Os dejo con el relato.
“Rozando el límite”
Su rostro palideció cuando se percató de que estaba sola en mitad de la calle desierta y en la oscuridad de la noche, sin saber cómo había llegado a ese lugar tan inhóspito.
La lluvia caía sin cesar, empapando por completo el cuerpo de la joven, que permanecía inmóvil, sin capacidad para poder reaccionar ante la situación tan insólita y confusa que estaba viviendo.
Su camisón de seda se adhirió a su piel mojada, resaltando las curvas de su silueta y dibujando el relieve de su figura.
La chica por fin acertó a esbozar un leve y tímido movimiento de sus manos hacia sus largos cabellos de color negro azabache, hundiendo sus dedos en el espesor de su ondulado pelo calado por el agua con la intención de cogerse una coleta, pero no halló en su muñeca la gomilla que solía llevar siempre para atarse el pelo.
Todos sus movimientos eran pausados y entrecortados, su mirada parecía ausente y perdida, sus dientes no paraban de rechinar a causa del frío, todo su cuerpo temblaba ante el miedo que se albergaba en su interior, ya que era incapaz de encontrar una explicación coherente a todo cuanto estaba aconteciendo.
En un intento desesperado por recordar las circunstancias que se habían producido para que apareciera de pronto en ese sitio y vestida de esa guisa, cerró los ojos e intentó concentrarse con la intención de vislumbrar alguna imagen en su mente que le hiciera recobrar la memoria. Sin embargo su esfuerzo fue en vano, pues no consiguió encontrarle ningún sentido a la realidad que en ese momento la envolvía, haciéndola sentir insegura, temerosa y preocupada.
Fue en ese instante cuando echó a correr presa del pánico y del caos que poco a poco se iban apoderando de su ser. Entonces, tras una mueca de extrañeza y asombro, se dio cuenta de que estaba descalza, algo totalmente insólito y bastante desconcertante que acrecentaba aún más si cabe su pesadumbre.
Con el semblante desencajado, miró a su alrededor, giraba su cabeza bruscamente en todas direcciones tratando de averiguar cual era su paradero, pero sus ojos no eran capaces de reconocer el entorno en el que se hallaba.
- ¿Qué puedo hacer? ¡No sé cómo he llegado hasta aquí! ¿Alguien puede ayudarme, por favor?
Pero por más que gritaba y suplicaba entre sollozos, nadie atendía a sus lamentos, pues el tiempo era muy desapacible y la calle estaba totalmente desolada.
Claudia se encontraba sumida en la más absoluta desesperación, cuando de repente, a lo lejos pudo distinguir la sombra de un hombre bajo la luz de una farola que la invitaba con un gesto de su mano a ir hacia donde él se encontraba.
Un suspiro de alivio y consuelo se escapó de su boca al comprobar que no estaba sola, alguien la había visto y parecía que tenía intención de ayudarla.
Cuando hubo recorrido la distancia existente entre ambos, pudo ver que aquella figura misteriosa correspondía a un hombre vestido de negro, cuyo cuerpo reposaba verticalmente sobre el poste de la farola. El joven ocultaba su cara tras un casco de moto integral, impidiendo así que sus facciones fueran perceptibles a los ojos de los demás.
- ¡Menos mal! ¡Qué alegría encontrarle! Ya pensaba que nadie me escuchaba. ¿Puede decirme dónde estoy?, exclamó Claudia entre una mezcla de tranquilidad e incertidumbre.
Pero el chico permanecía impasible y quieto ante la presencia desvalida de Claudia, lo cual hizo que ésta empezara a ponerse muy nerviosa.
- Oiga, ¿no va a decir nada? ¿No se da cuenta de que estoy perdida y casi desnuda en medio de la calle? ¿Acaso se va a quedar ahí pasmado? dijo la chica con voz sobrecogida y apenada.
El hombre, que aparentemente seguía con la misma actitud de pasividad, elevó sus brazos hasta posar sus manos en las mejillas llorosas de Claudia y a continuación, le susurró unas palabras al oído con tono calmado y voz templada:
- Tranquila, no tengas miedo, nada malo va a pasarte mientras yo esté contigo.
En una porción brevísima de tiempo, el cuerpo de Claudia se estremeció al oír esa cálida voz que le era tan familiar, pero que no acertaba a identificar.
- ¿Quién eres? Tu voz me suena, pero ahora mismo estoy muy confundida y no soy capaz de reconocerte.
Sin mediar palabra, el enigmático motorista se desprendió de su casco, mostrando al fin su rosto a la joven que estaba cada vez más intrigada.
La mirada de unos profundos ojos negros se clavó en los ojos de Claudia, la cual no podía salir de su asombro al comprobar que se trataba de Enrique, su novio muerto en accidente de moto 3 años atrás.
Ella se abrazó desesperadamente al cuerpo del joven al que se aferró con todas sus fuerzas a la par que lloraba desconsoladamente.
- Enrique, te echo tanto de menos, amor mío... ¿Por qué me dejaste sola? Sin ti mi vida no tiene sentido.
A lo que el joven añadió:
- Yo nunca me fui, sigo a tu lado, aunque tú no puedas verme yo siempre permaneceré junto a ti para cuidarte. Ahora no llores y escúchame atentamente, niña.
Mira a tu alrededor... Esta fue la farola donde perdí la vida una noche como la de hoy de hace 3 años y ya es hora de que vayas haciéndote a la idea y que comiences a rehacer tu vida, porque así podré descansar en paz sabiendo que no vas a volver a tratar de suicidarte.
Claudia pudo recordar lo sucedido en el pasado, aunque no daba crédito a lo que estaba escuchando, no salía de su asombro ante la situación que estaba viviendo y no entendía a qué se refería Enrique con el tema del suicidio.
Enrique acarició el pelo de Claudia, aprisionando sus cabellos húmedos entre sus manos, mientras se acercaba lentamente a su mejilla para besarla.
- Venga, ya estás lista para volver. No me defraudes y no estés triste, porque sigo vivo en tus recuerdos, dijo a su emocionada novia.
Ella agachó la vista por un momento, para luego retomar de nuevo la mirada hacia los ojos de Enrique que la miraba embelesado y sonriendo dulcemente le dijo:
- Nunca te olvidaré, niño.
Y diciendo esto, el joven desapareció, dando lugar a la más absoluta oscuridad y Claudia resurgió del interior del agua de su bañera tomando una gran bocanada de aire que inundó sus pulmones.
Acto seguido, aún confundida por la vivencia tan traumática y a la vez tan maravillosa que había experimentado, pudo incorporarse y poner sus pies descalzos sobre la alfombra del baño, se desprendió de su camisón de seda empapado y envolvió su cuerpo en una toalla.
Mientras se estaba secando, no paraba de pensar en lo ocurrido, pues tenía serias dudas de si realmente había visto a Enrique o solamente había sido una alucinación.
Entonces, giró su cabeza y vio su propia imagen reflejada en el espejo... y pudo observar con asombro y estupefacción, que llevaba el pelo recogido con la misma gomilla que Enrique portaba en su muñeca la noche del accidente.
La lluvia caía sin cesar, empapando por completo el cuerpo de la joven, que permanecía inmóvil, sin capacidad para poder reaccionar ante la situación tan insólita y confusa que estaba viviendo.
Su camisón de seda se adhirió a su piel mojada, resaltando las curvas de su silueta y dibujando el relieve de su figura.
La chica por fin acertó a esbozar un leve y tímido movimiento de sus manos hacia sus largos cabellos de color negro azabache, hundiendo sus dedos en el espesor de su ondulado pelo calado por el agua con la intención de cogerse una coleta, pero no halló en su muñeca la gomilla que solía llevar siempre para atarse el pelo.
Todos sus movimientos eran pausados y entrecortados, su mirada parecía ausente y perdida, sus dientes no paraban de rechinar a causa del frío, todo su cuerpo temblaba ante el miedo que se albergaba en su interior, ya que era incapaz de encontrar una explicación coherente a todo cuanto estaba aconteciendo.
En un intento desesperado por recordar las circunstancias que se habían producido para que apareciera de pronto en ese sitio y vestida de esa guisa, cerró los ojos e intentó concentrarse con la intención de vislumbrar alguna imagen en su mente que le hiciera recobrar la memoria. Sin embargo su esfuerzo fue en vano, pues no consiguió encontrarle ningún sentido a la realidad que en ese momento la envolvía, haciéndola sentir insegura, temerosa y preocupada.
Fue en ese instante cuando echó a correr presa del pánico y del caos que poco a poco se iban apoderando de su ser. Entonces, tras una mueca de extrañeza y asombro, se dio cuenta de que estaba descalza, algo totalmente insólito y bastante desconcertante que acrecentaba aún más si cabe su pesadumbre.
Con el semblante desencajado, miró a su alrededor, giraba su cabeza bruscamente en todas direcciones tratando de averiguar cual era su paradero, pero sus ojos no eran capaces de reconocer el entorno en el que se hallaba.
- ¿Qué puedo hacer? ¡No sé cómo he llegado hasta aquí! ¿Alguien puede ayudarme, por favor?
Pero por más que gritaba y suplicaba entre sollozos, nadie atendía a sus lamentos, pues el tiempo era muy desapacible y la calle estaba totalmente desolada.
Claudia se encontraba sumida en la más absoluta desesperación, cuando de repente, a lo lejos pudo distinguir la sombra de un hombre bajo la luz de una farola que la invitaba con un gesto de su mano a ir hacia donde él se encontraba.
Un suspiro de alivio y consuelo se escapó de su boca al comprobar que no estaba sola, alguien la había visto y parecía que tenía intención de ayudarla.
Cuando hubo recorrido la distancia existente entre ambos, pudo ver que aquella figura misteriosa correspondía a un hombre vestido de negro, cuyo cuerpo reposaba verticalmente sobre el poste de la farola. El joven ocultaba su cara tras un casco de moto integral, impidiendo así que sus facciones fueran perceptibles a los ojos de los demás.
- ¡Menos mal! ¡Qué alegría encontrarle! Ya pensaba que nadie me escuchaba. ¿Puede decirme dónde estoy?, exclamó Claudia entre una mezcla de tranquilidad e incertidumbre.
Pero el chico permanecía impasible y quieto ante la presencia desvalida de Claudia, lo cual hizo que ésta empezara a ponerse muy nerviosa.
- Oiga, ¿no va a decir nada? ¿No se da cuenta de que estoy perdida y casi desnuda en medio de la calle? ¿Acaso se va a quedar ahí pasmado? dijo la chica con voz sobrecogida y apenada.
El hombre, que aparentemente seguía con la misma actitud de pasividad, elevó sus brazos hasta posar sus manos en las mejillas llorosas de Claudia y a continuación, le susurró unas palabras al oído con tono calmado y voz templada:
- Tranquila, no tengas miedo, nada malo va a pasarte mientras yo esté contigo.
En una porción brevísima de tiempo, el cuerpo de Claudia se estremeció al oír esa cálida voz que le era tan familiar, pero que no acertaba a identificar.
- ¿Quién eres? Tu voz me suena, pero ahora mismo estoy muy confundida y no soy capaz de reconocerte.
Sin mediar palabra, el enigmático motorista se desprendió de su casco, mostrando al fin su rosto a la joven que estaba cada vez más intrigada.
La mirada de unos profundos ojos negros se clavó en los ojos de Claudia, la cual no podía salir de su asombro al comprobar que se trataba de Enrique, su novio muerto en accidente de moto 3 años atrás.
Ella se abrazó desesperadamente al cuerpo del joven al que se aferró con todas sus fuerzas a la par que lloraba desconsoladamente.
- Enrique, te echo tanto de menos, amor mío... ¿Por qué me dejaste sola? Sin ti mi vida no tiene sentido.
A lo que el joven añadió:
- Yo nunca me fui, sigo a tu lado, aunque tú no puedas verme yo siempre permaneceré junto a ti para cuidarte. Ahora no llores y escúchame atentamente, niña.
Mira a tu alrededor... Esta fue la farola donde perdí la vida una noche como la de hoy de hace 3 años y ya es hora de que vayas haciéndote a la idea y que comiences a rehacer tu vida, porque así podré descansar en paz sabiendo que no vas a volver a tratar de suicidarte.
Claudia pudo recordar lo sucedido en el pasado, aunque no daba crédito a lo que estaba escuchando, no salía de su asombro ante la situación que estaba viviendo y no entendía a qué se refería Enrique con el tema del suicidio.
Enrique acarició el pelo de Claudia, aprisionando sus cabellos húmedos entre sus manos, mientras se acercaba lentamente a su mejilla para besarla.
- Venga, ya estás lista para volver. No me defraudes y no estés triste, porque sigo vivo en tus recuerdos, dijo a su emocionada novia.
Ella agachó la vista por un momento, para luego retomar de nuevo la mirada hacia los ojos de Enrique que la miraba embelesado y sonriendo dulcemente le dijo:
- Nunca te olvidaré, niño.
Y diciendo esto, el joven desapareció, dando lugar a la más absoluta oscuridad y Claudia resurgió del interior del agua de su bañera tomando una gran bocanada de aire que inundó sus pulmones.
Acto seguido, aún confundida por la vivencia tan traumática y a la vez tan maravillosa que había experimentado, pudo incorporarse y poner sus pies descalzos sobre la alfombra del baño, se desprendió de su camisón de seda empapado y envolvió su cuerpo en una toalla.
Mientras se estaba secando, no paraba de pensar en lo ocurrido, pues tenía serias dudas de si realmente había visto a Enrique o solamente había sido una alucinación.
Entonces, giró su cabeza y vio su propia imagen reflejada en el espejo... y pudo observar con asombro y estupefacción, que llevaba el pelo recogido con la misma gomilla que Enrique portaba en su muñeca la noche del accidente.
Tessa Jiménez
Rozando el límite por Tessa Jiménez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Rozando el límite por Tessa Jiménez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Precioso
ResponderEliminarMe encanta niña
Muchas gracias por leer el relato y por dejar tu comentario, Lola.
EliminarMe alegro mucho que te haya gustado.
Un beso, preciosa.
Tess :)
No solo me alegra ver que esté gustando el relato, sino además que la participación esté subiendo en el blog para disfrute de todos ;)
ResponderEliminarA mí también me satisface muchísimo el hecho de que cada vez seamos más los asiduos a frecuentar tu blog :)
EliminarTess.
Fabuloso, mi niña. Eres una caja de sorpresas. Precioso!! (no te digo mas que hasta me he emocionado :S)
ResponderEliminarOh, Nenita, muchas gracias por tus palabras y por implicarte en la lectura del relato.
EliminarMe alegro que te haya gustado, miarma.
Un beso, corazón.
Tess :)