miércoles, 28 de septiembre de 2016

"Redemption"

Me destrozó. Toda mi inocencia corrompida por aquel que se hacía llamar padre. Toda mi niñez amedrentada bajo el yugo de una interpretada palabra divina, que convertía en pecado aquello que cuestionara mínimamente su pervertida moral.
Pero nunca más…

Cuando adquirí la edad y el valor suficiente para huir, arrastré mi dolorida alma y castigado cuerpo por las calles, partiendo tan solo con lo puesto y este tomo en mis manos. He aprendido mucho desde entonces y he asimilado a mi manera lo que dice en su interior, pero estoy segura de que a él no le va a gustar mi forma de entenderlo, pues tampoco gozaron aquellos que se cruzaron en mi camino con la sombra del maligno en los ojos, y que acabaron probando la particular doctrina que en estos instantes apoyo en mi hombro.

Ahora, preparada para volver a entrar al templo sagrado que fue mi casa y a la vez mi cárcel, puedo elevar una plegaria: Padre, perdóname, porque sí sé lo que hago.

Úrsula entró al recinto con la frialdad inundando sus ojos y el odio enroscado en los dedos que sujetaban el contundente artilugio con el que daba su personal salvación. Se fue acercando con paso firme a la figura que estaba de pie ante el retablo, elevándose a su paso el murmullo de los sorprendidos asistentes. Cuando el párroco alzó la mirada, una desagradable sorpresa anegó sus agrandados ojos.
–Hola, “padre”, soy Úrsula, ¿te acuerdas de mí? Las manos del sacerdote, crispadas de tembloroso terror, perdieron la consistencia con la que agarraban el cáliz de vino, y este cayó sobre el altar derramando la sangre de Cristo.
Sí, ya veo que sí. Vengo a expiar tus pecados.
Úrsula señaló su Biblia antes de sentenciar:
Conocerás la verdad, y la verdad te hará libre y apretando el bate hasta hacer crujir su madera, añadió porque hoy vas a morir.

Pepe Gallego

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sábado, 24 de septiembre de 2016

"Red Alabama"


Yo estaba en la fiesta del pueblo, al igual que la mayor parte de los habitantes de Greenville, como usted ya sabe, sheriff, compartiendo este magnífico día. Me hallaba junto a una de las barracas que hace las veces de bar, apurando mi cerveza y observando entretenido cómo se las ingeniaban mis amigos para sacar a bailar a las chicas. De repente, a mi espalda surgió una voz aterciopelada:
- Eres demasiado guapo para quedarte sin bailar. -
Cuando me di la vuelta fui incapaz de articular palabra ante la extraña belleza de aquella chica de piel blanca nacarada, sedoso pelo negro y grandes ojos claros. Por si lo necesita para poder identificarla, llevaba puesta una camiseta de la bandera confederada, con cuyo extremo inferior jugueteaba sonriéndome. Pero como digo, había algo inusual en ella. Se diría que era una muchacha de unos veintitrés años, aunque su mirada era demasiado profunda. No sabría explicarlo, pero transmitía una sabiduría o experiencia que no iba acorde con su aspecto juvenil.
- Hola, soy Scarlett, ¿cómo te llamas? - me preguntó.
- Bobby - contesté estrechándole la mano.
- ¿Por qué no bailas conmigo? - me dijo.
- No sé bailar - me excusé torpemente.
- ¡Oh, vamos!, no seas aburrido. Mira a tus amigos, ellos se divierten - me reprochó señalándolos, y al darme la vuelta los vi a todos bailando excepto a Taylor, que se marchaba hacia los árboles seguramente para orinar y aliviar su evidente estado de embriaguez.
En ese preciso instante, por los altavoces comenzó a sonar el “Sweet home Alabama”, y pensé que los Lynyrd Skynyrd se sentirían defraudados si me acobardara y no sacase a bailar a la chica, pero cuando me giré para pedírselo ya no estaba. Miré desconcertado en todas direcciones, pero era como si se la hubiese tragado la tierra.

Tras unos minutos, reparé en que Taylor no volvía de la zona boscosa, así que fui a buscarle por si se quedaba dormido con la frente apoyada en un árbol como tantas otras veces. Pero cuando llegué, lo que vi me dejó completamente petrificado. Taylor estaba tumbado en la hierba y alguien se encontraba agachado junto a él como besándole. Pero luego el cuerpo de mi amigo comenzó a dar espasmos y convulsiones. Aún no lo había asimilado cuando Scarlett alzó la cabeza, posando su fría mirada en mí, se colocó el dedo índice de la mano derecha ante los labios, por cuyas comisuras goteaba sangre, o eso creo, y me indicó que guardara silencio.
Entonces eché a correr hacia acá y se lo he contado todo a usted, sheriff.
- Está bien, joven. Márchese a casa; yo iré con mi ayudante a echar un vistazo al lugar del suceso. -
En aquel momento, un ruido sordo y continuo en el techo de la comisaría cortó la conversación de ambos, antes de que una suave voz proveniente del sitio del golpe, dijera:
- Bobby, ¿no te pedí que te callaras?, - el rostro del chico adquirió el color de la cera - ¿por qué no me has hecho caso? -
- Sheriff, huya y sálvese - dijo el muchacho con voz resignada, y añadió ante la atónita expresión del jefe de policía - yo ya estoy muerto. Es Scarlett…

Pepe Gallego

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