miércoles, 28 de septiembre de 2016

"Redemption"

Me destrozó. Toda mi inocencia corrompida por aquel que se hacía llamar padre. Toda mi niñez amedrentada bajo el yugo de una interpretada palabra divina, que convertía en pecado aquello que cuestionara mínimamente su pervertida moral.
Pero nunca más…

Cuando adquirí la edad y el valor suficiente para huir, arrastré mi dolorida alma y castigado cuerpo por las calles, partiendo tan solo con lo puesto y este tomo en mis manos. He aprendido mucho desde entonces y he asimilado a mi manera lo que dice en su interior, pero estoy segura de que a él no le va a gustar mi forma de entenderlo, pues tampoco gozaron aquellos que se cruzaron en mi camino con la sombra del maligno en los ojos, y que acabaron probando la particular doctrina que en estos instantes apoyo en mi hombro.

Ahora, preparada para volver a entrar al templo sagrado que fue mi casa y a la vez mi cárcel, puedo elevar una plegaria: Padre, perdóname, porque sí sé lo que hago.

Úrsula entró al recinto con la frialdad inundando sus ojos y el odio enroscado en los dedos que sujetaban el contundente artilugio con el que daba su personal salvación. Se fue acercando con paso firme a la figura que estaba de pie ante el retablo, elevándose a su paso el murmullo de los sorprendidos asistentes. Cuando el párroco alzó la mirada, una desagradable sorpresa anegó sus agrandados ojos.
–Hola, “padre”, soy Úrsula, ¿te acuerdas de mí? Las manos del sacerdote, crispadas de tembloroso terror, perdieron la consistencia con la que agarraban el cáliz de vino, y este cayó sobre el altar derramando la sangre de Cristo.
Sí, ya veo que sí. Vengo a expiar tus pecados.
Úrsula señaló su Biblia antes de sentenciar:
Conocerás la verdad, y la verdad te hará libre y apretando el bate hasta hacer crujir su madera, añadió porque hoy vas a morir.

Pepe Gallego

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