lunes, 15 de febrero de 2016
“El cuento de la abuela”
Eran casi las cuatro de la tarde. La niña, con el pelo alborotado, corría y saltaba por el salón. Su vitalidad contagiaba el ambiente y alegraba el par de ojos cansados que la observaban.
De súbito, la chiquilla se detuvo y, apartándose el pelo de los ojos, preguntó:
- Abuela, ¿por qué no me cuentas un cuento? -
- Pero nena, ¿qué podría contarte yo? -
- No sé, abuela. ¡Un cuento de castillos, de una princesa y un príncipe que se enamoran!
- ¡Pero niña!, ¿cómo sabes tú de esas cosas? -
- Abuela - dijo la pequeña poniéndose seria - mi mamá me ha contado el de “La bella durmiente”. -
- Ya veo - admitió esbozando una sonrisa entre sorprendida y picarona -. Bueno, te contaré uno que conozco, pero te advierto que no tiene castillos, ¿vale? -
- Vale - contestó la nieta alargando la primera sílaba en señal de conformismo, sentándose en la alfombra delante del sillón donde se encontraba la mujer. -
- Vamos allá…Érase una vez una muchacha casi tan guapa como tú, que trabajaba muchísimo. -
- ¿Y se llamaba como yo, abuela? - le interrumpió la niña, a lo que la mujer contestó tras sonreír:
- Sí, se llamaba como tú y como yo, y también era pequeñita como nosotras. Trabajaba de camarera. Cada día iba a ganarse la vida y de ese modo ahorraba para hacer lo que más le gustaba. -
- ¿Y qué era lo que más le gustaba, abuela? -
- No te impacientes, cariño - dijo acariciándole el pelo - y déjame que te siga contando. -
La niña se tapó la boca con las manos dando a entender que no interrumpiría más, y la abuela se echó a reír. Acto seguido, prosiguió.
- A aquella muchacha le encantaba viajar, así que se esforzaba para ser buena en su trabajo y que este no le faltase. Después de tantas horas tratando con el público, había adquirido bastante experiencia y sabía cómo servir a según qué tipo de personas.
Pero un día fue un cliente en el que no reparó en un primer momento. Solo era uno más de los muchos que iban al bar. Sin embargo, aquel hombre la contemplaba de un modo distinto mientras trabajaba, y cuando tenía que atenderle, él siempre se mostraba educado y simpático con ella. No debía ser algo extraño porque muchas personas lo eran, pero aquel joven la miraba diferente, pues en sus ojos había un brillo especial. -
- ¿Y cómo era, abuela?, ¿guapo? -
- Era alto y moreno. Pero no era demasiado guapo, aunque sí resultaba atractivo pues tenía algo que los demás no poseían, y era esa forma de mirarla.
El muchacho iba muy de vez en cuando al local, y ella empezó a ver que daba igual que fuese acompañado por amigas o amigos, pues él siempre la observaba. -
- Eso es porque al hombre le gustaba ella, abuela. -
- ¡Chiquilla, pero me quieres dejar contar el cuento! -
- ¡Ay!, es que quiero saber lo que pasa, abuelita. -
- Y lo sabrás, pero déjame continuar. Como te decía, Javier, que así se llamaba el joven, cuando hablaba con ella intentaba que se sintiese a gusto, y la chica, que era muy inteligente, se dio cuenta enseguida.
Cierto día, él se las ingenió para saber la dirección de su domicilio, y le envió una nota haciéndole un comentario sobre una anécdota de la que ambos se rieron la noche anterior. Pero Javier no recibió contestación. Tras un mes, volvió a hacer lo mismo, pero esta vez le dijo que quería tomar un café con ella para poder conocerla mejor. -
- Te lo he dicho abuela, porque le gustaba la muchacha - y tras la mirada reprobadora de la mujer mayor por haberla interrumpido de nuevo, la niña añadió - ya me callo, abuela.
- Pero él tampoco obtuvo respuesta esa segunda vez, así que esperó otros dos meses para enviarle otra nota bromeando pidiéndole que le contestara, porque tras su aparente seriedad era un hombre simpático y le encantaba reír. Pero por tercera vez se quedó esperando una réplica que nunca llegó, así que pensó que quizás la estaba molestando y decidió no enviarle nada más. Sin embargo, justo dos meses después de la última carta, se enteró de que ella tenía novio. -
- ¡Hala! - dijo la pequeña abriendo mucho la boca y poniéndose ambas manos en las mejillas.
- Sí, así es. Entonces él le volvió a mandar otra misiva pidiéndole disculpas, pues se sentía mal porque no sabía que tuviese pareja y le había dicho que deseaba conocerla. El muchacho estuvo semanas sin ir al bar, pues no quería incomodarla. Además, esperaba que al no verla, probablemente dejaría de pensar tanto en ella.
Finalmente volvió, y notó que la chica le recibió de una manera más fría que antes, por lo que entendió que seguramente había leído su último escrito. Era normal, ella tenía novio y él debía apartarse, como es lógico, por lo que aquella actitud distante de la muchacha fue aprovechada por el joven para comportarse como un cliente más, educado como siempre, pero sin mirarla igual que antes. Él pensaba que quizás era lo mejor. Pero ahora era ella quien le observaba, y a veces le contestaba de manera seca, como si estuviese enfadada con él.
Poco tiempo después llegó la Navidad, y mientras la joven besaba felicitando las fiestas a Malena y Josué, amigos de Javier y también clientes habituales, él guardó las distancias y tan solo le dijo un escueto “Feliz Navidad” mientras esbozaba una leve sonrisa.
Aquello disgustó bastante a la muchacha y cuando volvió a verle una semana después en la noche de fin de año, le trató con rostro serio y sin apenas mirarle. Javier, que era un hombre muy observador, se percató al instante, así que para no incomodarla más, la siguiente vez que se acercó a pedir una copa lo hizo por la otra parte del mostrador para que le atendiese otra camarera, al tiempo que ella no le quitaba ojo de encima con expresión malhumorada.
Cuatro días después, Javier recibió una llamada de su amigo Josué, en la que este le contó que la noche anterior había estado con Malena en el bar, y que la camarera se encontraba allí pero no trabajando, sino de celebración con otras amigas, y al parecer se acercó a ellos dos para preguntarle por él y hasta se justificó por no haber contestado las notas por correo que le envió Javier. Incluso dijo que no le importaría tomarse aquel café con él. Josué y Malena se quedaron muy sorprendidos. Pero Javier, a pesar de que sonrió al conocer la noticia, prefirió no decirle nada porque seguía esperando que le contestase directamente a él. Además, ella tenía novio, por lo que no le parecía ético volver a sacar el tema. -
- ¿Qué es ético, abuela? -
- Es cuando haces lo moralmente correcto. -
- No lo entiendo. -
- A ver cómo te lo explico…Es como cuando os llevo un pastel a ti y otro a tu hermanito. ¿A que no está bien que le quites a él su pastel? -
- No, abuela, no está bien. -
- Pues eso es ser ético, hacer lo que piensas que es lo correcto. -
- ¡Aaaah! - exclamó la niña.
- Pues como te decía, Javier decidió no decirle nada, pero al saber que ella había preguntado por él, sin darse cuenta comenzó a crecer de nuevo en su interior el interés por la chica.
La muchacha, cada vez que él iba al bar, hacía todo lo posible por entablar conversación. -
- ¡Abuela!, ¿entonces a ella le gustaba Javier? -
- Pues…-
- Él no se llamaba Javier, sino José - interrumpió un hombre mayor entrando en la estancia.
- ¡Anda!, ¿tú también te sabes ese cuento, abuelo? -
- Claro que sí - dijo este sonriendo y guiñando un ojo a la mujer.
- Pero abuela, no me has contestado. ¿A la muchacha le gustaba Javier?...Digooo, ¿José? -
En ese momento, el sonido rítmico de un claxon en la calle hizo brincar a la chiquilla, que gritó en dirección a la puerta:
- ¡Mami! -
La abuela se rio negando con la cabeza y diciendo:
- Mírala, qué loquilla es, no para. -
- ¿Y de qué te extrañas?, ha salido a su abuela - dijo el anciano mirándola de soslayo con un brillo especial en los ojos. -
La chiquilla se volvió antes de salir del salón y dijo:
- Abuela, mañana me terminas de contar el cuento, ¿vale? -
- Sí, cariño, te lo contaré, pero solo si me das un beso. -
La niña anduvo rápidamente el camino de vuelta hacia su abuela y se abalanzó sobre ella dándole un fuerte beso en la mejilla.
- Anda, ve con mamá - y la chiquilla corrió alocada de nuevo hacia la entrada de la casa diciendo:
- ¡Hasta mañana, abuelita! -
- Hasta mañana, Noelia - contestó la abuela sonriendo a la vez que apoyaba la cabeza en el pecho de su esposo, mientras José la rodeaba lentamente con el brazo.
Pepe Gallego
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