martes, 30 de septiembre de 2014

"Cráneos"



Cráneos, cráneos y más cráneos…
Agujeros esconden vacíos 
de macabra oscuridad,
la guadaña segó su contenido,
en una veintena de estilos,
sin apenas conceder un vestigio de piedad.


No hablan, no se expresan, ¡no conversan!,
pero no dejan de susurrar una pena silenciosa,
que la más grotesca imaginación atraviesa,
contándose uno a uno sin que nadie les tosa,
en cuyo recóndito rincón del subconsciente se halla,
matando la nostalgia y honrando cicatrices de batalla.


A unos les gusta que calaveras se les nombre,
a otros más humanos, rostros descarnados,
pero nadie oye sus lamentos desesperados, 
y aunque unos los desprecien u otros les honren,
al final la gente solo ve su apodo más mundano,
cráneos, cráneos y más cráneos…

Pepe Gallego

jueves, 25 de septiembre de 2014

"El final de la batalla"


Escrita para Origen Art, con ilustración de Fran Galán y figura de Pedro Fernández Ramos.

La habitual fresca y verde hierba, era ahora teñida de ríos escarlata por doquier. Gritos de victoria, alaridos de dolor, el intenso aroma de la carne quemada flotando en el aire, la fragancia dulzona de la sangre, mucha sangre bañando la anaranjada puesta de sol. Destrucción, desolación y en definitiva, muerte. Todo ello la rodeaba en aquella situación que le resultaba tan familiar. No obstante, había sido preparada durante toda su vida para ello bajo el amparo de una fuerte ideología, que jamás le había hecho poner en tela de juicio tales acciones. Sin embargo, verse inmersa una vez más en esa vorágine, comenzaba a plantearle dudas sobre la verdadera razón de tan agrio y usual marco bélico.
Miraba en derredor tratando de encontrar una explicación a tan macabro atardecer, pero sus reflexiones morían ensombrecidas por la visión destructiva que asolaba el paisaje en torno a ella. Quizás no era momento de plantearse cuestiones existenciales, pues habían derrotado al enemigo y ella aún continuaba con vida. Se podría decir que sería lo lógico, pues era una gran guerrera. Pero había visto caer a muchos compañeros en combate que también lo habían sido. Tal vez sus habilidades le ayudaron a sobrevivir, pero puede que también la suerte o el destino hubiesen jugado un papel importante hasta este preciso instante.

Pensando en ello, clavó su lanza en el tierno firme y miró a un punto fijo del horizonte que realmente no veía, porque su mente discurría por otros derroteros. Finalmente, tras un par de minutos de reflexión, se despojó de su arsenal mientras hacía un gesto a uno de los ayudantes en batalla para que se encargase del mismo. Acto seguido, con determinación, enfiló el sendero ladera arriba hacia la posición del general de campo, para comunicarle su decisión…


Pepe Gallego