Día presente. Laboratorio de Los Álamos, Nuevo México, Estados
Unidos.
El hombre, de unos cuarenta años de edad, entreabrió los ojos pero todo estaba borroso, la luz era escasa y sintió mareo, así que los volvió a cerrar. Tras unos segundos oyó una voz amortiguada, parecida a la que suele oírse cuando hablan los astronautas:
—¿Puede oírme, señor Yamada? Maldita sea, cuanto calor desprende, se puede notar incluso a través del traje. Conecte el aire acondicionado, Hawkins.
El hombre tumbado en la camilla metálica giró la cabeza esforzándose en volver a abrir los ojos, viendo que una silueta alzaba un brazo y un pequeño punto de luz rojo pasaba a iluminarse de azul.
Al instante, comenzó a notar la refrigeración enviada por el aparato de aerotermia aliviando su ardiente cuerpo, pero un destello oscilante le hizo cerrar de nuevo los ojos.
—Tranquilo, tan solo es mi linterna tratando de comprobar su estado —oyó decir de nuevo a aquella voz hueca— en su expediente dice que usted habla inglés, así que supongo que me entiende.
—Sí —balbuceó Isamu— ¿Dónde estoy?
—Le responderé a su debido momento. Ahora, dígame cómo se encuentra.
—Mareado.
—Sí, le tuvimos que gasear para poder trasladarle hasta aquí cuando le sorprendimos durmiendo en su escondite del bosque Aokigahara.
Isamu Yamada abrió por tercera vez los ojos y comenzó a ver con más nitidez. La voz que le hablaba era la de un hombre enfundado en un traje aislante, como el que suelen usarse en los sitios donde se desata algún virus pandémico o en las áreas radioactivas de lugares que albergan energía nuclear. Eso lo conocía muy bien el propio Isamu pues los había utilizado en el que fue su trabajo.
—¿Por qué me han detenido? ¿Qué ha pasado? —El japonés decía esto mientras miraba y movía sus muñecas y tobillos apresados por grilletes metálicos unidos a la camilla.
—Tranquilo, estamos aquí para ayudarle. Soy el teniente médico James Doherty. Dígame, ¿de verdad no recuerda usted nada?
Isamu miró a su interlocutor y con lentitud negó con la cabeza.
—Haga un esfuerzo, por favor. Necesitamos comprender su patología y por qué sigue vivo tras el accidente de 2011.
Las palabras de su interlocutor activaron inmediatamente los recuerdos de su cerebro y, tras unos segundos con la vista puesta en un punto indefinido de la sala, miró al teniente médico y dijo:
—¿De verdad quiere saberlo? —Y ante el gesto afirmativo de este, una extraña sonrisa se dibujó en la faz de Isamu Yamada antes de decir— Creo que no le va a gustar lo que va a oír. Todo empezó
cuando hablaba con mi compañero, Masao Tanaka…
11 de marzo de 2011. Central nuclear Daiichi, Fukushima, Japón, 14:45 horas.
—¿Cómo se te ocurre traer eso aquí? ¿Te has vuelto loco?
—Tranquilo, Masao, tan solo quiero que el superintendente conozca de primera mano mi proyecto científico para que me ayude a presentarlo al gobierno. Si lo hago por mi cuenta no me harán caso.
—Pero, ¡Te pueden despedir! ¡Sería una deshonra para ti y tu familia! ¿Acaso no te importa eso?
—¡Mi proyecto es el trabajo de mi vida! ¿Es que no lo comprendes? Trabajar aquí es solo eso, un trabajo. Un buen trabajo, eso sí, pero no me hace feliz y además es demasiado peligroso, siempre esperando que no ocurra algo que ponga en peligro nuestras vidas. En cambio, creo que cuando el superintendente escuche lo que tengo que contarle acerca de mi suero regenerador, sin duda me apoyará para convertir mi sueño en realidad.
—Ya, pero debes entender…
En ese momento, una tremenda sacudida interrumpió la conversación y alguien en la sala gritó:
—¡Terremotooooo!
Masao se agarró a una columna de hierro y con los ojos desorbitados miró a Isamu, al que el temblor había sorprendido y desequilibrado haciéndole caer, para posteriormente agarrarse a la parte baja de una escalerilla de metal anclada a la pared. Fue un largo y brutal terremoto de intensidad 9,1 en la escala Richter, el mayor sufrido por el país del sol naciente hasta la fecha. Seis minutos en los que todo quedó a oscuras. Se oían gritos, lamentos de personas impactadas por objetos. Cuando el temblor cesó, los generadores diésel auxiliares se activaron automáticamente como estaba previsto, devolviendo la luz al lugar y mostrando el espectáculo dantesco en que se había convertido la central nuclear: Gente con piernas fracturadas, personas con graves heridas que emanaban abundante sangre, había operarios en shock que deambulaban de un lado para otro desorientados, otros trataban de ayudar a sus compañeros heridos. Todo era caos.
—Isamu, los reactores nucleares —dijo asustado Masao.
—Tranquilo, si ha vuelto la luz es que los generadores auxiliares están funcionando y enfriarán los núcleos de los reactores. Vamos, tenemos que ayudar a esa gente.
Pasaron unos cuarenta minutos de incertidumbre, con los servicios médicos de las instalaciones a pleno rendimiento, y donde la información era escasa o imprecisa. Se decía que los reactores uno, dos y tres, que eran los que se encontraban en funcionamiento, al parecer se habían apagado automáticamente y no había peligro inminente. Otro compañero comentó que los sismómetros estaban calibrados para enviar de forma automática un mensaje de SOS en cuanto detectan un terremoto. Pero todo eran suposiciones, no había nada oficial o seguro. De pronto, un compañero entró corriendo por el pasillo gritando:
—¡Tsunami!¡Salid de aquí, se acerca un tsunami!
La gente comenzó a correr hacia las salidas, pero de pronto Isamu dijo:
—Continúa, Masao, ahora te alcanzo.
—Pero, ¿adónde vas? —Preguntó este confuso.
—No puedo dejar mi proyecto aquí. ¡Vete!
—¡Morirás!
—¡Márchate ya!
Isamu se dio media vuelta y desapareció por el pasillo ante la impotencia de su compañero, que le gritaba en la oscuridad que volviera y saliese de allí. Segundos después, una ola gigante de quince metros, más del doble de alto del rompeolas, se estrelló contra la central nuclear de Daiichi, inundándola y llenándola de sedimentos de todas clases; desde cascotes de cemento de los muros de contención hasta coches, árboles y cualquier otra cosa que arrastró a su paso, incluidas personas que se vieron sorprendidas y no tuvieron tiempo de huir. Los generadores auxiliares quedaron inservibles y todo se descontroló. Isamu, que cerraba su taquilla portando en su mano la cajita que supuestamente debía contener el almuerzo, pero que en realidad ocultaba las inyecciones con el suero regenerador, o como él solía llamarlo “su proyecto”, al alzar la vista vio como llegaba la riada interior de manera inexorable y le barrió con violencia arrastrándolo por los pasillos, golpeándolo contra barandillas, paredes, puertas e incluso otros compañeros, hasta llevarle a una sala colindante a uno de los reactores donde yació inconsciente.
No supo valorar cuántas horas permaneció en ese estado, pero despertó a causa de una tremenda explosión generada por el hidrógeno que había escapado de la válvula de contención de uno de los reactores. Mojado y con dolores por todo el cuerpo de los golpes sufridos durante el arrastre de la riada, se incorporó a duras penas hasta quedar sentado esperando a que la vista se le adaptara a la poca luz. Le dolía la mano, y al mirarla comprendió que era por la fuerza con la que todavía tenía asida la cajita con su proyecto. Pero no solo observó eso, afloró el horror en su expresión al ver las pústulas y llagas que le estaban apareciendo en brazos y piernas, probablemente debido a los gases tóxicos inhalados, la radiación o la combinación de ambas. Se levantó tambaleante y buscó en derredor algún lugar donde poder verse el rostro, pero estaba demasiado oscuro. Llegó, no sin dificultad, hasta una puerta entreabierta. La empujó oyéndose caer una silla que había apoyada tras ella. Era un pequeño vestuario pues había en él chaquetas colgadas y otras pertenencias del personal que trabajaba en esa zona de la planta. Buscó a tientas hasta dar con un espejo, pero seguía estando demasiado oscuro para poder verse reflejado. Pensó en la luz que la pantalla del teléfono móvil podría proporcionarle y se palpó hasta sacarlo del bolsillo, pero estaba totalmente mojado y apagado, así que eso no le servía. Recordó la pequeña linterna llavero y la sacó del otro bolsillo de su pantalón, apartó las tintineantes llaves y la luz bañó el lugar lo suficiente para llevar a cabo la acción que deseaba, pero casi hubiese sido mejor no hacerla porque al verse en el espejo fue mucho peor de lo que pensaba. Las llagas y pústulas le desfiguraban el rostro. Se palpó la cara con una mano y las uñas se le comenzaron a desprender. Su cuerpo se descomponía por momentos y empezó a asumir que no saldría vivo de allí.
El teniente médico James Doherty, alzó una mano deteniendo el relato de Isamu, y preguntó:
—Si lo que cuenta es cierto, no comprendo cómo logró escapar de allí, y menos aun que además sobreviviera. Debería haber muerto.
—Sí, eso sería lo lógico, pero cuando ya estaba entregado a tal hecho recordé mi proyecto del suero regenerador. Solo lo había probado en ratones pero ¡Qué demonios! Ya estaba condenado, así que si tenía que morir, sería junto al trabajo de mi vida.
—¡Vamos, hombre! —Le interrumpió entonces Doherty— No nos querrá hacer creer que le funcionó, ¿verdad? Sería usted un Premio Nobel de Ciencia, amigo mío, y en tal caso habría buscado ese reconocimiento en vez de esconderse en un bosque.
—La prueba de que funcionó es que sigo aquí, vivo. Pero ha acertado usted en las otras suposiciones, habría sido más rentable para mí buscar ese Premio Nobel, pero antes debía comprender y controlar los efectos secundarios que me originó la combinación del suero y la radiación recibida aquel día.
—Sí, ya veo que tiene una temperatura corporal muy alta.
—Ese solo es uno de los efectos, doctor, pero veo que no se plantea las preguntas adecuadas.
Ante la mirada interrogativa del teniente médico, Isamu Yamada preguntó:
—Dígame, ¿por qué han ido a buscarme y me han secuestrado para traerme aquí? En aquel accidente murieron alrededor de dieciséis mil personas, ¿por qué preocuparse precisamente de mí, y de qué modo han logrado encontrarme?
—El compañero del que usted hablaba, Masao Tanaka, insistió mucho en buscarle tras el accidente, y dado que su cuerpo nunca apareció, él reveló a las autoridades japonesas que usted preparaba un suero regenerador que quería presentar al gobierno. Sus compatriotas, apelando a nuestra experiencia, nos pidieron ayuda para dar con su paradero, ya que la única explicación con una base lógica era que hubiese sido engullido por el mar al retirarse las aguas. Nosotros manejábamos la misma teoría y nunca dimos demasiada credibilidad a la historia contada por el señor Tanaka, pero decidimos no descartar otras hipótesis e hicimos lo más sencillo en estos casos, poner en seguimiento continuo a su amigo por si en algún momento usted intentaba contactarle, ya que había confiado en él anteriormente para contarle los pormenores de su proyecto secreto.
Durante años, no encontramos nada sospechoso en él ni en su comportamiento, pero hace unas semanas observamos que comenzó a hacer visitas regulares al bosque de Aokigahara, por lo que le
seguimos a cierta distancia y vimos que siempre llegaba hasta una cabaña muy adentrada en el bosque. Finalmente, decidimos detenerlo e interrogarlo hasta sonsacarle la información sobre ello. Él nos dijo que hace unos meses que usted le contactó y que accedió a proporcionarle regularmente una serie de productos químicos y material de laboratorio que le solicitaba. Nos aconsejó que si íbamos a la cabaña, que lo hiciésemos a primera hora de la mañana, ya que usted deambulaba durante la noche por el bosque y solía acostarse al amanecer. También nos dijo que extremáramos la precaución porque usted era peligroso, de ahí que no quisiéramos arriesgar y preferimos gasearle para poder traerle con nosotros sin poner en peligro su integridad física ni la nuestra.
—Entiendo. ¡Vaaaaya, vaya! Así que el bueno de Masao se ha ido de la lengua, eh. Tendré que hacerle una visita.
—No creo que eso vaya a ser posible, señor Yamada. Su gobierno nos autorizó a traerle aquí e investigar las causas de su supervivencia y el motivo de su abastecimiento de productos químicos. También se le harán una serie de pruebas para comprobar la veracidad de lo que nos contó su amigo acerca del suero, así que sinceramente no creo que salga de aquí en mucho tiempo.
—¿Qué se apuesta? —Rebatió pensativo Isamu. El médico rehusó contradecirle y se limitó a cruzar la mirada con su ayudante, Hawkins.
—Contésteme a otra cosa —comenzó a decir Isamu Yamada— ¿Sabe por qué sobrenombre es conocido el bosque de Aokigahara?
—Sí, “El bosque de los suicidas”, ¿por qué?
—¿De verdad piensa que allí van tantos suicidas cómo se dice?
—No logro comprenderle.
—Es muy sencillo. Muchas personas, mayoritariamente jóvenes, van por el morbo, o bien por haber apostado a que no se atreverán a entrar e incluso acampar allí para pasar la noche. Otras personas melancólicas van a mitigar sus pensamientos negativos pero realmente no tienen la intención o el valor para suicidarse. Sin embargo, como también sabrá, una gran mayoría de los que allí acceden, desaparecen, y ahí es donde entro yo —y dijo esto último esbozando una inquietante sonrisa.
—¿Insinúa que los secuestra?
—No exactamente.
—¿Me lo aclara, pues?
—En el bosque no hay tiendas, amigo. Yo tengo que comer.
—¿Me está diciendo que roba la comida que lleven y luego les mata?
—No, la comida son ellos mismos.
—¿Qué? —Balbuceó el médico con el rostro demudado.
—¿Por qué se asusta, Doherty? ¿Nunca ha probado la carne humana?
—Es usted un monstruo —y dicho esto miró hacia el espejo doble que servía de ventana de control para observar a los pacientes, y ordenó— ¡Gaséenle!
—Eso no le servirá esta vez, doctor. Una de las habilidades que me confirieron el accidente y el suero, es hacer que mi cuerpo aprenda a repeler lo que una primera vez le afectó.
Varios chorros de humo salieron del techo, el suelo y las paredes inundando la sala, haciéndola irrespirable y sin poder ver a un palmo de distancia. Tras un minuto, se fue disipando y para sorpresa del doctor, Isamu Yamada continuaba mirándole sonriendo.
—Pe, pero…¿Qué clase de aberración es usted?
—Ha cometido un terrible error trayéndome aquí, doctor. Además, debió hacerlo con mi suero, pues potencia pero a la vez controla lo que creció en mi interior aquel trágico día del accidente nuclear de Fukushima. Debió dejarme en mi bosque investigando mis habilidades y el modo de revertirlas para volver integrarme en la sociedad sin levantar sospechas, pero ya es tarde para eso y ahora va a morir. De hecho, todos los que se encuentren en este lugar e intenten detenerme de una u otra forma, perderán la vida, empezando por ustedes dos.
Y dicho esto, su rostro comenzó a crisparse y enrojecerse, su cuerpo se tensó y apretó los puños haciendo acopio de fuerza. Sus muñecas comenzaron a tomar un color anaranjado desprendiendo un calor brutal hasta hacer que sus grilletes metálicos se fundieran derritiéndose y liberándolo. Antes de que Hawkins llegara a la puerta, un brazo candente atravesó su espalda saliendo por su pecho, para después recibir un mordisco brutal de unos afilados dientes que decapitaron al hombre salpicándolo todo de escarlata. Petrificado de terror, el teniente médico James Doherty se santiguaba al ver que Isamu Yamada, o el ser en que se había convertido, se giraba hacia él mientras las sirenas de alarma resonaban por toda la instalación de Los Álamos…
Pepe Gallego