viernes, 16 de marzo de 2012

"El atardecer de un soldado"


El atardecer de un soldado

El globo anaranjado caía por el horizonte sin remedio. Así debía ser. Un fenómeno natural que cuando se apreciaba bien como en aquella fría pero clara tarde de enero, suponía uno de los espectáculos más bellos de cuantos el firmamento podía ofrecer. Eso lo sabía bien el muchacho que permanecía absorto en ese pensamiento mientras disfrutaba de aquella preciosa puesta de sol.
Tendido en el suelo, giró la cabeza y siguió avanzando apoyado sobre sus codos de manera lenta y sigilosa a través de la maleza. El suelo estaba duro y helado. El frío había penetrado en la tierra y la había convertido en un perfil áspero, como si de cemento se tratara. El color de su ropa de camuflaje le mimetizaba perfectamente con el entorno, pero al arrastrarse tenía que levantar ligeramente las rodillas para evitar alertar al enemigo con el sonido de siseo que provocaba el roce de su vestimenta contra el irregular firme.

De pronto, un potente y ensordecedor silbido barrió el aire. Como mucho fueron un par de segundos a los que la mente no pudo llegar tan rápido como la consecuencia. Aquel zumbido letal se transformó en proyectil de mortero, cuya onda expansiva envió al soldado literalmente volando por los aires yéndose a estrellar contra la parte baja de la copa de un árbol y cayendo posteriormente a los pies del mismo. El fuerte impacto dejó al chico sin respiración y con un pitido infernal en los oídos. Tras unos segundos de confusión, notó un dolor punzante en la parte izquierda del pecho. Tembloroso, se palpó el torso y encontró rápidamente la fuente de ese dolor. Un trozo de rama sanguinolenta sobresalía por su costado. Notaba el espeso ardor de la sangre caliente expandiéndose por la casaca. La rama había atravesado sus costillas lateralmente. Exhaló una bocanada de aire frío mientras trataba de sacarse con sus dedos ese pitido horrendo de los oídos.

Cuando comenzó a reparar en lo que le rodeaba, vio ante sí un panorama desolador. Muchos de sus compañeros yacían inmóviles en el suelo. Compañeros que horas antes habían almorzado a su lado jugando a las cartas, escribiendo a sus seres queridos o simplemente bromeando, ahora permanecían inertes sobre una tierra que ya se erigía en camposanto. Todo el lugar estaba destrozado y violentamente salpicado de escarlata. Él lo veía todo como a cámara lenta, en parte por la desorientación del impacto, en parte por su herida, pero también por la escena dantesca que estaba observando conforme se disipaba el polvo que se había levantado tras el furioso impacto del proyectil.

El pitido de sus oídos iba decreciendo y comenzaba a oír levemente, como si se encontrara a un centenar de metros del lugar, aunque quizás hubiese sido mejor que el pitido continuara pues lo que escuchaba solo era muerte y dolor.
Ante él, pasaba arrastrándose un chico con la mirada perdida, por cuya boca se desprendían cuajarones de sangre y saliva llenos de tierra, y que balbuceaba una y otra vez que quería volver a casa. Observó horrorizado que el muchacho tenía los pantalones hechos jirones a la altura de los muslos por donde asomaban dos trozos de carne desgarrada en el lugar donde debían estar sus piernas. Alargó la mano como tratando de ayudarle o darle un apoyo que no lograba concretar pues no sabía lo que hacer. Le volvió a mirar porque notó que había detenido su arrastrar y vio que ya no se movía ni hablaba. Sus azules ojos estaban vidriosos, con las pupilas dilatadas y mirando un punto indefinido que ya no veía. Había perecido.

El soldado apartó la vista ante aquel horror y miró a su derecha, de donde llegaban las voces amortiguadas de alguien que pedía a un médico. Era el sargento que trataba de hacer un torniquete con su cinturón a la pierna casi desprendida del teniente, que solo repetía sin cesar "los chicos, los chicos", en referencia a su batallón y sin percatarse de la gravedad de su herida.
El soldado vislumbró a unos metros a un chico lloroso al que reconoció de inmediato, pues era el soldado que montó guardia con él dos noches antes. El muchacho en cuestión llamaba desesperado a su madre mientras se taponaba inútilmente con sus manos el abdomen por el que las vísceras se desparramaban grotescamente. Mirase donde mirase, todo era como una pesadilla de la que no podía despertar, pues no era un mal sueño sino una triste y cruda realidad.

Con mucho esfuerzo y mientras se agarraba el trozo de rama que atravesaba su costado izquierdo, logró levantarse. Un compañero de la Cruz Roja advirtió su alzamiento y fue a socorrerle, pero declinó la ayuda y señaló a su compañero de guardia que seguía llorando y llamando a su madre, pues era evidente que necesitaba ayuda más que él.
Avanzó torpemente entre cadáveres, soldados ilesos que ayudaban a sus compañeros, gritos de dolor de unos, plegarias desesperadas de otros. Pero el muchacho tenía la vista fija en un punto. Miraba fijamente a aquella bola aplastada y anaranjada que se ponía en el horizonte. Al llegar a un claro del bosque, se arrodilló y disfrutó de aquel bello atardecer que probablemente jamás podría volver a contemplar. El poderoso fulgor de la gran estrella se reflejaba en sus ojos color miel, que centelleaban ante la impresionante estampa que la naturaleza le brindaba y que era totalmente opuesta a la que el hombre había provocado unos metros a sus espaldas.

Comenzó a temblar pues un frío antinatural se estaba adueñando de su cuerpo. Una mano fría de dedos huesudos, le agarró por el brazo diciéndole: - Vamos…ha llegado la hora. -
El anciano salió de su ensimismamiento y vio que seguía observando un bello atardecer desde la ventana del asilo. Miró de reojo a su interlocutor y suplicó:
- Por favor, déjame unos minutos más…los suficientes para ver este hermoso atardecer. -
- Lo siento, ya te concedí una tregua. -
- Lo sé…una tregua de cincuenta y dos años en los que he vivido y disfrutado de todo aquello que alguien puso a nuestro alcance - el anciano hizo una pausa y al instante formuló una pregunta - pero, ¿por qué a mí?...¿acaso te pudo la compasión? -
- No, yo no albergo ese sentimiento, amigo. -
- Entonces, ¿me estás diciendo que todo ha sido casual? -
- Podría contestarte que todo es producto del destino - y tras reflexionar unos segundos, prosiguió - pero no estaría siendo sincero contigo, o mejor dicho, te estaría mintiendo. Digamos que alguien me envió un mensaje para interceder por ti - en ese instante un trueno retumbó en la estancia. Un trueno sin relámpago, sin nubes, surgido de la nada.
- Creo que a ese alguien no le ha gustado que des explicaciones.-
- No…no le ha gustado. -

Ambos callaron durante unos instantes tras los cuales el anciano volvió a preguntar:
- Pero, ¿por qué yo?...no pedí ser salvado… ¡no pedí nada! -
- Precisamente por eso. En aquella escena había gente llorando, gente suplicando, gente propagando su miedo, gente que blasfemaba, gente que maldecía su impotencia, gente que abrazaba la fe como último recurso de aferrarse a un milagro que les devolviera la vida que se les escapaba… pero tú no, tú tan solo albergabas un pesar en tu corazón - el anciano levantó la mano para interrumpir y dijo:
- No sigas…mi memoria no está todo lo bien que quisiera, pero recuerdo todo aquello como si fuera ayer. Mi pesar es el mismo que tengo ahora mismo, que no es otro que perder la ocasión de volver a ver otro atardecer tan maravilloso como el que estoy contemplando en estos momentos… ¿acaso me equivoco? -
- No…no te equivocas, así es. -

Tras un corto silencio, el anciano agachó la cabeza y dijo ásperamente:
- Me siento privilegiado por ser agraciado con tan magnánimo regalo…vamos, como tú bien has dicho, es la hora - pero antes de que pudiera girarse, la helada mano de La muerte se soltó del brazo y se colocó en el hombro derecho del anciano al tiempo que le dijo:
- Espera…termina de ver el atardecer. -
El anciano sorprendido preguntó:
- ¿Es un gesto compasivo el que detecto en ti? -
- No…ya te dije antes que yo no debo albergar ese sentimiento. -
- Entonces, ¿estás negociando con él de nuevo? -
- No…además, yo nunca negocio, amigo… digamos que me apetece ver contigo el fin de este atardecer antes de conducirte a las tinieblas. -

El anciano sonrió, levantó la cabeza y siguió viendo la puesta de sol mientras una lágrima surcaba lentamente su mejilla. Con la voz rota y temblorosa, respondió:
- Gracias. -
La muerte apretó su hombro y ambos quedaron divisando en lontananza el mágico horizonte, mientras se dejaban bañar por la anaranjada luz que atravesaba la ventana de la habitación.
Pepe Gallego

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El atardecer de un soldado por Pepe Gallego se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

20 comentarios:

  1. Quiyo, me has dejado de piedra...CORTO pero GRANDIOSO!

    Felicidades Pepe.

    Tu hermano Miguel.

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  2. Muchas Gracias, Miguel.
    Me alegro mucho que te haya gustado, pero me alegra aún más verte participar en el blog. Espero que sea la primera de muchas más participaciones, aunque me consta que ya lo leías.
    ¡Un abrazo!

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  3. Ha visto calidad! como siempre, sobre todo, para mi, en el final de la primera mitad. Hasta podía haber acabado ahí si te hubiese dado la gana.
    Congratulations!

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    1. Muchas gracias, máquina. Un día de estos haremos una colaboración...aunque sea de una historia de dos tíos que se fuman una cachimba...XD

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  4. Estremecedor relato.
    Es increíble la facilidad que tienes para describir los acontecimientos, de tal manera que consigues que el lector visualice la escena como si de una película se tratara.
    Eres capaz de transmitir sin necesidad de extenderte demasiado en el texto, dotándolo así de una gran intensidad y realismo.
    Enhorabuena por crear esta magnífica historia.
    Me ha encantado, Pepe.

    Tess :)

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    1. Gracias Tess, como siempre enriqueces el blog con tus críticas.
      Un placer tenerte por aquí ;)

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  5. Precioso relato Pepe, la verdad es que me ha gustado mucho mas de lo que me esperaba. Ya deseando de leer el proximo. Comparto para que lo lea más gente ;)

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    1. Muchas gracias por pasarte por aquí Helenilla, jeje. Me alegro mucho que te haya gustado, a ver si en el próximo también consigo que os guste.

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  6. Kiyo magnifico, me ha encantao, esta de escandalo, te hace meterte en la escena

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  7. Me alegro de que te haya gustao, Zuzinho, jeje.

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  8. Este relato ya me emocionó en su momento, cuando lo leí en TR y lo he vuelto a disfrutar ahora. Manejas fabulosamente bien los tiempos y nos trasladas con maestría al campo de batalla. Abrazucu apretadín desde Villa de Rayuela!

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    1. Estoy bastante ilusionado con verlo versionado en audio a través de tu voz, maguita. Será todo un honor, al igual que tenerte aquí. :)

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  9. Cinematográfico, muy sólido. Felicidades.

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    1. Muchas gracias, José. Espero seguir contando con tus visitas en este vuestro blog. ¡Un saludo!

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  10. Impresionante. Consigues mostrar el horror de un ataque, y la humanidad de quién está al borde de la muerte. Ahora que el final me ha gustado tanto como la escena de muerte tras el ataque: me ha encantado la conversación con la muerte y los motivos por los que le regalan vida al protagonista. Un relato magnífico. Abrazos.

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    1. Muchas gracias, Mayte. Intentaré continuar mejorando para seguir contando con vuestras lecturas y opiniones. ¡Saludos!

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  11. Me ha encantado! Me estoy haciendo adicta a tus relatos...

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    1. Pues eso es todo un elogio para mí, ya que los que escribimos supongo que nuestra mayor recompensa es ser leídos.
      Muchas gracias...ah!, y déjame la próxima vez tu nombre, que me aparece "anónimo", jejeje. Un saludo!

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  12. Genial Pepe, transmites detalles del horror de la guerra y el lado humano del personaje, mis felicitaciones, no dejes de escribir NUNCA, un fuerte abrazo.
    Jorge.

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    1. Muchas gracias Jorge!
      Espero tenerte por aquí más asiduamente ;)

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