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Pero cometió un error, enamorarse de mis ojos. No fue capaz de matarme. Me llevó con él y los suyos, esos a los que llegué a querer como hermanos y que como tal me llegaron a respetar.

El rencor por la muerte de mi familia jamás me había abandonado, pero para cuando él quiso comprenderlo ya era demasiado tarde. Lo último que vio fue el fulgor de la venganza asomando en mis ojos, y su sangre salpicándome la cara cuando mi lanza de sílex le seccionó grotescamente el cuello.
Mi padre adoptivo, aquel rey león al que realmente llegué a querer, dejó de existir. Hoy, su recuerdo pende atado a mi pierna como un trofeo, mientras su prole sigue mis huellas intentándome dar caza.

Con la endiablada velocidad que la naturaleza le había regalado, la mujer guepardo surgió de entre el follaje con su salvaje melena dibujando el giro vertiginoso que sus patas marcaron sobre las rocas, mientras el sílex de su lanza ya rasgaba el aire mortalmente en pos de su sorprendido enemigo.
Pepe Gallego

“Kainda, la mujer guepardo” por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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