Un extraño y rítmico roce alertó sus sentidos. Intentaba que sus ojos buscaran un resquicio de luz, pero la plena e inquietante oscuridad apresaba absolutamente todo. La terrible sensación de estar ciego escaló su garganta para exhalar un angustioso grito, pero las cuerdas vocales tampoco respondían. No podía entender que no pudiera moverse. ¿Qué era aquello? ¿Acaso una pesadilla demasiado real?
Mientras pensaba esto, algo llamó su atención. El rítmico ruido cesó y se oyeron unos susurros que no entendía. ¿Quién emitirá esas amortiguadas voces? ¿Serían fantasmas? ¿Y si era su propia conciencia la que estaba actuando? Su mente galopaba a una velocidad inusitada y seguramente su corazón estaría a punto de salírsele del pecho, aunque tenía la extraña y hasta perturbadora sensación de que no se encontraba en su caja torácica. Tenía un intenso dolor en la pierna, pero ¿Por qué? No entendía nada. Sentía ganas de llorar, pero no lograba hacer brotar las lágrimas.
Divagando en sus cada vez más
alteradas elucubraciones se quedó, al tiempo que al otro lado del sarcófago
Howard Carter entregó la brocha a su ayudante y sonrió en la penumbra de la
cámara de la tumba KV62, mientras unos lamentos ahogados barrían El Valle de
los Reyes sin ser oídos por nadie excepto por quien los emitía, la momia del faraón
Tutankamón.
Pepe Gallego