Hoy me complace mostraros un relato rescatado del baúl de los recuerdos de nuestro amigo Tomás, el cual me ha pedido que lo editase con el placer que ello me produce. Además es inédito, por lo que tengo el honor de estrenarlo publicamente en este, como siempre os digo, vuestro blog.
Érase una vez un pueblecito acogedor y maravilloso, donde no faltaba de nada en su paradisíaco paisaje, desde sus imponentes arboledas hasta sus importantes restos arqueológicos, sin olvidar su majestuosa iglesia donde el sonido de sus entrañables campanas tañía cada domingo pudiéndose escuchar desde lo más hondo del corazón.
En aquel lugar se encontraba un niño de apenas nueve o diez años, que disfrutaba encantado de aquella vida que solo le proporcionaba alegrías, risas, dichas en aquellos parajes verdes bañados por el sol y que iluminaban sus ojos. Le gustaba ir a la estación de tren donde nunca más esperaban, partían y llegaban pasajeros. O pasear por las murallas que soñaba conquistar algún día con su espada en alza vestido de cristiano. En definitiva, aventuras inolvidables junto a su pandilla.
Pero este niño encerraba en su interior un secreto que guardaba celosamente. Hablaba por las noches con alguien un tanto peculiar, su gran amigo el espíritu del tiempo, que sin ninguna razón aparente se presentaba ante él confiándole su presencia, confidencias y sentimientos propios. Jamás se dormía sin que imperara su amistosa charla. El niño le contaba lo bien que lo pasaba diariamente. Infinidad de aventuras en su mundo carente de problemas. El espíritu se limitaba a escuchar las travesuras del chico y solo interrumpía muy de vez en cuando para opinar o responder las intrascendentes preguntas que el niño le hacía siempre sonriendo.
Una de esas noches mientras el niño se disponía a dormir, el espíritu se presentó por primera vez con el semblante serio y, tras sentarse a los pies de la cama, le preguntó mirándolo fijamente:
- ¿Eres feliz? -
- Claro que sí, espíritu. Mi vida es maravillosa, no puede ser mejor.-
- Algún día te darás cuenta de que este trayecto por el que avanzamos, no son todo alegrías. No sabes cuántas desgracias llevo presenciadas, cuántas guerras inútiles, cuántas enfermedades sin remedio, cuántas injusticias… -
- ¿Qué son injusticias? - preguntó curioso el niño.
- Es uno de los desagradables elementos que porta mi gran amiga, la vida - contestó sombrío el espíritu.
- ¿Tú conoces a esa señora en persona? -
- ¡Por supuesto!, la vida y yo somos inseparables - pero el chico ya se estaba adormeciendo cansado por la batalla de juegos que azotaba su cuerpo cada día. El espíritu sonrió y con un mágico soplo de aire arropó al chico y se fue difuminando hasta desaparecer.
Pasaron varios años y el niño iba adquiriendo una lógica experiencia con la que aprendió a valorar las exquisitas cosas que la vida le aportaba, desde las emociones hasta las aventuras salpicadas de aquel precioso paisaje que las adornaba. Todo iba quedándose grabado en su memoria a cuyos recuerdos no dudaba en acudir una y otra vez para rememorarlos.
Una noche, mientras el chico exhausto caía en su sueño profundo tras haber mantenido su charla habitual con el espíritu, éste mirándolo fijamente con ternura le dijo en voz baja:
- Algún día sabrás por qué vengo a visitarte, hijo mío. -
Pasaban los días y el niño gozaba la vida cada día y durante las noches el espíritu le iba inculcando que retuviese siempre en su memoria aquellos recuerdos que le reconfortarán, cualquier cosa que le gustase, por pequeña que esta fuera.
- Haz valer la vida que ahora ostentas, pequeño, porque los recuerdos y la nostalgia harán presa de tu corazón adueñándose de él - le decía el espíritu del tiempo al niño.
Con el pasar del tiempo el chico se fue haciendo mayor. Los juegos eran ya escasos, la diversión efímera y su visión de las cosas había cambiado. Los problemas acaecían sin avisar y el miedo al mañana dominaba su presente. Al cumplir la mayoría de edad, su situación laboral no fructificaba y los disgustos le ahogaban minándole la moral. Una noche acostado en su cama y mirando a un punto indefinido en el techo, evocó al espíritu del tiempo, su gran amigo, pero este no apareció. En la mente del muchacho brotaron la impotencia y las añoranzas de un ayer desvanecido que se había tornado oscuro e inquietante. Cada noche las lágrimas surcaban sus mejillas hasta ser engullido por el sueño. Hasta que una madrugada se presentó el espíritu y lo pudo sentir como una brisa marina que recorría todo su cuerpo. Antes de que pudiera abrir los ojos el espíritu le susurró al oído:
- ¡No te levantes!, deja que te transporte a aquello que tanto te gustaba, a esos momentos en que disfrutabas la vida en la que cada segundo parecían horas, a aquellos instantes en los que te sentías capaz de hacer cualquier cosa. - El muchacho se dejó abrazar por esa felicidad verdadera y llena de vitalidad que tanto añoraba, la única felicidad realmente sana, la de la niñez.
Cayó de esa nube de gozo y despertó. En la penumbra de su habitación pudo ver junto a la ventana al espíritu sonriendo mientras observaba cómo la lluvia se precipitaba contra el suelo. El muchacho se incorporó con los codos hasta quedar sentado en la cama y le preguntó:
- ¿Por qué has hecho eso?... ¿desde cuándo puedes hacerlo? -
- Puedo hacerlo desde siempre, no olvides que soy el espíritu del tiempo. Sin embargo, debo confesarte que es la primera vez que lo hago. -
- ¿Por qué yo?... ¿por qué me has elegido a mí? -
- Porque tu alma no está de acuerdo con este cambio tan radical y sé que lo necesitabas. -
- ¿Cómo puedes saberlo? -
- Porque siempre te he observado desde pequeño y vi cómo vivías cada acontecimiento, disfrutando de cualquier cosa. -
- ¿Y es eso malo, espíritu? -
- No para ti, pero quizás sí para tu nostalgia. -
- ¿Y eso incide en mi futuro? -
- Claro que no, pero puede cambiarse - y diciendo esto, el espíritu se difuminó mientras miraba con cariño al muchacho.
Pasaron cinco años y aquel hombrecillo se había convertido en lo que su gran amigo le dijo; la nostalgia lo carcomía, la melancolía se había apoderado de él y le inundaban las añoranzas a aquella vida, a esa tierra, a los verdes prados donde había disfrutado tanto y que ahora habían perecido ahogados por el asfalto. Echaba de menos, cómo no, a los amigos de la infancia que vivían una vida lejos de la suya y se habían convertido prácticamente en desconocidos.
En sus paseos tanto diurnos como nocturnos, la memoria siempre le llevaba a algún punto de su espíritu infantil que tanto añoraba, pues ninguna otra cosa le reconfortaba.
Solo y desamparado llegó a su hogar y en el silencio que invadía su soledad, se miró al espejo y observó como su alma salía de su cuerpo. Sorprendido pero contento por la rebeldía que su alma había mostrado, logró balbucear:
- Sé a lo que vienes.-
- ¿Por qué haces esto? - preguntó la desdoblada alma.
- Me has acostumbrado a una vida que ya no volverá - dijo el hombre.
- Lo sé, pero no puedo vivir en una vida pensando en otra - se quejó el alma.
- Estoy perdido en esta vida esperando regresar a aquella en la que era tan feliz - dijo el hombre agachando la cabeza apesadumbrado.
- Sabes que me gustaría volver pero es imposible. Tienes que hacer un hueco en tu mente para el hoy y el mañana, ¡compréndelo! - trataba de explicarle encarecidamente el alma.
- Todo lo que tengo es el ayer - dijo el hombre con los ojos brillantes tratando de contener las lágrimas. Entonces el alma desistió y entró de nuevo en él con ímpetu. El hombre levantó la mirada hacia el espejo y se vio a sí mismo llorando y sin saber qué hacer. Su mente se depositó en su gran amigo, el espíritu del tiempo.
Se acostó convencido de pasar la noche en vela hasta poder hablar con él, pero el cansancio por la espera le iba venciendo cada vez más. Cuando ya se encontraba abatido en el umbral del sueño, se presentó el espíritu del tiempo, pero lo hacía como nunca lo había hecho antes, lacrimoso y cariacontecido porque sabía lo que les aguardaba a ambos. El hombre se emocionó al verlo presintiendo que algo maravilloso iba a ocurrir entre la delgada línea que separaba el plano carnal del espiritual, así que se incorporó raudo y preguntó:
- ¿Sabes que ansiaba verte? -
- Sí, llevo esperando este momento desde tu niñez - dijo sombrío el espíritu.
- ¿Desde mi niñez?... ¿por qué me visitabas entonces desde pequeño? - preguntó sorprendido el hombre. El espíritu agachó la cabeza y tras unos segundos de reflexión, respondió:
- Cada vez que la gente analiza mi pasado siempre acaban volviendo al futuro. Me marcan fechas, horas, acontecimientos… siempre debo llegar y noto cuando un alma no se siente inmersa en esta carrera. De pequeño ya veía en ti cómo mirabas el ayer en vez del mañana, ¡y me estremecía pensar en lo que ahora veo! - a lo que el hombre respondió con voz suplicante:
- ¡Por favor, llévame a aquellos años en los que podía disfrutar de la vida! -
Tras ver que el hombre no se comportaba como los demás, el espíritu recobró la sonrisa y dijo:
- Lo haré. Así lo ha querido mi compañera la vida pues nunca te ha interesado de nosotros las cosas materiales que la gente pide normalmente para alcanzar la felicidad. Tan solo has pedido lo más natural que ambos podemos dar, la verdadera felicidad de la niñez. ¡Vamos, no hay nada de mí que perder! -
Tomás Lora
El espíritu del tiempo por Tomás Lora se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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ResponderEliminarMuy buena y preciosa la historia en esta gran colaboración vuestra. La historia ya me la enseñó Tomás en su día y ya era bonita, y ahora con las nuevas correcciones, mas aún.
ResponderEliminarhttp://elinfranmundo.blogspot.com
Precioso y emotivo relato en el que se narra una historia a modo de cuento con carácter reflexivo (por lo menos a mí me ha hecho pensar).
ResponderEliminarTodo aquel que lea el texto, en cierto modo puede sentirse identificado con el personaje, ya que cuando somos niños tenemos mucha prisa por crecer, y cuando somos mayores anhelamos con nostalgia y melancolía nuestra infancia.
Conclusión: tan peligroso es quedarse anclado en los recuerdos del pasado como idealizar nuestro futuro, ya que ambas opciones hacen que no disfrutemos y aprovechemos el presente.
Enhorabuena por tu escrito, Tomás.
Gracias por publicarlo en tu blog, Pepe.
Un saludo a ambos.
Tess :)
Muchas gracias a los dos por leerlo y por participar. Seguro que a Tomás le alegra bastante que os haya gustado. A ver si se anima y sigue regalándonos buenos relatos.
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