lunes, 14 de noviembre de 2016

“Amor de sobremesa”


No la vi venir. Me hipnotizó de tal manera que mi razón se obnubiló y mis sentidos se concentraron en un puño que golpeaba mi corazón cual boxeador a su saco.
Un barrido de melena, una mirada encendida y una sonrisa que convertía el marfil en centellas alineadas, apalancaron mis ojos para abrirlos de par en par, permitiendo que el amor se colara paseando como Pedro por su casa. No necesitó más, su perfume al pasar hizo el resto profanando mis fosas nasales e inundándolas de un pestilente hedor que en aquel momento confundí con rosas.

Un muchacho estúpido, ese soy yo, un engañado títere que cuando agarró su mano firmó la rendición del acorazonado castillo por voluntad propia, cediéndoselo a la princesa de un cuento sin perdices que poder llevarse a la boca. Bueno sí, la perdiz sí será cocinada y yo tengo todas las papeletas para encarnar a ese personaje en cuanto esté listo el sofrito que se cuece arriba.

Ahora, heme aquí escribiendo mi triste historia en el húmedo suelo barroso del sótano de una choza enclavada sabe Dios dónde, desnudo, encadenado y sabiendo que mi suerte está echada. La vieja desdentada de risa demoníaca no tardará en bajar cuando tenga listo el mejunje. Y pensar que hace tan solo un par de horas era una solitaria y bella mujer en mitad de la fiesta del pueblo, que se fijó en un tipo poco agraciado como yo…
Supongo que ya es demasiado tarde para darme cuenta de que esas cosas solo pasan en las películas.

A quien pueda leer esto, si es que ella no lo encuentra antes, me llamo Jonás Martín y os doy un consejo:
Marchaos de Zugarramurdi o encontraréis lo que habéis venido a buscar…Brujas.

Pepe Gallego


Licencia Creative Commons
"Amor de sobremesa" por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivar 4.0 Internacional.