sábado, 26 de mayo de 2012

"El salvaje Oeste"


Río, tumbado en el suelo, apretaba su mano izquierda sobre el pecho, pero era inútil y él lo sabía. La vida se le escapaba en forma de densos hilos escarlatas a través de sus temblorosos dedos. Alzó la vista, que se le nublaba por momentos, para ver al mayor de los hermanos Barlow, Lester, que reía a carcajadas mientras hacía girar rítmicamente su revolver. Pero, ¿dónde estaba Jackie, el otro hermano?

–¿Te duele, McKenzie?,ja,ja,ja,ja. Río lo miraba desde el suelo con la rabia inundando sus ojos.
–¡Eh, Lester, mira el tesoro mejicano que he encontrado en el granero!
La rabia que dominaba la mirada de Río McKenzie cambió drásticamente al observar al menor de los Barlow que venía empujando a su esposa, Matilde, la cual intentaba resistirse inútilmente pues el menudo Jackie le iba agarrando de su larga melena azabache.
Acto seguido, Río se dirigió a Lester implorándole:
–A ella no Barlow, por favor, esto es entre vosotros y yo. Déjala marchar.
–Espera que lo piense…uhmmm…Pues no, lo siento pero eso no va a ser posible.
Río bajó la mirada al suelo y apretando las mandíbulas balbuceó entre dientes:
–¡Maldito!, si le haces daño juro que te destrozaré aunque sea lo último que haga.
–¿Qué hablas de hacerle daño, McKenzie?, pero si es muy guapa. Tranquilo, la vamos a tratar como se merece, ¿verdad Jackie? ,ja,ja,ja.
Claro Lester. Veamos que tiene debajo de esta bonita blusa.
–¡Nooo! –gritó desesperado Río, pero fue en vano. Un violento tirón de Jackie a la blusa de Matilde dejó al descubierto sus tersos senos. Río, sacando fuerzas de flaqueza, hincó una rodilla en el suelo y consiguió alzarse para intentar ir a socorrer a su esposa.
–¿Dónde crees que vas? dijo el mayor de los Barlow, que le descerrajó un tiro en el muslo izquierdo haciéndolo caer de nuevo.
Quédate ahí quietecito McKenzie, el show acaba de comenzar, ¿no querrás arruinarlo, verdad?
–Lester, ¿me dejas empezar a mí?, voy a enseñarle a esta zorra mejicana lo que es un hombre de verdad, ja,ja,ja –decía Jackie mientras manoseaba los pechos de Matilde que pretendía resistirse.
¡No te atrevas a tocarla, bastardo! gritó Río desde el suelo.
–Aaaah, cállate McKenzie. Te diré lo que vamos a hacer. Primero, vamos a jugar un rato con tu mujercita. Luego, nos tomaremos una buena botella de whisky a tu salud. Y después, quemaremos tu casa, tu granero y puede que también a ella. Aunque si se porta bien, lo mismo la perdonamos y solo le cortamos la lengua, ja,ja,ja dijo con sorna Lester. 
Río, medio moribundo, se aferraba a la vida buscando la manera de liberar la torturada visión que tenía ante sí de su esposa ultrajada. Cerró sus dedos sobre la ardiente arena con la rabia y desesperación de saber que poco o nada podría hacer ya.
–Dios empezó a murmurar alzando la mirada al cielo permíteme una última redención. Yo pagaré por cuanto mal haya causado en esta vida, pero no la hagas a ella partícipe de la desgracia que me asola. No me importa morir, pero sálvala a ella.
–¿Qué dices McKenzie?, habla más alto, ¡no logro oírte! decía Lester Barlow burlándose de él, mientras Jackie reía al tiempo que seguía sujetando por el pelo a Matilde. La mejicana no sollozaba como cabría esperar. Era una mujer dura, curtida en un mundo de hombres despiadados sin modales ni moralidad alguna. Su mirada era de un profundo desprecio hacia sus captores. Al ver la sonrisa de Jackie, dejó de forcejear y le escupió. A este se le borró la sonrisa inmediatamente de la faz, se limpió la cara con la mano izquierda y con el reverso de esta abofeteó con fuerza el rostro de la muchacha que cayó al suelo. Una brizna de sangre asomó por la comisura de sus labios.

En ese instante, un grito espeluznante barrió la escena haciendo virar la vista tanto a los Barlow como a Matilde. Río se hallaba en pie, con los brazos abiertos y la cabeza agachada. El cielo, hasta ese instante totalmente despejado y dominado por los intensos rayos del sol,  comenzó a cubrirse de espesas nubes negras ocultando por completo a la gran estrella.
–¿Cómo coño se ha levantado, Lester?, tiene una bala en el pecho y otra en la pierna dijo Jackie sorprendido, oscilando la mirada entre su hermano y Río varias veces.
–No te preocupes hermanito, le meteré una bala en la otra pierna y no volverá a moverse y eso se dispuso a hacer Lester, pero antes de que pudiese apretar el gatillo, un golpe por detrás de su rodilla le hizo tambalearse hasta caer a tierra aullando de dolor. Matilde le había dado una patada con todas sus fuerzas desde el suelo para que no pudiese disparar a su marido.
–¡Quieta furcia! dijo Jackie amartillando su revolver para disparar a Matilde.
–¡¡¡JACKIEEEEE!!! el alarido de una voz gutural heló la sangre del menor de los Barlow que giro la cabeza lentamente hacia Río, pero éste ya no parecía él mismo. Su mirada penetrante era aterradora. Las cuencas de sus ojos se habían ensombrecido tiñéndose de una extraña oscuridad contrastada con el brillo de sus pupilas. Sus dedos se habían transformado en largos y huesudos a modo de garras. De los mismos, comenzó a brotar sangre ante el crecimiento instantáneo de una afiladas uñas.
Río, o lo que quisiera que fuese ya, movió sus ensangrentados y temblorosos labios para dejar entrever dos filas de dientes puntiagudos. Lester, que a duras penas se había incorporado agarrándose la rodilla dolorida, estaba completamente pálido. Miró a su hermano que se había quedado petrificado observando a Río mientras seguía apuntando a Matilde.
Lester volvió a mirar a Río y alzando su revolver comenzó a dispararle. Una, dos, tres, cuatro veces hasta que el tambor se descargó de proyectiles. El atronador sonido de las balas contrastaba con el rugido de la tormenta que comenzaba a arremolinarse en el lugar. Ninguno de esos proyectiles alcanzó a Río que, con movimientos casi imperceptibles al ojo humano, los esquivó todos.
Al instante, comenzó a avanzar lentamente hacia los hermanos. Jackie viró el revolver desde Matilde a Río y comenzó a dispararle como había hecho Lester, pero el resultado fue el mismo. Casi sin tomar carrera, Río dio un salto hacia delante de unos quince metros quedándose a un palmo de la cara de Jackie, que temblaba de pies a cabeza. Alzó su huesuda mano derecha, agarró por el cuello a Jackie y lo levantó medio metro sobre el suelo con la facilidad que se levanta un vaso de whisky. Lester, que sin dejar de mirar la escena, había vuelto a recargar su revolver, levantó a Matilde por el pelo y se colocó tras ella, rodeándole el cuello fuertemente con su brazo y con la otra mano apuntándole a la cabeza con el arma.
–¡Suelta a mi hermano o le vuelo la cabeza a esta perra mejicana! 
Río, miró lentamente al mayor de los Lester, sonrió y acto seguido dobló la cabeza de Jackie hacia atrás, partiendo su cuello con un macabro chasquido.
–¡NOOOO! gritó desesperado Lester Barlow al ver la cabeza de Jackie retorcida anti-naturalmente hacia atrás. En ese momento, Matilde aprovechó la confusión para morderle la mano con tal fuerza que se trajo el pedazo de carne. Automáticamente Lester soltó a Matilde con un bramido de dolor mientras de su mano salió lanzado un chorro de sangre.


El viento y una lluvia torrencial hicieron acto de presencia y comenzaron a azotar a los presentes. Río, que aun mantenía en alto el cuerpo sin vida de Jackie, lo lanzó como un guiñapo a varios metros de distancia y encaminó sus pasos hacia Lester. Éste, más preocupado de su mano que de Río, no vio venir el zarpazo, que le provocó tres cortes profundos en la cara y le hizo retroceder a trompicones. Con el pavor dibujado en el rostro, Lester inició una torpe carrera cojeando en dirección al granero, ante el cual había dejado atado a su caballo. Río le seguía andando, sin prisa, sabedor de que lo tenía a su merced. Pero se confió y con un rápido movimiento, Lester le acertó un balazo en el hombro, haciéndolo frenar lo suficiente para llegar hasta el caballo. Se subió al mismo y cuando se disponía a golpear con la espuela de su bota el lomo de su montura, la garra de Río le asió del tobillo y lo lanzó con una fuerza inusitada a unos diez metros. Lester cayó resbalando por el anegado suelo llenándose la cara de barro. Palpó el terreno buscando su revolver que se le había caído al precipitarse. Consiguió encontrarlo pero el tacón de la bota de Río hundió su muñeca haciéndola crujir bajo su peso. Mientras gritaba, Río lo levanto del pelo y lo miró a los ojos con aquel rostro de inframundo en el que se había transformado.
–Te dije que si le hacías daño, te destrozaría aunque fuese lo último que hiciese.
Lester, totalmente aterrado y sabedor del destino que le esperaba en segundos, comenzó a orinarse encima. Río abrió su boca y atacó repetidas veces con mordiscos violentos el rostro de Lester dejándolo sanguinolento e irreconocible. En un último intento por salvar la vida, Lester pidió clemencia. Río lo miró unos instantes y, tras relajar su expresión, lo dejó caer al suelo.
–Márchate y no vuelvas.


Lester tosía tumbado empapado de sangre y barro. Río McKenzie se dio la vuelta y Matilde semidesnuda corrió hacia su marido que comenzaba a perder su aterrador aspecto para volver a ser el mismo, un hombre que se tambaleaba herido por tres balas que Lester Barlow había alojado en su cuerpo.
Matilde se abrazó a él pero un estruendo retumbó en el aire, el inconfundible sonido de un disparo. Matilde notó como el cuerpo de su marido se resbalaba de sus brazos y caía de rodillas. Tras él, el cañón del revolver de Lester Barlow humeaba delatando lo que acababa de ocurrir. Sonriendo entre tosidos y espasmos, el forajido miró al moribundo y dijo:
–¿De verdad pensabas que me marcharía sin más,  tras destrozarme la cara y matar a mi hermano?
–Corre le susurró al oído Río a su esposa. Ella negó con la cabeza pero él insistió gritándole ¡Corre! –momentos antes de hacer un último esfuerzo y lanzarse hacia atrás para cubrir el disparo de Lester, que ya volaba hacia la mejicana. La bala impactó a bocajarro en el pecho de Río que cayó inerte al suelo, pero le dio el tiempo suficiente a Matilde para escapar, y esta ya corría hacia la casa. Lester le disparó dos veces más pero no estaba en condiciones de acertar a distancia debido a las heridas. 


Se incorporó a duras penas y observó el cuerpo sin vida de Río y luego el despojo al que había quedado reducido su hermano Jackie. Volvió a mirar con desprecio hacia la casa e inició su andadura cojeando hacia la misma. Al llegar, miró con desconfianza pues la puerta se encontraba abierta. Amartilló su revolver para poder utilizarlo de nuevo, y entro con sigilo. La estancia estaba en penumbras, pero notó cómo la puerta de la cocina aún se movía y entendió que la mujer probablemente se encontraba allí. Avanzó con cautela y se colocó junto al dintel de la puerta para escuchar.  Se oía una respiración entre cortada. No había duda, la asustada muchacha estaba dentro. Lester esbozó una mueca parecida a una sonrisa en su rostro desfigurado por las heridas, y se asomó lo justo para ver cómo una sartén volaba hacia él. Colocó el brazo delante y tras ser golpeado exclamó un improperio y disparo en dirección a Matilde que salía corriendo por la puerta trasera de la cocina. El disparo impactó en la madera haciendo saltar astillas. Cojeando furioso atravesó la estancia, salió por la puerta por la que había escapado la muchacha y fue tras ella. Era evidente que el único lugar al que había podido ir era al granero, así que encaminó sus pasos hacia allí. Nada más entrar, la pudo ver corriendo a ocultarse tras un montón de paja y le disparó volviendo a fallar, pero todo era cuestión de tiempo porque la chica estaba tras la paja y ya no tenía escapatoria. Efectivamente, llegó al sitio y Matilde se encontraba apoyada contra la pared respirando de forma agitada. Lester amartilló de nuevo su revolver, apuntó y…Matilde comenzó a sonreír.
–¿De qué te ríes, zorra? preguntó Lester entre furioso y confuso.
–De ti y de tu revolver sin balas dijo la mujer con su inconfundible acento mejicano.
Lester, anonadado, se dio cuenta de que efectivamente había agotado el contenido del tambor.
–Eres astuta, mujer. Has contado las balas que he gastado desde que cargué por segunda vez el revolver. Pero eso no quiere decir que no pueda volver a cargarlo. Vamos a ver si te ríes ahora dijo Lester echándose mano al cinturón para coger balas y recargar el arma, pero en esta ocasión el amartillado que sonó no fue el de su revolver sino el crujido de una escopeta al cargar sus cartuchos. Sorprendido, se giró y vio una figura inesperada, un niño de apenas diez años que le encañonaba. Lester miró atrás y le dijo a Matilde:
–Sabías que te perseguiría. ¡Me has tendido una trampa, sucia ramera!
–¿De verdad creías que tras matar a mi marido me iría corriendo cobardemente?... ¡Dispara Johnny!
Lester se giró rápidamente para quitarle la escopeta al chico pero lo único que encontró fue un cartucho alojado en su pecho. El cuerpo voló literalmente yéndose a estampar contra la pared del granero y resbaló fláccido por la paja allí amontonada tiñéndola de rojo.
A Johnny, que miraba estupefacto al hombre al que acababa de dar muerte, le fue arrebatada la escopeta por su madre que le abrazó con fuerza mientras le besaba sin parar.


Pepe Gallego

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