martes, 24 de diciembre de 2013

"Una Navidad desconocida"


- Una cara que muestra lo que no existe, que omite el oculto tormento de tan risible estandarte. Farándula a mí alrededor demostrando una algarabía que no me preside. Alambre de espino clavando sus púas en el motor sanguíneo que se esconde en una caja torácica repleta de desasosiego.

¿Cómo fue capaz? Esa pregunta amanece cíclicamente espoleando la fachada a mostrar, esa a la que nunca se superpone por miedo o quizás vergüenza de un qué dirán tan doloroso. Y aun así, mis labios se estiran dejando ver el blanco nacarado que inspira a la gente a sentir simpatía hacia mí.
¿Simpatía?, sí, puede que a muchos les invada ese sentimiento, pero yo sé que más bien es lástima hacia un ser que camina erguido mientras una joroba de plomo invisible le retuerce la espalda.
Y burlas. Seguro que los habrá que hasta se burlen. Lo peor es que tienen razón, soy un fraude que observa cómo se le da trato de héroe a aquel que mancilló mi honor. Y lo peor, es que cada día como hoy, cada año como este, la imposición popular me empuja a contemplarlo todo como si hubiese de ser afortunado por encontrarme en esta vorágine.

Pero no protesto, porque a pesar de ello soy un desgraciado cobarde que se regodea de acompañar a una costilla que me hirió de muerte amparada en la divinidad. Una santurrona que instó al creador para que me colocara un halo brillante donde debiera haber una recia cornamenta.
Dicen que sus caminos son inescrutables, y en cierto modo es verdad. Se me respeta por mandato suyo, pero interiormente ni yo mismo me respeto, pues cada 24 de Diciembre vuelvo a revivir con sonriente amargura el día del nacimiento de mi hijo no nato, ese al que engendró mi esposa con un puñetero espíritu disfrazado de ángel santón.

Por si aún no os habéis dado cuenta, soy José, ese humilde carpintero al que le preñaron la esposa y que encima debe estar agradecido por ello.
Ahora me llaman San José, y aunque no tenga más remedio que aceptarlo, en mi interior la sangre se vuelve ácido para corroerme de rabia hacia una esposa adultera, un hijo bastardo, un querido que se asoma al pesebre cada año vanagloriándose de haberme puesto los cuernos, y de un Dios que me la metió doblada hasta el corvejón y se cachondea de mi existencia.
Apuesto a que muy pocos os habéis parado a pensar cómo me siento.
¿Y encima queréis que diga “Feliz Navidad”?...
Mejor me callo lo que pienso, porque si lo digo, el cabrón de arriba me quema el culo con un rayo.
Encima…


Pepe Gallego

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"Una Navidad desconocida"" por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

domingo, 15 de diciembre de 2013

"Sin aliento" (Último Capítulo)


Último capítulo.7 - “Sangre en la nieve”





- ¡Hija de puta! - dijo Chazz, y sin pensarlo dos veces echó a correr.
Sin embargo, los ojos de su orondo compañero estaban posados en Shelby, que lo miraba fijamente a solo unos metros. El rostro demudado del guardabosques era un claro indicio de que el miedo había hecho presa en él. No podía moverse. La osa se empezó a acercar con paso lento aunque firme, pero Bubba permanecía inmóvil, parecía que estuviese hipnotizado. Completamente paralizado y con la faz de un blanco nacarado, podría pasar perfectamente por ser una figura de porcelana, de no ser por el vaho que en esos momentos escapaba de su entreabierta boca.
La cercanía del animal le hizo llegar el hedor a muerto que emanaba de sus fauces. Sin duda, como habían predicho, se cobró la presa del cowboy, lógico después de todo, pues la pieza era un bocado demasiado suculento como para no volver a buscarlo a pesar de haber sido herida por Brandi. Un agujero sanguinolento y casi oculto por el pelaje aparecía en la parte alta de la extremidad delantera derecha del animal. En cambio no cojeaba, por lo que la bala debió encontrar grasa o al menos un punto sin nervios y huesos de importancia.
La cara de Shelby estaba a solo un palmo de la de Bubba, cuando le rugió con todas sus fuerzas e hizo que el rifle del guardabosques resbalara de su mano y cayera al suelo, mientras su aterrorizado rostro se quedaba petrificado.



* * * * * *


Eddie batía piernas a través de los árboles tratando de alejarse del lugar aunque no avanzaba todo lo deprisa que quería, pues el espesor de la nieve cada vez se iba haciendo mayor. Sorteó unos arbustos casi enterrados en la inmaculada blancura, e inmediatamente rodeó unos montículos rocosos para continuar hacia una zona por la que parecía descender la ladera.
De repente, esquirlas de madera eclosionaron del cedro junto al que pasaba, unidas a un estruendo inconfundible ante el cual Eddie giró la cabeza.
- ¡Cabrón, ten por seguro que no vas a huir de aquí! - le gritó enfurecido Chazz rifle en mano, a unos sesenta o setenta metros de distancia.
Sin perder más tiempo, el muchacho prosiguió la carrera intentando zigzaguear para no ofrecerle a Chazz un blanco fácil, pero el terreno se ponía feo debido a la cada vez más espesa capa de nieve. Ya apenas podía dar zancadas más que correr.
Un nuevo disparo salpicó nieve a su derecha, pero no se detuvo a mirar, simplemente agachó la cabeza y continuó alejándose. Pensaba que cuanto mayor recorrido hiciese más se apartaría de las balas, pues su perseguidor al disparar primero debía pararse y apuntar, con lo que cedía terreno.
Pero se equivocó. Un silbido, eso es lo poco que pudo oír antes de sentir el impacto y el ardor en su pierna derecha. Eddie cayó de bruces en la nieve agarrándose la parte posterior del muslo, y al mirarse la mano la encontró teñida de sangre. Miró atrás y observó a Chazz aproximarse con el arma en las manos.
Haciendo un esfuerzo enorme, apoyó la pierna izquierda en la nieve y avanzó cojeando hacia una roca próxima.
- Es inútil que corras, Edward Pierce, ¡ya estás muerto! -
Eddie apoyó la espalda en una gran roca y resoplando se miró la herida. Sangraba abundantemente y, si no detenía la hemorragia, pronto perdería el conocimiento. Pero para hacerlo necesitaba unos minutos que Chazz no le permitía pues se le echaba encima acortándole terreno, así que se obligó a andar lo más rápido que su maltrecha pierna le permitía y se introdujo en una zona donde el follaje era más denso.
Poco podía despistar a un cazador avezado como Chazz, y menos dejando aquel reguero de sangre sobre sus profundas pisadas.
El rubio se encontraba cada vez más cerca, quizás unos cuarenta metros. Eddie no tenía escapatoria. Miró a su alrededor y solo encontró más nieve, más espesura y una ladera de una caída de no menos de treinta metros.
Resignado a su suerte se detuvo, descolgó la mochila de su espalda, la abrió, se quitó los guantes y los introdujo dentro. Sacó la camiseta interior que aún guardaba, la colocó alrededor de su muslo y la anudó con fuerza mientras se mordía el labio para mitigar un grito de dolor. Cuando lo hubo hecho, se colgó de nuevo el macuto, pero el chasquido de la recarga de rifle le hizo girarse.
- Bueno, muchacho, tu aventura acaba aquí - decía Chazz apuntándole - aunque debes estar orgulloso - y con un encogimiento de hombros y media sonrisa continuó - se puede decir que has vendido cara tu vida. -
La nariz de Eddie se ensanchó indicando la furia que recorría su cuerpo.
- Ya que tantas ganas tienes de matarme, ¿por qué no sueltas las armas y peleas como un hombre?, llevas ventaja, estoy herido en el hombro y la pierna. -
- ¡JA, JA, JA!, no chico, ¿para qué iba a darte tal oportunidad?, noooo, no, no, no - contestó Chazz oscilando el dedo índice a izquierda y derecha - me parece que no lo comprendes. -
- ¿Qué debo entender?, ¿que eres un maldito cobarde? Sííí, eso lo entiendo muy bien. -
- No, muchacho, creo que has visto demasiadas películas donde se conceden esas absurdas oportunidades. Pero hay algo que se te escapa, y es que no te das cuenta que yo aquí no vengo a pelear contigo - y pasando la mueca de sonrisa irónica a faz cruel, sentenció - como ya te dije, estoy aquí para cazarte.
Chazz alzó su rifle y apuntó a la cabeza de Eddie.
- ¿Puedo decir algo más antes de que me dispares? -
- Que sea rápido, no tengo ganas de encontrarme de nuevo con ese puto bicho. Aunque supongo que ahora mismo se estará zampando a Bubba, y con él tiene para un buen rato. -
Eddie, observó incrédulo al desalmado y abominable ser que estaba a punto de darle muerte, y al que no importaba nada ni nadie que no fuese él mismo.
- ¡Venga, di lo que sea de una maldita vez! -
El fornido exjugador de fútbol americano bajó la vista, echó una ojeada de soslayo a su izquierda y regresó la mirada hacia Chazz para decir:
- Antes que bajo tu rifle, prefiero morir en la caída - y se lanzó hacia la pendiente de la ladera.
- ¡Mierda, pero qué coño! - exclamó Chazz incapaz de reaccionar observando cómo Eddie desaparecía junto al nevado barranco. Tanteó el terreno con cuidado asegurarando la pisada, y asomó la cabeza. Una nube de polvo blanco levantado por la precipitación de Eddie es lo único que pudo ver.
- ¡Joder! - pateó el suelo enfadado. Tras reflexionar unos segundos mirando a su alrededor, se colgó el rifle al hombro e inició camino a lo largo del borde de la empinada ladera buscando
una zona más accesible por la que bajar. Lo más lógico es que encontrase el cuerpo inerte del muchacho, pero decidió comprobarlo, pues no pensaba dejar que la presa a la que había tenido a su merced hacía unos segundos, se le escapara. Si estaba aún vivo, lo remataría.



* * * * * *


Frío, mucho frío adherido a su cuerpo, a su cara. Y un rumor continuo, cercano. También algo caliente reptaba lentamente por su rostro.
Abrió muy despacio los ojos, pero solo formas difuminadas bañaban su vista. Una sacudida le hizo volverlos a abrir bruscamente ante el estertor de un vómito que buscaba ansioso salir de su garganta.
Las siluetas fueron aclarándose mientras sentía la mezcla de sabor agrio del vómito, y el caliente y dulzón de la sangre que había surcado su mejilla hasta abordar la comisura de sus labios. La caída había sido tan violenta que debió golpearse en algún momento y quedar inconsciente. Probablemente aquello con lo que se había chocado sería causante de la brecha abierta en su frente. Apretó los nudillos contra el suelo como los primates suelen hacer al desplazarse, pero al incorporarse no recordó su pierna malherida y tuvo que apoyar la rodilla para no caer de nuevo. Respiró hondo y lo intentó esta vez con la pierna izquierda y, aunque mareado, consiguió erguirse. Al hacerlo, comprendió de dónde provenía aquel rumor incesante. El río, mucho más estrecho que donde tuvo lugar su primer encuentro con Shelby, fluía ante él. Echó la vista atrás y observó la ladera por la que se había precipitado.
- Dios debe quererme mucho - balbuceó entre dientes. No le faltaba razón, era una auténtica locura lanzarse al vacío, pues el terraplén era mucho más alto de lo que había calculado. Pero sea como fuere le salvó la vida, al menos de momento, pues su otra opción era recibir el balazo de Chazz en plena frente.
Cojeando ostensiblemente, se acercó al río y se sentó en una roca junto a la orilla. Temblando, pues tenía las manos heladas, desanudó la camiseta empapada de sangre, se agachó no sin dificultad y dejó que el agua la limpiara. Luego la dobló en varias partes y con mucho cuidado apartó la tela del pantalón para ver el destrozo que debía de haberle ocasionado el balazo. Este presentaba un orificio muy feo, en parte cauterizado por la pólvora del enorme proyectil de rifle que tenía alojado en el muslo, pero el torniquete había surtido efecto y, a pesar del escozor que le infligía el roce de la camiseta mojada en la herida, vio con cierta satisfacción que ya no sangraba tan abundantemente. Repitió el proceso varias veces aguantando el dolor hasta limpiar la zona todo lo que pudo, y luego hizo lo mismo con la brecha de su cabeza. Era consciente de que el olor a sangre podía atraer a otros animales, porque Shelby estaría saciada con Bubba, pero en estos momentos lo que más le preocupaba era que la sangre no goteara para dejar el menor rastro posible, pues estaba seguro de que aquel maníaco le seguiría la pista hasta asegurarse de su muerte. No en vano, las probabilidades que Eddie tenía de salir de allí eran remotas, pero si lo conseguía su testimonio completo sobre los hechos daría con los huesos de Chazz en la cárcel, por eso intuía que este aún le perseguía.
Tras limpiarse en las revueltas y cristalinas aguas que bajaban de la montaña, mientras se dejaba abrazar por los rayos de sol que impedían la congelación del río, volvió a anudar la camiseta en su pierna para mitigar la pérdida de sangre.
Estaba malherido, cansado y al límite de sus fuerzas, pero aun así sabía que tenía que alejarse lo máximo posible de allí. Seguir el río no era una buena idea si pensaba en la fauna local que podría encontrarse, pero también era consciente de que era el único modo de orientarse en aquel enorme lugar. Además, si transitaba por su orilla, tarde o temprano encontraría el cadáver de Dyami. No es que le entusiasmase volver a contemplar tan horrenda visión, pero desde ese punto le resultaría más sencillo poder localizar el camino de vuelta, o en su defecto hallar el refugio ahora que la luz del día le daba una opción que la noche anterior le negó con sus incipientes tinieblas. En ese instante, una imagen abordó su cerebro.
- ¡El quad! - pensó en voz alta.
Quizás las bajas temperaturas y la helada caída durante la madrugada, hubiesen endurecido el blando terreno y fuese posible salir de allí. Recordaba que Bubba cogió gasoil de su depósito para el generador, pero también dijo que había dejado una pequeña cantidad del combustible en su interior por si llegase a necesitarlo.
Sin más dilación, se puso en marcha con la esperanza puesta en llegar al punto del río donde se encontrase el cuerpo del desdichado indio, y una vez logrado el cometido, elegir hacia dónde partir.



* * * * * *


Decidió descender los últimos metros sobre su trasero como si de un tobogán se tratara. Había encontrado la manera de acceder a la parte baja de la ladera por la que se había lanzado Eddie. Miró a su alrededor y escuchó atentamente.
- El río - se dijo a sí mismo.
Con aquel suelo más endurecido, corrió al trote junto a la ladera para buscar el lugar exacto donde debía yacer el chico. No tardó en ver las manchas de sangre en la nieve junto a lo que parecían ser surcos de un cuerpo que había estado allí tirado, pero que había desaparecido. Instintivamente, sacó su pistola de la cartuchera y buscó con mirada alerta a su alrededor. Tan solo el rumor del movimiento fluvial y algunos trinos de aves salpicaban el ambiente. Sus celestes ojos se detuvieron en un montículo apostado en la orilla del río. De camino hacia él, observó las evidencias del paso del muchacho hasta ese punto. La piedra manchada de escarlata era el fin del rastro que dejó Eddie.
En un primer momento pensó en que se habría lanzado a las frías aguas, pero descartó la idea, pues sería estúpido aventurarse a ello sacando un billete preferente hacia la hipotermia.
Miró a la otra orilla, pero no había indicios de huellas, era como si se hubiese esfumado en el aire.
Abatido, agachó la cabeza. Pensando en lo que se le avecinaba si ese tío sobrevivía y llegaba a hablar con las autoridades, comenzó a maquinar un plan alternativo. Limpiar de huellas su estancia en el lugar era casi imposible. La policía científica encontraría las balas de su pistola o del rifle en Brandi, TJ, el propio Eddie, o simplemente analizando el tanque de gasoil al que disparó para quemar a Marvin. Eso sin contar la cabaña en la que había pasado la noche y donde descubrirían huellas o pelo por doquier para su posterior análisis de ADN.
Solo había una manera de deshacerse de las pruebas que podrían inculparle. Quemarlo todo y ocultar los cadáveres enterrándolos en alguna gruta perdida de la montaña. El crudo invierno que podía vislumbrarse a tenor de la primera nevada, haría el resto. Para cuando los hallasen ya habrían pasado años, y eso si llegaban a encontrarlos. Pero para ello necesitaba tiempo, y si no cazaba pronto al muchacho apenas dispondría del mismo antes de que apareciesen los compañeros de Bubba a husmear, o directamente la policía alertada por las familias de sus compañeros fallecidos.
Un compendio de teorías, preocupaciones y miedos a los que debería enfrentarse, pululaban vertiginosamente por los recovecos de su cerebro. Pero cuando más imbuido se hallaba en ese mundo de espesas tinieblas que apresaban su mente, desvió la mirada hacia la derecha y su vista quedó fija en un punto. La oscuridad de su cabeza se disipó dejando paso a una creciente ira. Una mancha roja.
- Sangre - masculló dibujando una colérica mueca en su cara.
Apretando con fuerza las mandíbulas, comenzó a correr siguiendo la orilla del río y adentrándose en la espesura verde ahora copada de nieve.



* * * * * *


Eddie, mareado, dejó que la rápida caída de agua le golpeara el rostro. Trataba de espabilarse, pues no podía permitirse el lujo de perder tiempo o aún peor, desmayarse. Alzó la empapada cabeza y respiró profundamente cerrando los ojos para intentar recobrar ese aliento que necesitaba para continuar. Cuando estaba a punto de seguir la marcha oyó un ruido amortiguado, como de pisadas a lo lejos. Quedó en silencio unos segundos para captar el sonido, pero este no llegaba. Se puso en pie pensando en que ya la obsesión le hacía creer cosas que no sucedían, pero justo cuando miró atrás para ver el terreno que ya llevaba recorrido, vislumbró unas hojas moviéndose en la lejanía. Ahora estaba seguro de que algo o alguien venía tras él.
Se ocultó de la vista y observó un momento aquel vaivén de ramas. No tardó en ver a Chazz, que trotaba mirando al suelo siguiendo las huellas que él había dejado.
No tenía tiempo que perder, aquel cabrón le había recortado más ventaja de la que creía poseer, y ahora no debía estar a más de cien metros.
Eddie comenzó a correr sabiendo que de nada servía ocultarse, pues tomase la ruta que tomase, el lienzo nevado dejaría constancia de su paso. Continuaba cerca del río, pero ya no avanzaba junto a él, sino unos metros más adentro donde la vegetación hiciese más complicado acertarle cuando tuviese lugar el disparo de Chazz, que a buen seguro iba a llegar.
Corría sin pararse a medir la ventaja. El sudor impregnaba su frente y espalda. A cada zancada que daba, sentía un intenso pinchazo en la parte posterior del muslo, pero tenía que seguir. El recorrido se le estaba haciendo eterno hasta ver el estuario donde debía estar el cadáver de Dyami, o mejor dicho, lo que quedaría de él. Empezaba a perder la esperanza de encontrar ese sitio. ¿Y si el río que estaba siguiendo solo era una desviación del primero?, ¿y si no coincidían en ningún punto y estaba buscando por dónde no debía?

Llevaba minutos corriendo y nada cambiaba. Nieve, río, vegetación…Todo parecía un bucle interminable, no así su energía. La capacidad pulmonar estaba mermando y no conseguía más que ganar tiempo para que al final llegase lo inevitable. Se estaba desmoralizando y esa negatividad comenzaba a pesarle aún más que las propias heridas. ¿Cuánto tardaría el otro en darle caza?, ¿cinco o diez minutos? En su mente calaba cada vez con más fuerza la idea de que la suerte estaba echada. La cadencia que sus piernas iban desarrollando comenzó a disminuir rápidamente hasta que se detuvo apoyándose en un árbol resoplando.
Buscando un hálito que tenía más que ver con lo divino que con lo oxigenado, alzó la mirada y esta se cruzó con la de una ardilla que lo observaba curiosa desde una rama alta.
Estaba extenuado y perdido en un lugar tan bello como inhóspito, al menos para él. Se sentía como en un laberinto. Sabía que había una salida, pero lo difícil era encontrarla.
No entendía por qué, pero le parecía que el río sonaba más fuerte. Debía ser porque sus sentidos se habían agudizado esperando oír de un momento a otro la voz de su perseguidor.
Viró la vista a la izquierda y entonces comprendió la subida de tono de la corriente. Se apartó inmediatamente del árbol mientras la vivaracha ardilla corría a lo largo de una rama para observar hacia dónde se dirigía.
Eddie llegó ante el salto de agua que provocaba esa elevación del sonido, y al mirar hacia abajo encontró lo que estaba buscando, el cuerpo despedazado y maloliente, infestado de moscas y cresas, sus larvas.
Raudo, giró la cabeza y su mirada se cruzó con la de Chazz que estaba llegando a través de unos árboles y se hallaba apenas a cincuenta o sesenta metros. Este hizo ademán de descolgarse el rifle del hombro pero Eddie no esperó ni un segundo, bajó entre las piedras colindantes a la pequeña cascada y pasó junto al cadáver del indio a toda la velocidad que sus piernas podían darle, dentro de las limitaciones que le otorgaba un balazo rodeado por el torniquete que se había aplicado él mismo.
- ¡Maldito negro de mierda!, ¡te voy a encajar una bala por cada kilómetro que me estás haciendo correr, hijo de puta! - gritaba Chazz rabioso al verlo desaparecer río abajo.
Eddie continuaba galopando introduciéndose hacia el bosque por el mismo lugar donde lo hiciera el día anterior, aunque ahora el marco era distinto, pues lo que antes era verdor, ahora era blancura.
Llegado a un punto del camino, reconoció el lugar por el que apareció Bubba la noche anterior, pero debido a la oscuridad de aquel momento no estaba seguro del camino a tomar, pues había dos sendas. Se decantó por una, pero al dar dos zancadas tropezó con algo y cayó al suelo. Un intenso dolor brotó de su pierna y tuvo que hacer un sobreesfuerzo para no gritar. Incorporándose como pudo, echó la vista atrás y al ver con lo que había tropezado, un escalofrío ascendió por su espina dorsal. Semienterrado por la nieve, asomaba parte de la cabeza casi descarnada del cowboy. Haciendo acopio de valor y dejando a un lado los escrúpulos, introdujo las manos en la nieve y rebuscó palpando en busca del arma de este.
Era posible que sus propios compañeros se la llevaran antes de abandonar el cuerpo, pero quizás encontrase un cuchillo o utensilio con lo que poder defenderse de su perseguidor. Palpó algo que le hizo cerrar los ojos, pues sabía que era un fémur. Literalmente un fémur, sin su envoltorio muscular, lo que indicaba que algún animal también le hizo una visita durante la noche, quizás la propia Shelby.
Subió la mano hasta la cadera. Ya estaba a punto de abandonar y seguir corriendo antes de que fuese demasiado tarde y Chazz le alcanzara, cuando sus dedos tocaron un objeto
cilíndrico y su posterior empuñadura. Tiró rápidamente de ella y una pistola de color amarillo surgió de la nieve. La esperanza de encontrar un revólver se tornó decepción al ver la pistola lanza-bengalas. ¿Cómo iba a hacer frente con eso a un tipo armado hasta los dientes?
Este tipo de pistolas solo portaban un disparo y se solían utilizar para pedir auxilio cuando uno está en apuros, habitualmente en el mar, disparando una señal luminosa para alertar de la posición en la que se ubica la situación a rescatar.
Contrariado, aun así se la guardó en la parte posterior de la cintura por si llegase a necesitarla para solicitar ayuda, y se marchó por la senda de la izquierda.
Apenas unos quince segundos después, apareció Chazz en el claro y se detuvo junto al muerto. Lo miró indiferente y luego observó las pisadas marcadas en el blanco firme.
- Así que al refugio - dijo entre dientes antes de volver a mirar al cowboy y pisarle la cabeza hasta ocultarla casi por completo en la nieve, diciendo:
- Luego me encargaré de ti. -

Tras serpentear entre árboles y arbustos nevados, Eddie ascendió una colina que le resultó familiar. El escenario había cambiado de un tapiz verde y húmedo a un manto blanco, que debido al espesor adquirido semi-ocultaba el generador ahora apagado. No sabía bien si por quedarse sin gasoil tras la intervención de Chazz “tostando” a Marvin, o porque se quemó con dichas llamas. Seguramente habría parte de las dos teorías en el asunto.
Más allá del aparato estaba el quad, al que la nieve tapaba casi totalmente las ruedas. En ese momento recordó que iba a necesitar lógicamente las llaves y estas las debía tener Bubba, o lo que quedara de él. Aunque así fuera, bajo ningún concepto iba a ir a comprobarlo sabiendo que Shelby probablemente andaría cerca o incluso dando cuenta del guardabosques.
Fue hacia la entrada del refugio pensando que quizás almacenaba una copia de las llaves del vehículo en su interior, pero al pasar junto al punto donde debía reposar el chamuscado Marvin, observó que no estaba. Pensó que tal vez se encontrara oculto por la nieve, así que se agachó y palpó en busca de un arma como ya hiciera con el cowboy, pero no había nada, ni tan siquiera el cuerpo. Seguramente Bubba y Chazz lo ocultarían, y no iba a mirar en el lugar donde debía estar el de Brandi, porque no tenía tiempo y además seguramente también habría sido retirado de allí.
Accedió a la cabaña y vio el interior algo distinto a como lo recordaba cuando Bubba le dijo que se marchara por la puerta de atrás.
Revisó cualquier cosa que le pudiese ser útil, pero el inventario era casi nulo. Nervioso, se acercó a la ventana para ver si Chazz aparecía. Se sobresaltó a sí mismo al oír el crujido de los destrozados cristales de la ventana bajo sus pies.
Se asomó con cautela, pero en cuanto lo hizo, una bala se incrustó en el marco.
- ¡Vamos, asoma de nuevo la cabeza, chico! - gritó con sarcasmo Chazz desde los lindes de la colina.
Eddie sabía que quedarse en la cabaña era una trampa mortal, pero
también enfrentarse a él abiertamente, no ya porque no tuviese armas, sino porque además Chazz era un avezado cazador, mientras él solo había disparado unas cuantas veces cuando era un adolescente, y fue derribando botellas en una fábrica abandonada adyacente a su barriada con un vecino italoamericano llamado Vinny, que había encontrado la pistola con silenciador que su padre
guardaba celosamente tras un hueco en la pared de su dormitorio.
No sería rival para Chazz y lo sabía. Tenía que improvisar algo.
- Da igual dónde te escondas, así que acabemos ya con esto, muchacho. -
Al no recibir respuesta, este se volvió a colgar el rifle, sacó su pistola y se empezó a aproximar a la cabaña lateralmente con paso lento pero firme. Tras pararse junto al generador apuntando a la ventana, recordó la puerta trasera y prefirió dar un rodeo por si a Eddie se le había ocurrido lo mismo. Se desplazó con sigilo apoyando la espalda contra la pared de madera y echó un vistazo con cuidado desde la esquina. Tal como imaginaba, la puerta estaba abierta, así que enfocó el arma y la vista hacia el camino de las montañas. Tras unos segundos descartó la idea de que aquel muchacho, manchado de sangre, cometiese la tremenda torpeza de subir de nuevo sabiendo que aquella osa probablemente rondaría por allí. Valorando que el chico permanecía dentro esperándole para sorprenderlo, oyó un silbido que parecía provenir desde la parte delantera de la cabaña.
Extrañado, se asomó pero no veía a nadie, aunque ahora la puerta delantera también se hallaba abierta. Desconcertado, con la desconfianza adueñándose de su mirada y la tensión empuñando el arma, salió más hacia la planicie buscando un ángulo mayor de visión para determinar de dónde provenía ese silbido.
Un sonido cortó el aire, pero fue tan rápido que no pudo reaccionar. Una piedra, de la amplitud de la palma de una mano y con una potencia y velocidad endiabladas, recorrió la distancia que separaba a Chazz de los árboles golpeándole de lleno en el parietal izquierdo y derribándolo en el acto. Durante unos segundos en los que brotó la sangre de su cabeza y su visión era borrosa, apenas lograba moverse torpemente en el suelo.
Un pitido infernal le zumbaba en el oído.
- ¿No decías que mis cualidades de Quarterback de fútbol americano aquí no servirían de nada? -
Chazz alzó la vista justo a tiempo para ver cómo la bota de Eddie volaba hasta su cara derribándolo de nuevo.
- Como has comprobado por mi puntería, no me expulsaron de los Detroit Lions porque fuese muy malo, sino por una lesión. -
- No. Te expulsaron porque eres un puto negro, ja, ja, ja - dijo riendo torpemente Chazz mientras un hilo de saliva sanguinolenta colgaba por la comisura de sus labios.
Eddie, con la rabia aflorada en sus ojos, se dispuso a patear de nuevo la cara de Chazz, pero se oyó un roce metálico seguido de un rápido aspaviento del brazo del rubio, que hizo que el muchacho cayera al suelo agarrándose la zona del gemelo izquierdo donde el cuchillo le había cortado.
Trató de incorporarse pero el cazador se abalanzó sobre con el punzante objeto alzado y atacándole con violencia. Eddie apenas tuvo tiempo de poner las manos, y sintió cómo el acero le atravesaba la palma derecha saliendo por el anverso. Un aullido de dolor resonó en la explanada. Chazz, enloquecido por no haber podido clavarlo en la cabeza del chico, se alzó de rodillas sobre él y alcanzó la pistola, que yacía a un lado desde que se le cayera cuando Eddie le dio la pedrada.
Amartilló el arma, encañonó al muchacho y este, en un rápido movimiento, abrió la mano derecha, por donde sobresalía parte de la hoja que tenía clavada, y le lanzó una bofetada incrustándole ese trozo de afilado acero en el cuello. Chazz, con una mano agarrada al mismo, cayó a un lado intentando detener la hemorragia que se desparramaba desde su carótida.
Eddie se sacó el puñal con la mano izquierda, refrenando un grito mordiéndose el labio inferior. A continuación lo lanzó con rabia a un lado, pero se arrepintió de inmediato de haberlo hecho.
Un hondo bufido hizo mirar de reojo a Chazz desde el suelo, el tiempo suficiente para ver aquel implacable y aterrador ojo blanco.
El peor de los panoramas que podían imaginarse, tanto cazador como presa, se hizo realidad. Ambos estaban a merced de Shelby y ella lo sabía. Pero para suerte de Chazz, parecía haberse decidido por Eddie. Tensó su cuerpo para abalanzarse sobre él, que se había quedado petrificado y tan solo lo separaba de parecer una estatua aquel temblor convulso que le recorría el cuerpo.
- Hija…de…puta…no he lle…gado hasta…aquí, para…que me…ro…bes la pieza - balbuceó Chazz alzando la pistola que aún mantenía en la mano con la que no estaba taponando su herida mortal, giró el cañón y apuntó a Eddie.
Al mismo tiempo, Shelby se elevó sobre sus cuartos traseros rugiendo para dejar caer su peso sobre el muchacho y despedazarlo. Este, en un último momento, salió de su parálisis, dio un manotazo a la pistola de Chazz, lo agarró por las solapas de la chaqueta, y con la fuerza que solo el instinto de conservación es capaz de conferir, tiró del maniaco rubio y lo interpuso entre él y Shelby.
Las zarpas de la osa cayeron sobre el cuello del cazador, cuyos desorbitados ojos aún fueron capaces de mirar a Eddie, instantes antes de que los colmillos de la bestia se clavaran en su cuero cabelludo y un crujido grotesco indicara que las fauces de Shelby le habían fracturado el cráneo.
Como un guiñapo, con una fuerza y violencia descomunal, la osa zarandeó con bocados y zarpazos a Chazz, que ya no sentía ni padecía, pues la vida escapaba de él sin remedio.
Eddie, arrastrándose hacia atrás, procuraba alejarse de la escena intentando llegar de nuevo a la cabaña, mientras el animal continuaba ensañándose con el cuerpo del desdichado asesino.
Iba dejando un rastro rojo en la nieve. La cuchillada en la mano, la otra en el gemelo izquierdo, el disparo en el muslo derecho…Estaba perdiendo sangre abundante y necesitaba salir de allí cuanto antes.

Ya casi había alcanzado el refugio cuando notó que el enfurecido ruido había cesado. Giró la cabeza en dirección a Chazz y vio que yacía inerte y sanguinolento en el suelo junto a Shelby. Pero esta ya no miraba a su presa, le miraba a él.
Eddie tuvo un mal presentimiento. Aquella osa no solo quería comer carne humana.
Era imposible que en las últimas veinticuatro horas no estuviese saciada con el banquete que había tenido. Ese animal ya no albergaba nada en su razón que no fuese aniquilar. Era un ser trastornado, cegado más por el ansia asesina que lo dominaba.
Previendo lo peor, con mucho esfuerzo se puso de rodillas y se alzó del suelo. Cojeando ostensiblemente, enfiló los pocos metros que aún le separaban de la cabaña. En su mente, rezaba por encontrar unas llaves del quad en el interior, porque sabía que Shelby iría a por él. Atravesando el dintel de la puerta, echó una última ojeada y el terror le abordó los ojos. La osa había arrancado hacia él y venía a toda velocidad. Cerró la puerta, echó el tosco pestillo y se apoyó sobre ella para oponer mayor resistencia ante la inevitable acometida de la bestia, que no se hizo esperar. La madera se quejó y la puerta tembló violentamente. Eddie miró el pestillo y vio que se había desencajado un poco, pero aún aguantaba.
Arañazos, gruñidos, Shelby estaba desatada. La única posibilidad de escapar con vida era esperar a que se diese por vencida, cosa más que improbable viendo su ímpetu, o conseguir las ansiadas llaves del quad y engañarla el tiempo suficiente para llegar a él y marcharse, y eso contando con que arrancase el vehículo a la primera, aunque viendo la nevada debería estar casi helado, por lo que sería un milagro que ello sucediese.
Volcado totalmente sobre la puerta, Eddie aguantaba a duras penas con las pocas fuerzas que sus heridas piernas ya le enviaban.
De repente el empuje cesó. Aún estaba asimilando el hecho cuando miró de reojo hacia la rota ventana. Si el animal la localizaba y entraba, estaba prácticamente muerto. No oía nada y eso le inquietaba todavía más.
Una mala idea anidó en su mente y viró la vista al fondo de la cabaña.
- ¡Mierda, la puerta trasera! - balbuceó aterrado, pues recordaba que estaba abierta.
A trompicones, fue hacia allí pero se detuvo al pasar junto a la pequeña cocina, reparando por primera vez en la bombona de gas que tenía instalada debajo.
Al instante, un penetrante olor a perro mojado llegó hasta su olfato. Shelby ya estaba ante la puerta, quizás hasta hubiese entrado. Asomarse ya era una temeridad. Miró sobre la cocina a ver si algún utensilio le servía, pero sus ojos se volvieron a fijar en la bombona.
- Gas - se dijo a sí mismo.
Pensó que quizás el olor a gas ahuyentara al animal. No existía peligro de explosión porque nadie había para encender aquello de inmediato, así que decidió probar.
Tan pronto giró los mandos de la cocina, la cabeza de Shelby apareció en la entrada de la estancia. Lentamente, Eddie reculó colocándose al otro lado de la mesa. El animal lo miraba sabiendo que ya lo tenía acorralado, pero no tardó en husmear el aire y arrugar el hocico ante el intenso olor a gas que empezaba a arremolinarse en el interior de la cabaña a pesar de la ventana rota.
Eddie se mantenía a distancia rodeando la mesa al mismo tiempo en el que Shelby lo hacía. Tras unos segundos, ella se impacientó y le rugió, mientras él daba un paso retrocediendo asustado y tocando con su cintura la propia hornilla. Al hacerlo, notó un bulto. Sin perder de vista a la osa, que seguía intentando cogerle las vueltas, se echó mano atrás y encontró la empuñadura de la pistola de bengalas. Antes de que pudiera asimilarlo, la bestia se elevó sobre sus patas traseras como hiciera antes del ataque que acabó con la vida de Chazz. Su cabeza rozaba con el techo de la cabaña, era un ejemplar descomunal que sobrepasaba los tres metros de altura. Con una fuerza inusitada, descargó de golpe su peso con sus poderosas garras sobre la parte de la mesa en la que se hallaba, y esta se elevó por el lado contrario, donde estaba Eddie, con una facilidad pasmosa como si fuese de corcho.
El muchacho aprovechó el momento para correr hacia la ventana sin darle tiempo a reaccionar al animal, se giró en el último instante y se lanzó por el vidrio roto de espaldas mirando hacia adentro. Shelby ya venía a la carrera cuando el chico disparó la bengala. Todo fue en un instante. Una ráfaga de color rosa fluorescente surcó vertiginosamente la habitación, y sin haber caído todavía al suelo, la deflagración lanzó unas iracundas lenguas de fuego acompañadas de una poderosa explosión, cuya onda expansiva envió a Eddie a varios metros de distancia, mientras la cabaña saltaba en pedazos soltando maderas y astillas por todas partes.
Con un pitido tremendo instalado en sus oídos, Eddie se cubrió la cara con los brazos, pero aun así sintió trozos de madera que le golpeaban el cuerpo al caer.
Tardó unos segundos en mirar hacia atrás para cerciorarse del paradero de la osa, pero no la veía. El terror comenzó a invadir de nuevo el ánimo del muchacho de color, que empezaba a pensar que aquel ser ya no era terrenal, sino un producto diabólico imposible de exterminar.
Instantes después, unas tablas se apartaron y el voluminoso cuerpo del plantígrado apareció arrastrándose a pesar de que su pelaje estaba envuelto en llamas.
En sus últimos estertores, miró a Eddie y abrió la boca dando un hondo y apagado rugido antes de quedar inerte. El chico apartó la vista cuando el fuego le comenzó a salir por las cuencas de los ojos devorándole los globos oculares.
A pesar de haber esquivado la amenaza de la osa, él sabía que solo un milagro le salvaría de morir allí. Quizás Chazz no había logrado matarle en el acto, pero eso no significaba que realmente no cumpliese su cometido, pues las heridas que le había infligido eran demasiado importantes teniendo en cuenta el lugar en el que se encontraba, alejado de cualquier hospital y sin forma alguna de poder pedir ayuda. Pensando en ello tumbado en la fría nieve, se dejó atrapar por el confortable calor que desprendían las llameantes maderas de la destrozada cabaña. Finalmente se desmayó.



* * * * * *



“Dos años después…”

El televisor crepitó un poco pero mantuvo la imagen a pesar de la ventisca que arreciaba fuera.
- Bueno Henry, como has podido observar este suele ser un lugar tranquilo. No te voy a engañar, algunos de ellos a veces se ponen un poco alterados, pero generalmente su resistencia no pasa de ser un mero alboroto y son controlados sin dificultad. -
- ¿Les administráis algún fármaco llegado ese caso? -
- Rara vez, pero evidentemente es una opción que debemos tener en cuenta, no ya por nuestra propia seguridad, sino por la de ellos mismos, ya que podrían auto-herirse gravemente. -
- Entiendo. -
- Sigamos. Por ejemplo, Martina, aquella mujer de allí... -
- Espera un segundo - interrumpió Henry a Mike para preguntar - ¿quién es aquel hombre alto con el pelo canoso que está junto a la ventana? -
- Cuidado con él. Habitualmente es muy pacífico, pero tiene reacciones repentinas que creemos que están relacionadas con lo que le pasó, y cuando eso ocurre tenemos que reducirlo entre varios. -
- ¿Qué le ocurrió? -
- Es un superviviente de aquella masacre en Anchorage hace un par de años, en las montañas Chugach, ¿no lo recuerdas?, salió en todas las noticias. -
- ¡Ah sí!, un oso que mató a varias personas, ¿no? -
- Sí, aunque hubo algo turbio que las autoridades prefirieron omitir, ya que hay rumores sobre
que los forenses encontraron cadáveres tiroteados. -
- ¡Menuda movida! -
- Sí, sea como fuere, este es uno de los que fue encontrado por el helicóptero de rescate. Según se cuenta, estuvo tan cerca de la muerte que las canas le salieron en un solo día debido al impacto psicológico que sufrió, pero ya sabes cómo es toda esta farándula, inventan cualquier cosa para captar la atención de los espectadores y hacer shows televisivos recreándose en el desgraciado suceso para ganar audiencia. Aunque lo que es cierto es que su voz se perdió en aquel valle. No ha vuelto a pronunciar palabra.-
- Pobre hombre. -
- ¡Ah, por cierto!, fue una hembra. -
- ¿Qué? -
- Que fue una hembra, una osa y no un oso. Se llamabaaaa…Dios, lo tengo en la punta de la lengua. -
- Qué más da hombre - sonrió Henry - ya veré la película, ¡seguro que hacen una!-
- ¡¡¡SHELBY!!! - dijo Mike elevando la voz al acordarse.
De repente, el hombre junto a la ventana se giró con los ojos desorbitados y balbuceó:
- ¿Shel…Shelby? -
- ¡Oh, joder, la he cagado!, pide ayuda, la vamos a necesitar. -
- ¿¿¿SHELBYYYY??? - el hombre repetía la pregunta mientras caminaba cada vez más rápido hacia la salida de la sala. -
- ¡Quieto!, ¡tranquilízate, amigo! - le imploraba Mike viéndolo acercarse.
- ¡¡¡NOOOO!!! - gritaba angustiado corriendo con la mirada perdida.
- ¡Joder, rápido! - decía vociferando hacia el pasillo Mike apremiando a sus compañeros que ya venían a ayudarle, pero por más fuerza que intentó volcar no pudo resistir la primera embestida de aquel hombre, cayendo derribado al suelo.
Los otros cinco, incluido Henry, tuvieron que unir sus fuerzas para poderlo reducir, y aun así a duras penas lograban frenarle. Hubo de ser la enfermera jefe la que con una jeringuilla, le traspasase el pijama llegando hasta la nalga y le inyectara un narcótico que aplacó su ímpetu. Tardó unos segundos eternos para los seis cuidadores, a los que ya se había sumado Mike, en hacerle efecto el sedante, pero finalmente la tensión de su cuerpo comenzó a relajarse y pudieron conducir a Bubba a su habitación del sanatorio Wendell Street Psychiatric Services de Fairbanks, en la bella Alaska.
Es un misterio lo que ocurrió entre los dos aquella mañana en las montañas, pero lo cierto es que tanto Bubba como Shelby ya no lo contarían jamás. Aunque sí había una persona que conocía el resto de la historia. Alguien que acabó consiguiendo lo que fue a buscar, un trabajo. Ese hombre era Edward Pierce, el nuevo guarda forestal de Chugach.


FIN

Pepe Gallego


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"Sin aliento" (Último capítulo - "Sangre en la nieve") por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.