jueves, 26 de abril de 2012

Rozando el límite (de Tessa Jiménez)

Hoy me enorgullece presentaros la primera incursión de nuestra amiga Tessa Jiménez ("Tess", para los amigos) en el campo del relato corto. Y lo hace con una historia dramática e intensa que a buen seguro os gustará tanto como a mí. Espero que muchos más os vayáis animando a participar en este vuestro blog, del mismo modo que ya lo han hecho Tess, JGigan, Noe o Tomás.
Os dejo con el relato.



“Rozando el límite”


Su rostro palideció cuando se percató de que estaba sola en mitad de la calle desierta y en la oscuridad de la noche, sin saber cómo había llegado a ese lugar tan inhóspito.
La lluvia caía sin cesar, empapando por completo el cuerpo de la joven, que permanecía inmóvil, sin capacidad para poder reaccionar ante la situación tan insólita y confusa que estaba viviendo.
Su camisón de seda se adhirió a su piel mojada, resaltando las curvas de su silueta y dibujando el relieve de su figura.
La chica por fin acertó a esbozar un leve y tímido movimiento de sus manos hacia sus largos cabellos de color negro azabache, hundiendo sus dedos en el espesor de su ondulado pelo calado por el agua con la intención de cogerse una coleta, pero no halló en su muñeca la gomilla que solía llevar siempre para atarse el pelo.

Todos sus movimientos eran pausados y entrecortados, su mirada parecía ausente y perdida, sus dientes no paraban de rechinar a causa del frío, todo su cuerpo temblaba ante el miedo que se albergaba en su interior, ya que era incapaz de encontrar una explicación coherente a todo cuanto estaba aconteciendo.

En un intento desesperado por recordar las circunstancias que se habían producido para que apareciera de pronto en ese sitio y vestida de esa guisa, cerró los ojos e intentó concentrarse con la intención de vislumbrar alguna imagen en su mente que le hiciera recobrar la memoria. Sin embargo su esfuerzo fue en vano, pues no consiguió encontrarle ningún sentido a la realidad que en ese momento la envolvía, haciéndola sentir insegura, temerosa y preocupada.

Fue en ese instante cuando echó a correr presa del pánico y del caos que poco a poco se iban apoderando de su ser. Entonces, tras una mueca de extrañeza y asombro, se dio cuenta de que estaba descalza, algo totalmente insólito y bastante desconcertante que acrecentaba aún más si cabe su pesadumbre.
Con el semblante desencajado, miró a su alrededor, giraba su cabeza bruscamente en todas direcciones tratando de averiguar cual era su paradero, pero sus ojos no eran capaces de reconocer el entorno en el que se hallaba.

- ¿Qué puedo hacer? ¡No sé cómo he llegado hasta aquí! ¿Alguien puede ayudarme, por favor?

Pero por más que gritaba y suplicaba entre sollozos, nadie atendía a sus lamentos, pues el tiempo era muy desapacible y la calle estaba totalmente desolada.
Claudia se encontraba sumida en la más absoluta desesperación, cuando de repente, a lo lejos pudo distinguir la sombra de un hombre bajo la luz de una farola que la invitaba con un gesto de su mano a ir hacia donde él se encontraba.

Un suspiro de alivio y consuelo se escapó de su boca al comprobar que no estaba sola, alguien la había visto y parecía que tenía intención de ayudarla.
Cuando hubo recorrido la distancia existente entre ambos, pudo ver que aquella figura misteriosa correspondía a un hombre vestido de negro, cuyo cuerpo reposaba verticalmente sobre el poste de la farola. El joven ocultaba su cara tras un casco de moto integral, impidiendo así que sus facciones fueran perceptibles a los ojos de los demás.

- ¡Menos mal! ¡Qué alegría encontrarle! Ya pensaba que nadie me escuchaba. ¿Puede decirme dónde estoy?, exclamó Claudia entre una mezcla de tranquilidad e incertidumbre.
Pero el chico permanecía impasible y quieto ante la presencia desvalida de Claudia, lo cual hizo que ésta empezara a ponerse muy nerviosa.

- Oiga, ¿no va a decir nada? ¿No se da cuenta de que estoy perdida y casi desnuda en medio de la calle? ¿Acaso se va a quedar ahí pasmado? dijo la chica con voz sobrecogida y apenada.

El hombre, que aparentemente seguía con la misma actitud de pasividad, elevó sus brazos hasta posar sus manos en las mejillas llorosas de Claudia y a continuación, le susurró unas palabras al oído con tono calmado y voz templada:

- Tranquila, no tengas miedo, nada malo va a pasarte mientras yo esté contigo.

En una porción brevísima de tiempo, el cuerpo de Claudia se estremeció al oír esa cálida voz que le era tan familiar, pero que no acertaba a identificar.

- ¿Quién eres? Tu voz me suena, pero ahora mismo estoy muy confundida y no soy capaz de reconocerte.

Sin mediar palabra, el enigmático motorista se desprendió de su casco, mostrando al fin su rosto a la joven que estaba cada vez más intrigada.
La mirada de unos profundos ojos negros se clavó en los ojos de Claudia, la cual no podía salir de su asombro al comprobar que se trataba de Enrique, su novio muerto en accidente de moto 3 años atrás.
Ella se abrazó desesperadamente al cuerpo del joven al que se aferró con todas sus fuerzas a la par que lloraba desconsoladamente.

- Enrique, te echo tanto de menos, amor mío... ¿Por qué me dejaste sola? Sin ti mi vida no tiene sentido.

A lo que el joven añadió:

- Yo nunca me fui, sigo a tu lado, aunque tú no puedas verme yo siempre permaneceré junto a ti para cuidarte. Ahora no llores y escúchame atentamente, niña.
Mira a tu alrededor... Esta fue la farola donde perdí la vida una noche como la de hoy de hace 3 años y ya es hora de que vayas haciéndote a la idea y que comiences a rehacer tu vida, porque así podré descansar en paz sabiendo que no vas a volver a tratar de suicidarte.

Claudia pudo recordar lo sucedido en el pasado, aunque no daba crédito a lo que estaba escuchando, no salía de su asombro ante la situación que estaba viviendo y no entendía a qué se refería Enrique con el tema del suicidio.
Enrique acarició el pelo de Claudia, aprisionando sus cabellos húmedos entre sus manos, mientras se acercaba lentamente a su mejilla para besarla.

- Venga, ya estás lista para volver. No me defraudes y no estés triste, porque sigo vivo en tus recuerdos, dijo a su emocionada novia.

Ella agachó la vista por un momento, para luego retomar de nuevo la mirada hacia los ojos de Enrique que la miraba embelesado y sonriendo dulcemente le dijo:

- Nunca te olvidaré, niño.

Y diciendo esto, el joven desapareció, dando lugar a la más absoluta oscuridad y Claudia resurgió del interior del agua de su bañera tomando una gran bocanada de aire que inundó sus pulmones.

Acto seguido, aún confundida por la vivencia tan traumática y a la vez tan maravillosa que había experimentado, pudo incorporarse y poner sus pies descalzos sobre la alfombra del baño, se desprendió de su camisón de seda empapado y envolvió su cuerpo en una toalla.

Mientras se estaba secando, no paraba de pensar en lo ocurrido, pues tenía serias dudas de si realmente había visto a Enrique o solamente había sido una alucinación.
Entonces, giró su cabeza y vio su propia imagen reflejada en el espejo... y pudo observar con asombro y estupefacción, que llevaba el pelo recogido con la misma gomilla que Enrique portaba en su muñeca la noche del accidente.

Tessa Jiménez


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jueves, 19 de abril de 2012

Con el pie izquierdo

Nuevo Relato Corto:  "Con el pie izquierdo"

Hoy os traigo un nuevo relato corto que he escrito. Son unas 5 páginas. En esta ocasión y a diferencia de los anteriores, está más enfocado a la comedia. Espero que os guste.
¡Un saludo!


“Con el pie izquierdo”

Cuando se encontraba en el sueño más profundo, el inapelable sonido del despertador inundó el dormitorio. Atravesando la delgada línea entre sueño y realidad como si emergiese de las profundidades del mar, la conciencia de Juan trató de zafarse de la somnolencia. En la oscuridad, su mano derecha buscó a tientas el botón del despertador para mitigar su estridente sonido, pero no era capaz de encontrarlo. En su desconcierto, mitad por la torpeza de seguir medio adormilado y mitad por los nervios de apagar el desagradable sonido, golpeó el teléfono móvil que lo tenía cargándose sobre la mesita de noche, yendo este a estrellarse contra el suelo con un ruido poco alentador.

- ¡Me cago en sus muertos! - exclamó airado mientras se levantaba sobre un codo y miraba al suelo esperando ver algo distinto de lo que parecía indicar el ruido. El móvil destartalado, eso es lo que vio. La tapadera por un lado, la batería por otro, la pantalla estallada…
Fastidiado por ver a lo que había quedado reducido su preciado móvil de última generación, se giró hacia el despertador y con un manotazo seco golpeó el botón para apagar la dichosa alarma. Sin embargo, lejos de hacerlo, el despertador cobró más vida si cabe y comenzó a sonar de manera más acelerada y ensordecedora.

- Pero, ¡esto qué es! - y agarrando enfurecido el pequeño despertador, dijo - ¡al carajo! - y lo lanzó estampándolo contra la pared de enfrente, saltando trocitos de plástico rojo por todas partes y oyéndose a las pilas rodar por debajo de la cama.
Cuando se hubo calmado, alargó la mano y recogió del suelo la tapadera, la batería y el malogrado móvil. Tras recomponerlo, pulsó para encenderlo pero el móvil había pasado a mejor vida. Resignado, sacó la tarjeta del mismo y lo colocó todo sobre la mesita de noche.
Se sentó en la cama y resopló unos segundos. Echó el pie izquierdo al suelo, se colocó las zapatillas y se irguió. Arrastrando los pies dirigió sus pasos lentamente hacia el baño al tiempo que se rascaba la nalga derecha. Orinó y mientras se lavaba las manos en el lavabo, sonrió al observarse en el espejo y ver el desordenado pelo y dos pegotes de legañas en el lagrimal de cada ojo. Se quitó el pantalón del pijama y se metió en la ducha, dando un respingo al notar la fría impresión de la primera caída de agua. Se enjabonó rápidamente para poder tener tiempo de tomarse el café mientras leía sus correos electrónicos antes de marcharse a trabajar, pero cuando accionó el grifo lo único que salió fue un hilillo de agua de la densidad del pelo de una segueta, y además helada.
- ¡Anda, ya lo que me faltaba! - exclamó agobiado entendiendo que por alguna razón que desconocía, habían cortado el agua. A tientas, pues tenía un ojo cerrado porque el jabón se le había metido dentro y le escocía, estiró el brazo hasta alcanzar la toalla, pero al colocar el pie en el suelo, en vez de hacerlo en la redonda moqueta antideslizante que tenía adecuada para ello, lo hizo directamente en el suelo, resbalándose. No llegó a caer pues se agarró a la mampara de la ducha, pero el pie con el que había patinado fue a estrellarse contra la silla donde tenía colocado el pijama, golpeándose con el dedo meñique en la pata de la susodicha silla. Un aullido de dolor resonó en el cuarto de baño, seguido de varios improperios enfurecidos.
- Pero, ¡qué coño me pasa hoy!... ¡vaya inicio de día!...-

Se quitó el jabón del cuerpo con la toalla, se calzó las chanclas y fue cojeando hacia la cocina. Una vez allí, abrió el frigorífico para coger una botella de agua con la que enjuagarse la cabeza, pero declinó la idea al notar lo fría que estaba. Miró a su alrededor y vio la botella que había junto a la ventana, que solía tener allí colocada para ahuyentar a las moscas e insectos y que estaba a temperatura ambiente. La agarró con la misma presteza con la que la soltó al notar un intenso picotazo. Una avispa salió zumbando de detrás de la botella alejándose mientras la botella de agua se precipitaba por el ojo de patio oyéndosele golpear en los tendederos de los vecinos. Todavía no le había dado tiempo a quejarse del picotazo cuando oyó un golpe seco y otra queja.
- ¡AY!... ¡quién habrá sido el hijo de puta!... hay que ver cómo me ha puesto de agua…-
Aun con el dedo hinchándose por momentos y latiendo como si tuviese un corazón propio en su interior, calló para no delatar su posición, pues era evidente que la botella de agua había alcanzado otro objetivo antes de impactar contra el suelo, un objetivo vivo con la inconfundible voz del portero del bloque que expulsaba sapos y culebras por su boca a través de encolerizadas imprecaciones.

Acabó cogiendo la botella de agua fría del frigorífico, y regándose el pelo con ella para eliminar el jabón en el lavabo, empezó a sonreír pensando en el botellazo que se habría llevado el pobre hombre y en lo cobarde que había sido escondiéndose. Para cuando acabó de enjuagarse el pelo, el dedo tenía un aspecto parecido al de una maraca, estaba completamente hinchado. Se aplicó pasta dentífrica para contrarrestar la picadura y fue a vestirse pues miró su reloj y entendió que ya no le daba tiempo de ponerse a tomar café, así que lo tomaría en la fábrica. Salió de casa y bajó sigilosamente las escaleras para no encontrarse con el portero, pero fue en vano. Este estaba frotándose el pelo con una toalla delante de la puerta del patinillo mascullando entre dientes.
- Buenos días, Sebastián. -
- ¡Buenos días serán para usted! - exclamó malhumorado el portero. - ¿Le ocurre algo? - y cuando Sebastián se quitó la toalla de la cabeza, Juan tuvo que reprimir una carcajada al verlo totalmente despelucado.
- Sí…un cabrón que me ha tirado una botella de agua cuando estaba en el patinillo colocando junto al husillo el cartón con pegamento para las ratas. -
- ¿Y le ha hecho mucho daño? -
- No, porque me ha dado la parte blanda de la botella en la cabeza, pero fíjate como me ha puesto de agua con el frío que hace, eso sin contar el susto que me he dado…como coja al que ha sido, me cago en su puta madre, se le van a quitar las ganas de hacer putadas. -
- Bueno, esperemos que lo encuentres, porque la verdad es que eso no se hace… - dijo Juan fingiendo, marchándose y dejando al portero blasfemando y descamisándose camino de la portería.

Arrancó el coche, puso música y salió del aparcamiento camino de la fábrica. Le sorprendió gratamente el poco tráfico existente, acostumbrado como estaba a encontrarse atascos en varios puntos del trayecto. Al final, pensó, le hubiese dado tiempo a tomarse el café, pues llegó con quince minutos de antelación a la puerta del trabajo. Aparcó sin dificultad pues había bastante espacio vacío y se dirigió a la puerta de cristales que daba acceso a la fábrica, pero al llegar a ella no se abrió. Como estaba oscuro, colocó la cara cerca de la puerta rodeándola con las manos para poder vislumbrar algo dentro. En la penumbra de la estancia, alumbrada tan solo por la luz de emergencia, lo primero que observó fue al guarda jurado reclinado en su silla, con los pies cruzados sobre el mostrador y dando signos evidentes de estar sumido en un profundo sueño. Le parecía violento, pero no tuvo más remedio que golpear el cristal con los nudillos para despertarle. El guarda jurado dio un respingo despertándose sobresaltado, y tras reparar en que alguien estaba llamando, se levantó torpemente y encaminó sus pasos hacia la puerta.
- ¿Qué hace usted aquí? - preguntó a Juan, al que había reconocido de inmediato.
- Pues venir a trabajar, ¿qué voy a hacer? -
- Pero si hoy es domingo - Juan tardó un par de segundos en reaccionar y cerrando los ojos dijo.
- ¡Seré gilipollas!… ¡claro, así había tan poco tráfico! - a lo que el guarda jurado sonrió con el aspecto vampírico que le daba el enrojecimiento de sus ojos aun aletargados por el reciente sueño.
- Bueno, siento haberle despertado. -
- No importa, de todas formas ya me tocaba hacer la ronda.-
Juan se despidió haciendo un gesto con la mano y se montó en su coche. Llevaba la mitad del trayecto de vuelta recorrido cuando de repente escuchó un traqueteo que parecía proceder del propio coche. Redujo la marcha para escuchar bien y de pronto un denso humo blanco comenzó a salir del capó al tiempo que este comenzó a pararse. Como pudo, giró el volante hacia la derecha para poder estacionarse en el arcén. Desesperado, le pegó varios puñetazos al volante. Se palpó la chaqueta para sacar su móvil y llamar al seguro, pero se acordó de que su móvil yacía muerto sobre la mesita de noche. No podía creer la mala suerte que estaba teniendo. Puso las luces de emergencia, se bajó del vehículo, levantó el maletero y sacó los triángulos obligatorios para indicar que estaba estacionado de emergencia en el arcén.
 
A su alrededor, en mitad de la autovía,  los pocos vehículos que pasaban lanzados, lo miraban curiosos pero nadie se detenía a preguntarle al menos si necesitaba ayuda. De pie, apoyó la espalda en el maletero y cruzó los brazos sobre el pecho, resignado a esperar que algún guarda civil apareciese en su coche patrulla para auxiliarle, ya fuese por casualidad o porque le estuviese observando alguna cámara de seguimiento de la D.G.T., La Dirección General de Tráfico. Sorpresivamente, un coche algo destartalado, aminoró la marcha y se colocó tras él.
Aliviado, pensó que por fin un alma caritativa le prestaría auxilio, tan solo necesitaba una llamada de móvil para avisar al seguro y que le mandasen una grúa.
Del vehículo se bajaron dos hombres morenos, uno de ellos con barba y la cabeza rapada y el otro con unas cejas que realmente conformaban una sola, frondosa y que atravesaba de una sien a la otra.
- ¿Qué te ha pasado, “primo”? - preguntó este último.
- Pues ya ves, que el coche me ha dejado tirado. ¿Seríais tan amables de prestarme el móvil para llamar a la grúa?, es que no lo llevo encima y fíjate la situación que se me ha presentado -dijo Juan con cara de agobio.
- Aaaah “primo”, pues si no tienes el móvil es buena cosa. -
- ¿Qué dices, cómo va a ser bueno? -
- Claaaro, porque me vas a dar la cartera y no vas a poder llamar a nadie - y dicho esto, Juan les miró a ambos atónito con lo que acababa de escuchar.
- Pero, ¿de verdad me vais a atracar? - a lo que saltó el otro, el rapado de la barba sacando una navaja.
- ¡Venga, afloja la cartera que te pincho, maricona! - y Juan, completamente asustado, sacó la cartera balbuceando - Llevaos el dinero pero no me hagáis daño, por favor. -
- Haré contigo lo que me dé la gana, ¿te enteras capullo? - dijo en modo chulesco, arrebatándole la cartera de un violento manotazo tratando de intimidar a Juan.
- ¡Mira!, pero si solo tiene veinte euros… ¡joooder!, hemos atracado al más pobre que había en la carretera. Ni tarjetas de crédito tiene…- y enfadado, lanzó la cartera por la cuneta.
- ¡Eh! - se quejó Juan, a lo que el atracador, visiblemente irritado, se acercó rápidamente a él cogiéndolo por el cuello y diciendo - ¡cállate, que te voy a dar así! - amenazándolo con la mano alzada donde aun sostenía la navaja y mordiéndose la lengua en gesto violento, mientras el otro lo intentaba detener diciéndole:
- ¡Estate quieeeeto! -
- ¡Suéltame que te doy a ti también! -
- Anda me vas a pegar tú a mí, “su hermano”,… vámonos no vaya a ser que venga la Guardia Civil - y mientras tiraba de su compañero hacia el coche, el de la navaja se alejaba amenazando a Juan con el dedo índice de la mano derecha gritando:
- ¡Por ahí te vas a escapar, perro…sino te pisaba la cabeza!
Tras montarse los dos atracadores en el coche y salir derrapando a toda velocidad con el destartalado coche, a Juan se le vino la tensión abajo, apoyó el trasero en el parachoques posterior y rompió a llorar con las manos en la cara. Estuvo un par de minutos así, hasta que se fue calmando.

- ¿Le pasa algo, joven? -
Juan se sobresaltó y alzó raudo la vista con sus ojos aun llorosos. Vio a un anciano con un bastón mirándolo con las cejas arqueadas desde la cuneta, justo detrás del guardarraíl. Tras un par de segundos en los que se limpió los ojos, Juan miró al anciano que lo observaba con la misma expresión impasible.
- Se me ha averiado el coche y unos tipos en vez de ayudarme, me han atracado. -
- ¡Pues no vayas en coche! - y con un veloz movimiento impropio de un anciano, alzó el bastón y golpeó con el extremo a Juan en el hombro. Este, sobresaltado, dijo:
- Oiga, ¡pero qué coño hace! -
- ¿Has visto a mi Chuchi? - preguntó el viejo obviando el enfado de Juan por el bastonazo recibido.
- ¿A quién? - preguntó contrariado Juan a lo que el anciano contestó enfadado.
- ¡A mi Chuchi! - y volvió a golpear a Juan con el bastón, esta vez en el muslo.
- ¡AY!...- y cuando Juan hizo ademán de protestar, se oyó en la lejanía el ladrido de un perro, a lo que el viejo, alzando las cejas con gesto de sorpresa, dijo:
- ¡Es mi Chuchi!... ¡Chuchi ven aquí! - y acto seguido, con una agilidad inusual, el viejo echó a correr por el lateral interior del quitamiedos y se perdió en la oscuridad vociferando una y otra vez el nombre de Chuchi.
- ¡Maldito viejo loco!…No me puedo creer que todo esto me esté pasando por no haberme acordado de desconectar la alarma del despertador anoche - y cojeando aun por el bastonazo infringido por el anciano, salvó el obstáculo del guardarraíl y se adentró en la cuneta a ver si lograba ver dónde había caído la cartera.

- ¿Qué hace usted ahí? - Juan se giró y vio dos figuras recortadas ante la luz de los faros de un coche patrulla. Con alivio, entendió que se trataba de la Guardia Civil.
- ¡Ufff!, menos mal…creí que nunca pasarían ustedes por aquí - dijo Juan volviendo sobre sus pasos.
- ¿Qué le ha ocurrido? -
- Pues mire, de todo, no sé ni por donde empezar. -
- Pruebe por el principio - dijo el agente de la benemérita, que escuchó atentamente las explicaciones de Juan. Cuando hubo acabado, intercambió una mirada con su compañero y este fue al coche patrulla, mientras el otro agente pedía los documentos del vehículo a Juan. Este, aunque sorprendido por la primera medida adoptada por el agente, le hizo caso y le entregó la documentación pensando que sería la rutinaria forma de actuar. Instantes después, volvió el otro agente entregándole una boquilla desechable a Juan explicándole cómo debía colocarla en el medidor de alcoholemia, a lo que Juan perplejo comentó:
- Oiga, que les he contado toda la verdad, que no estoy borracho. -
- No lo pongo en duda, pero por favor, sople. -
Juan fue a protestar, pero no llegó a hacerlo. Lo pensó mejor y sopló, sabedor de que no había tomado nada y con la esperanza de que tras esa comprobación, los agentes le prestaran su ayuda.
- Señor, tiene usted el seguro caducado.-
- ¿Cómo? – preguntó sorprendido Juan.
- Sí, lo que oye. Aquí en la póliza dice que acababa su vinculación el pasado mes de Enero. Voy a tener que sancionarle. -
Juan, totalmente confuso, se pasó la mano por los cabellos y dijo en voz baja:
- ¿Me puede ocurrir algo más? - entonces, el agente que comprobó el test de alcoholemia y que tras dar negativo había ido a guardar el aparato al coche, expresó:
- Oiga, acabo de comprobar que sus triángulos no son homologados. -
- ¿¿¿Cómo???...pe…pe, pero si son los que me venían con el coche. -
- Pues le engañaron…lo siento, pero debo sancionarle también por ello. -
A Juan, ya totalmente desmoralizado ante la dantesca situación que estaba viviendo, le dio por reírse. El agente que estaba rellenando la multa, le miró y dijo:
- ¿Se está usted riendo de la autoridad? - Juan ni contestaba, tan solo se reía cada vez más, ya incluso señalándole con el dedo. Había llegado ya a ese punto de ataque de risa y era incapaz de parar ante la incrédula mirada de los guardias civiles.


*   *   *   *   *   *   *


Puede usted salir, dijo el agente con el manojo de llaves en la mano y abriendo la celda. Juan, con ojeras y totalmente serio, se levantó del banco en el que se encontraba sentado, cogió la chaqueta y cuando pasaba junto al agente, preguntó:
- ¿Quién ha pagado la fianza? -
- No ha habido fianza porque los agentes finalmente no denunciaron. Tan solo pidieron que pasara usted aquí veinticuatro horas como escarmiento. Eso sí, deberá usted abonar los gastos generados por la grúa que retiró de la carretera su coche y el depósito del mismo en dependencias policiales.


Juan se bajó del taxi frente a su bloque. Entró al portal y…
- ¡Tú!... ¡fuiste tú!...me lo ha dicho Adela, tu vecina de enfrente, que siempre tienes una botella llena de agua en el alféizar de la ventana para ahuyentar a los insectos - y al tiempo que Sebastián, el portero, decía esto, iba levantando un palo caminando hacia Juan, que ya retrocedía intentando disculparse.
- Oiga, le juro que fue sin querer… ¡tranquilo Sebastián, que se pierde usted! -
- ¿Con que eso no se hace eh?... ¡ahora verás!... ¡no corras, si te voy a coger, hijoputa! - y decía esto corriendo tras Juan que ya había atravesado las puertas del portal y esprintaba por la calle arriba para escapar del encolerizado portero…


Pepe Gallego

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