eddie abrió los ojos y su turbia primera visión fueron los rescoldos apagados y humeantes de la candela, pero incluso sin el resplandor de la misma la luz era extrañamente diáfana. Todavía tumbado, parpadeó un par de veces para ganar visión, y entonces reparó en la sombra proyectada contra la pared del fondo de la caverna. Temblando de miedo, se giró para encarar la entrada a la cueva y lo vio. Un ojo blanco, de visión opaca y sin embargo más expresivo que uno normal, lo observaba desde la estrechez de la grieta. Y lo que más aterrorizaba era esa cicatriz que lo atravesaba como una estela de chemtrail. Eddie se levantó lentamente echándose hacia atrás mientras el vaho emanaba del hocico de ella, que no dejaba de mirarlo. Pero el muchacho cometió un error. Se agachó para agarrar un trozo de rama que sobresalía de la extinta fogata y Shelby no le concedió ni un segundo más. Increíblemente pasó por la
estrecha entrada y se abalanzó sobre él, clavándole las fauces entre el cuello y el hombro malherido, haciendo que un aullido de dolor retumbara en la caverna a la vez que el chico caía bajo el peso de la enorme osa, que le duplicaba en tamaño. Ni siquiera los golpes que intentaba darle con la rama quemada en el lomo servían de nada, porque con una violencia extrema, el animal comenzó a lanzarle zarpazos con sus poderosas garras a una velocidad endiablada sobre el rostro y la garganta. La agonía estaba a punto de finalizar cuando de pronto el animal se detuvo, le miró a los ojos y dijo con voz gutural:
- Nunca debiste venir a Anchorage - y comenzó a carcajearse.
Eddie, con la frente perlada de sudor, alzó del suelo la parte superior de su cuerpo como si de un vampiro saliendo de su ataúd se tratara, hasta quedar sentado y resoplando. Miró a la izquierda y echó mano de la lata de agua, que apuró de un solo trago.
Al tiempo que pensaba en la angustiosa pesadilla que acababa de tener, observó las incandescentes brasas que aún guardaban algo de calor en la gruta. Tardó en reparar en algo que, una vez llegó a su pensamiento, le hizo abrir mucho los ojos y levantarse de un salto maldiciendo. Al tremendo cansancio que le abordaba la noche anterior, se sumó el efecto de somnolencia que le provocaron los analgésicos, haciéndole caer en un profundo sueño que tan solo la irrupción de Shelby en sus pesadillas le hizo despertar. Los albores del día despuntaban sus primeros rayos de sol, y esa tenue luz aunque tímidamente, ya atravesaba la entrada de la cueva e iluminaba las sombras interiores.


Tras ponerse los guantes, el chico introdujo rápidamente sus pertenencias en la mochila, incluida la lata de comida vacía que había utilizado para beber, y fue a salir de su improvisado refugio. Más de medio metro de nieve taponaba la parte baja de la grieta.
Asomó la cabeza con cuidado, pero tan solo el trinar de los pájaros saludando un nuevo día en la bella Alaska, rompían el silencio exterior. Sorteó el escalón natural formado por la helada y salió.
Nubes dispersas salpicaban el firmamento en lo que hacía presagiar una bonita aunque fría mañana, de no ser por la situación límite que estaba viviendo.
Realmente Eddie no sabía qué hacer, pero la evidencia decía que la única alternativa era avanzar, pues volver sobre sus pasos se hacía inviable sabiendo lo que le esperaba. Así que viró a su izquierda e inició camino paralelamente a la rocosa pared.
No había andado ni veinte metros cuando oyó a sus espaldas el sonido inconfundible del amartillado de un arma. Eddie giró la cabeza lentamente y sus ojos se cruzaron con el celeste que coloreaba el iris de los de Chazz. Este sonreía exultante. Eddie hizo una rápida visión panorámica para evaluar alguna posible escapatoria, pero al hacerlo encontró algo más a la izquierda, a Bubba, que estaba apoyado con el hombro en el tronco de un árbol y le apuntaba con su pistola. El muchacho, sabedor de que su suerte estaba echada, agachó la cabeza.
- Te avisé de que por más que corrieras o intentaras esconderte, te encontraría y te mataría, chico - se regocijó el rubio.
- ¿Por qué no me mataste cuando me hallaste en mitad del bosque? - preguntó enrabietado Eddie mirando a Bubba - ¿Para qué me curaste y me hiciste creer que tendría una posibilidad de escapar? -
Bubba y Chazz caminaban hacia el muchacho tranquilamente, y el guardabosques comenzó a contestar:
- No te lo tomes como algo personal, chaval. -
- ¡Y una mierda, cabrón, claro que es personal! -
- Noooo, de verdad que no. Chazz y yo nos conocemos desde el instituto, hay confianza. Me comentó la actividad que llevaba a cabo y, como estaba en total acuerdo con ella, me quise sumar a la cacería. Pero cuando te encontré aún nos eras necesario, pues teníamos un problema. -
- Mejor dicho tres - intervino Chazz.
- Cierto, tres - corroboró Bubba antes de seguir - Brandi, TJ y Marvin. Tres bocazas. A Dyami no lo cuento porque realmente ha sido un desgraciado accidente. Pero sabíamos que los otros, más pronto que tarde, lo delatarían todo ya fuese por arrepentimiento o por negligencia, así que decidimos eliminarlos. -
Cuando llegaron a unos diez metros del chico, Bubba continuó:
- Pero como sabrás, ya han sido eliminados, por lo que tú solo nos sirves como presa. Ya ves, vuelves al punto de partida. -
- Puto gordo de mierda - le dijo Eddie con desprecio mirándole a los ojos.
- ¿Puto gordo? - contestó Bubba - pues sí, seré un puto gordo pero no he necesitado un cuerpo atlético para darte caza, payaso - y mientras decía esto, enfundaba su pistola y se descolgaba el rifle del hombro para apuntarle, igual que su bigotudo compañero.
- Ahora, negrito, - comenzó a hablar Chazz mientras al unísono, tanto él como Bubba, apoyaban una rodilla en tierra y le apuntaban - vas a correr para que yo te cace como si fueses un maldito animal. Así que, ¿tienes algo que decir?, ¿unas últimas palabras que pronunciar? -
A Eddie le centellearon los ojos y dirigiéndose a Bubba dijo:
- Puede que no necesites un cuerpo atlético para cazarme, pero… quizás lo necesites para correr. -
- ¿Correr? - dijo Bubba extrañado cruzando la mirada con Chazz, justo antes de que un rugido retumbase a sus espaldas helándoles la sangre.

(CONTINUARÁ...)

Pepe Gallego

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