miércoles, 7 de agosto de 2024

"Conciencia"

El repiqueteo sobre el techo del coche era incesante. Colocó el silenciador, se caló el sombrero y salió. Anduvo rápido bajo la intensa lluvia y se adentró en el callejón. Se pegó a la pared andando con sigilo y se apostó a una distancia prudencial, justo detrás de unos contenedores. 


Al fondo del angosto pasaje, solo rompía la penumbra la débil luz de un candil sobre la puerta trasera del restaurante en el que estaba cenando Jimmy Belloti. Conocía a Jimmy de cuando ambos pertenecieron al mismo Don, hasta que Belloti quiso ascender y formar su propia “familia”, así que evitaría salir por la puerta principal por si algún matón le sorprendía a la entrada del restaurante. 

 No tardó en aparecer con su amante, dándole una generosa propina al portero. Avanzó con la chica agarrada del brazo y al llegar a su altura, Mike salió de la oscuridad y descerrajó un tiro en plena frente al sorprendido mafioso. La chica gritó enloquecida pero la sangre de Jimmy Belloti ya serpenteaba arrastrada por la lluvia sobre el sucio suelo. 

 Entonces Mike tomó conciencia de lo que acababa de hacer. Siempre había sido el chico de los recados del Don, nunca uno de sus matones, pero quería ascender. Y ahora, al ver que acababa de matar a una persona, sintió náuseas y un profundo arrepentimiento. 



 En ese instante, un golpe en la ventanilla del coche le sacó de su ensimismamiento. Era Calógero, otro de los chicos del Don. 

 — ¡Eh Mike, aborta! Parece ser que Belloti no tuvo nada que ver en la masacre de anoche. — 

 Mike, se sintió aliviado de no tener que cometer el crimen, y entendió que aquella vida no era para él, así que decidió marchase de la ciudad para siempre y cambiar de nombre. 

Pepe Gallego

lunes, 22 de julio de 2024

"Encontrado"


Un extraño y rítmico roce alertó sus sentidos. Intentaba que sus ojos buscaran un resquicio de luz, pero la plena e inquietante oscuridad apresaba absolutamente todo. La terrible sensación de estar ciego escaló su garganta para exhalar un angustioso grito, pero las cuerdas vocales tampoco respondían. No podía entender que no pudiera moverse. ¿Qué era aquello? ¿Acaso una pesadilla demasiado real? 

Mientras pensaba esto, algo llamó su atención. El rítmico ruido cesó y se oyeron unos susurros que no entendía. ¿Quién emitirá esas amortiguadas voces? ¿Serían fantasmas? ¿Y si era su propia conciencia la que estaba actuando? Su mente galopaba a una velocidad inusitada y seguramente su corazón estaría a punto de salírsele del pecho, aunque tenía la extraña y hasta perturbadora sensación de que no se encontraba en su caja torácica. Tenía un intenso dolor en la pierna, pero ¿Por qué? No entendía nada. Sentía ganas de llorar, pero no lograba hacer brotar las lágrimas. 

Divagando en sus cada vez más alteradas elucubraciones se quedó, al tiempo que al otro lado del sarcófago Howard Carter entregó la brocha a su ayudante y sonrió en la penumbra de la cámara de la tumba KV62, mientras unos lamentos ahogados barrían El Valle de los Reyes sin ser oídos por nadie excepto por quien los emitía, la momia del faraón Tutankamón. 

 
Pepe Gallego

martes, 9 de abril de 2024

"Good morning, Estrella!"

Dense tongues of smoke rose from the cup, imbuing the kitchen with that characteristic aroma of freshly brewed coffee. The teaspoon span once and again, helped by her fingers, while she smiled, thinking of everything that had brought her to that moment. She decided she would have the coffee on the terrace, so she went there. As she walked down the corridor, she saw herself reflected in a mirror and smiled when she saw her tangled hair, completely different from how well-groomed it had been the night before. Sipping the coffee, she continued until she entered the balcony and felt the morning breeze. She sat down on a chair and placed her bare feet on the bottom of the railing. She reflected on how happy she was. She could not believe that after so many love failures she was going to find happiness with someone like Ramón, totally contrary to the prototype of boys she had dated before. Three years later, and just as it happened the morning after that incredible night, she was wearing her Captain America T-shirt, which was so large that even the shirt collar slipped down to reveal her shoulder. She had an immense affection for the garment, as it led to the first conversation between the two of them on the dance floor. It all started at that moment, so she considered that shirt as magical. 

 Suddenly, she heard the apartment door open and the characteristic sound of Ramón´s keys being deposit in the ceramic bowl next to the entrance. His footsteps could be heard approaching down the hall, but they stopped a few meters before reaching the terrace. Puzzled, she turned her head to look toward de terrace door expecting to see him appear at any moment. She heard how Ramón took a deep breath and resumed his walk towards the balcony. Estrella´s eyes widened when she saw, in his trembling hands, a gold ring. She dropped the cup of coffee, ran to him to hug him and whispered in his ear: 

—You are finally mine, Steve Rogers —and then she kissed Ramón on the lips, winked at him and finally snatched the ring from his hands and went to the terrace running through the corridor, while Ramón hurried behind saying: 

—Hey, give it back to me! It´s still mine, I have not made the question yet, shameless! —At the same time that Estrella's guffaw was heard in the background, while she circumvented the table and surrounded the sofa pursued by her future husband.


Pepe Gallego                                   Translated by Ariadna B.Alonso

"¡Buenos días, Estrella!"

Las densas lenguas de humo se elevaban desde la taza, impregnando
la cocina de ese aroma tan característico del café recién hecho. La cucharilla giraba una y otra vez impulsada por sus dedos, mientras sonreía pensando en todo lo que le había llevado a ese momento. Decidió que se tomaría el café en la terraza, así que se dispuso a
marcharse hacia allí. Al pasar por el pasillo, se vio reflejada en un espejo y sonrió al ver su pelo enmarañado, completamente distinto a lo bien peinado que lo llevaba la noche anterior. Dando un sorbo al café, continuó hasta entrar en el balcón y sentir la brisa mañanera. Se sentó en una silla y colocó sus desnudos pies apoyados en la parte baja de la barandilla. Reflexionó sobre lo feliz que era. No podía creer que tras tantos fracasos amorosos iba a encontrar la felicidad con alguien como Ramón, totalmente contrario al prototipo de los chicos con los que había salido hasta entonces. Tres años después de ese momento, y al igual que ocurriera a la mañana siguiente de aquella increíble noche, volvía a llevar puesta su camiseta del capitán América, que le quedaba tan grande que hasta el cuello de la misma le resbalaba hasta dejar al descubierto su hombro. Le tenía un cariño inmenso a la prenda, pues propició la primera conversación entre ambos en la pista de la disco. Todo comenzó en ese momento, así que consideraba aquella camiseta como mágica. 

De pronto, escuchó la puerta del piso abrirse y el característico sonido de las llaves de Ramón depositándose en el cuenco de cerámica junto a la entrada. Se oían sus pasos aproximándose por el pasillo, pero se detuvieron metros antes de llegar. Extrañada, giró la cabeza para mirar hacia la puerta de la terraza esperando verle aparecer de un momento a otro. Oyó cómo Ramón respiraba hondo y retomaba su caminar hacia el balcón. Los ojos de Estrella se agrandaron cuando observó, en las temblorosas manos de él, un anillo dorado. Soltó la taza de café, corrió a su encuentro para abrazarlo y le dijo al oído: 

—Por fin eres mío, Steve Rogers— y acto seguido besó a Ramón en los labios, le guiñó un ojo y finalmente le arrebató la sortija de las manos y se marchó de la terraza corriendo por el pasillo, mientras Ramón se apresuraba detrás diciendo: 

—¡Eh, devuélmelo! ¡Todavía es mío, aún no te lo he pedido, descarada!— A la vez que las carcajadas de Estrella se escuchaban de fondo, mientras sorteaba la mesa y rodeaba el sofá perseguida por su futuro marido.


Pepe Gallego

viernes, 1 de enero de 2021

“El accidente”

Día presente. Laboratorio de Los Álamos, Nuevo México, Estados
Unidos.

El hombre, de unos cuarenta años de edad, entreabrió los ojos pero todo estaba borroso, la luz era escasa y sintió mareo, así que los volvió a cerrar. Tras unos segundos oyó una voz amortiguada, parecida a la que suele oírse cuando hablan los astronautas:
—¿Puede oírme, señor Yamada? Maldita sea, cuanto calor desprende, se puede notar incluso a través del traje. Conecte el aire acondicionado, Hawkins. 
El hombre tumbado en la camilla metálica giró la cabeza esforzándose en volver a abrir los ojos, viendo que una silueta alzaba un brazo y un pequeño punto de luz rojo pasaba a iluminarse de azul.
Al instante, comenzó a notar la refrigeración enviada por el aparato de aerotermia aliviando su ardiente cuerpo, pero un destello oscilante le hizo cerrar de nuevo los ojos.
—Tranquilo, tan solo es mi linterna tratando de comprobar su estado —oyó decir de nuevo a aquella voz hueca— en su expediente dice que usted habla inglés, así que supongo que me entiende.
—Sí —balbuceó Isamu— ¿Dónde estoy?
—Le responderé a su debido momento. Ahora, dígame cómo se encuentra.
—Mareado.
—Sí, le tuvimos que gasear para poder trasladarle hasta aquí cuando le sorprendimos durmiendo en su escondite del bosque Aokigahara.
Isamu Yamada abrió por tercera vez los ojos y comenzó a ver con más nitidez. La voz que le hablaba era la de un hombre enfundado en un traje aislante, como el que suelen usarse en los sitios donde se desata algún virus pandémico o en las áreas radioactivas de lugares que albergan energía nuclear. Eso lo conocía muy bien el propio Isamu pues los había utilizado en el que fue su trabajo.
—¿Por qué me han detenido? ¿Qué ha pasado? —El japonés decía esto mientras miraba y movía sus muñecas y tobillos apresados por grilletes metálicos unidos a la camilla.
—Tranquilo, estamos aquí para ayudarle. Soy el teniente médico James Doherty. Dígame, ¿de verdad no recuerda usted nada?
Isamu miró a su interlocutor y con lentitud negó con la cabeza.
—Haga un esfuerzo, por favor. Necesitamos comprender su patología y por qué sigue vivo tras el accidente de 2011.
Las palabras de su interlocutor activaron inmediatamente los recuerdos de su cerebro y, tras unos segundos con la vista puesta en un punto indefinido de la sala, miró al teniente médico y dijo:
—¿De verdad quiere saberlo? —Y ante el gesto afirmativo de este, una extraña sonrisa se dibujó en la faz de Isamu Yamada antes de decir— Creo que no le va a gustar lo que va a oír. Todo empezó
cuando hablaba con mi compañero, Masao Tanaka…

11 de marzo de 2011. Central nuclear Daiichi, Fukushima, Japón, 14:45 horas.

—¿Cómo se te ocurre traer eso aquí? ¿Te has vuelto loco?
—Tranquilo, Masao, tan solo quiero que el superintendente conozca de primera mano mi proyecto científico para que me ayude a presentarlo al gobierno. Si lo hago por mi cuenta no me harán caso.
—Pero, ¡Te pueden despedir! ¡Sería una deshonra para ti y tu familia! ¿Acaso no te importa eso?
—¡Mi proyecto es el trabajo de mi vida! ¿Es que no lo comprendes? Trabajar aquí es solo eso, un trabajo. Un buen trabajo, eso sí, pero no me hace feliz y además es demasiado peligroso, siempre esperando que no ocurra algo que ponga en peligro nuestras vidas. En cambio, creo que cuando el superintendente escuche lo que tengo que contarle acerca de mi suero regenerador, sin duda me apoyará para convertir mi sueño en realidad.
—Ya, pero debes entender…
En ese momento, una tremenda sacudida interrumpió la conversación y alguien en la sala gritó:
—¡Terremotooooo!
Masao se agarró a una columna de hierro y con los ojos desorbitados miró a Isamu, al que el temblor había sorprendido y desequilibrado haciéndole caer, para posteriormente agarrarse a la parte baja de una escalerilla de metal anclada a la pared. Fue un largo y brutal terremoto de intensidad 9,1 en la escala Richter, el mayor sufrido por el país del sol naciente hasta la fecha. Seis minutos en los que todo quedó a oscuras. Se oían gritos, lamentos de personas impactadas por objetos. Cuando el temblor cesó, los generadores diésel auxiliares se activaron automáticamente como estaba previsto, devolviendo la luz al lugar y mostrando el espectáculo dantesco en que se había convertido la central nuclear: Gente con piernas fracturadas, personas con graves heridas que emanaban abundante sangre, había operarios en shock que deambulaban de un lado para otro desorientados, otros trataban de ayudar a sus compañeros heridos. Todo era caos.
—Isamu, los reactores nucleares —dijo asustado Masao.
—Tranquilo, si ha vuelto la luz es que los generadores auxiliares están funcionando y enfriarán los núcleos de los reactores. Vamos, tenemos que ayudar a esa gente.

Pasaron unos cuarenta minutos de incertidumbre, con los servicios médicos de las instalaciones a pleno rendimiento, y donde la información era escasa o imprecisa. Se decía que los reactores uno, dos y tres, que eran los que se encontraban en funcionamiento, al parecer se habían apagado automáticamente y no había peligro inminente. Otro compañero comentó que los sismómetros estaban calibrados para enviar de forma automática un mensaje de SOS en cuanto detectan un terremoto. Pero todo eran suposiciones, no había nada oficial o seguro. De pronto, un compañero entró corriendo por el pasillo gritando:
—¡Tsunami!¡Salid de aquí, se acerca un tsunami!
La gente comenzó a correr hacia las salidas, pero de pronto Isamu dijo:
—Continúa, Masao, ahora te alcanzo.
—Pero, ¿adónde vas? —Preguntó este confuso.
—No puedo dejar mi proyecto aquí. ¡Vete!
—¡Morirás!
—¡Márchate ya!
Isamu se dio media vuelta y desapareció por el pasillo ante la impotencia de su compañero, que le gritaba en la oscuridad que volviera y saliese de allí. Segundos después, una ola gigante de quince metros, más del doble de alto del rompeolas, se estrelló contra la central nuclear de Daiichi, inundándola y llenándola de sedimentos de todas clases; desde cascotes de cemento de los muros de contención hasta coches, árboles y cualquier otra cosa que arrastró a su paso, incluidas personas que se vieron sorprendidas y no tuvieron tiempo de huir. Los generadores auxiliares quedaron inservibles y todo se descontroló. Isamu, que cerraba su taquilla portando en su mano la cajita que supuestamente debía contener el almuerzo, pero que en realidad ocultaba las inyecciones con el suero regenerador, o como él solía llamarlo “su proyecto”, al alzar la vista vio como llegaba la riada interior de manera inexorable y le barrió con violencia arrastrándolo por los pasillos, golpeándolo contra barandillas, paredes, puertas e incluso otros compañeros, hasta llevarle a una sala colindante a uno de los reactores donde yació inconsciente.
No supo valorar cuántas horas permaneció en ese estado, pero despertó a causa de una tremenda explosión generada por el hidrógeno que había escapado de la válvula de contención de uno de los reactores. Mojado y con dolores por todo el cuerpo de los golpes sufridos durante el arrastre de la riada, se incorporó a duras penas hasta quedar sentado esperando a que la vista se le adaptara a la poca luz. Le dolía la mano, y al mirarla comprendió que era por la fuerza con la que todavía tenía asida la cajita con su proyecto. Pero no solo observó eso, afloró el horror en su expresión al ver las pústulas y llagas que le estaban apareciendo en brazos y piernas, probablemente debido a los gases tóxicos inhalados, la radiación o la combinación de ambas. Se levantó tambaleante y buscó en derredor algún lugar donde poder verse el rostro, pero estaba demasiado oscuro. Llegó, no sin dificultad, hasta una puerta entreabierta. La empujó oyéndose caer una silla que había apoyada tras ella. Era un pequeño vestuario pues había en él chaquetas colgadas y otras pertenencias del personal que trabajaba en esa zona de la planta. Buscó a tientas hasta dar con un espejo, pero seguía estando demasiado oscuro para poder verse reflejado. Pensó en la luz que la pantalla del teléfono móvil podría proporcionarle y se palpó hasta sacarlo del bolsillo, pero estaba totalmente mojado y apagado, así que eso no le servía. Recordó la pequeña linterna llavero y la sacó del otro bolsillo de su pantalón, apartó las tintineantes llaves y la luz bañó el lugar lo suficiente para llevar a cabo la acción que deseaba, pero casi hubiese sido mejor no hacerla porque al verse en el espejo fue mucho peor de lo que pensaba. Las llagas y pústulas le desfiguraban el rostro. Se palpó la cara con una mano y las uñas se le comenzaron a desprender. Su cuerpo se descomponía por momentos y empezó a asumir que no saldría vivo de allí.
El teniente médico James Doherty, alzó una mano deteniendo el relato de Isamu, y preguntó:
—Si lo que cuenta es cierto, no comprendo cómo logró escapar de allí, y menos aun que además sobreviviera. Debería haber muerto.
—Sí, eso sería lo lógico, pero cuando ya estaba entregado a tal hecho recordé mi proyecto del suero regenerador. Solo lo había probado en ratones pero ¡Qué demonios! Ya estaba condenado, así que si tenía que morir, sería junto al trabajo de mi vida.
—¡Vamos, hombre! —Le interrumpió entonces Doherty— No nos querrá hacer creer que le funcionó, ¿verdad? Sería usted un Premio Nobel de Ciencia, amigo mío, y en tal caso habría buscado ese reconocimiento en vez de esconderse en un bosque.
—La prueba de que funcionó es que sigo aquí, vivo. Pero ha acertado usted en las otras suposiciones, habría sido más rentable para mí buscar ese Premio Nobel, pero antes debía comprender y controlar los efectos secundarios que me originó la combinación del suero y la radiación recibida aquel día.
—Sí, ya veo que tiene una temperatura corporal muy alta.
—Ese solo es uno de los efectos, doctor, pero veo que no se plantea las preguntas adecuadas.
Ante la mirada interrogativa del teniente médico, Isamu Yamada preguntó:
—Dígame, ¿por qué han ido a buscarme y me han secuestrado para traerme aquí? En aquel accidente murieron alrededor de dieciséis mil personas, ¿por qué preocuparse precisamente de mí, y de qué modo han logrado encontrarme?
—El compañero del que usted hablaba, Masao Tanaka, insistió mucho en buscarle tras el accidente, y dado que su cuerpo nunca apareció, él reveló a las autoridades japonesas que usted preparaba un suero regenerador que quería presentar al gobierno. Sus compatriotas, apelando a nuestra experiencia, nos pidieron ayuda para dar con su paradero, ya que la única explicación con una base lógica era que hubiese sido engullido por el mar al retirarse las aguas. Nosotros manejábamos la misma teoría y nunca dimos demasiada credibilidad a la historia contada por el señor Tanaka, pero decidimos no descartar otras hipótesis e hicimos lo más sencillo en estos casos, poner en seguimiento continuo a su amigo por si en algún momento usted intentaba contactarle, ya que había confiado en él anteriormente para contarle los pormenores de su proyecto secreto.
Durante años, no encontramos nada sospechoso en él ni en su comportamiento, pero hace unas semanas observamos que comenzó a hacer visitas regulares al bosque de Aokigahara, por lo que le
seguimos a cierta distancia y vimos que siempre llegaba hasta una cabaña muy adentrada en el bosque. Finalmente, decidimos detenerlo e interrogarlo hasta sonsacarle la información sobre ello. Él nos dijo que hace unos meses que usted le contactó y que accedió a proporcionarle regularmente una serie de productos químicos y material de laboratorio que le solicitaba. Nos aconsejó que si íbamos a la cabaña, que lo hiciésemos a primera hora de la mañana, ya que usted deambulaba durante la noche por el bosque y solía acostarse al amanecer. También nos dijo que extremáramos la precaución porque usted era peligroso, de ahí que no quisiéramos arriesgar y preferimos gasearle para poder traerle con nosotros sin poner en peligro su integridad física ni la nuestra.
—Entiendo. ¡Vaaaaya, vaya! Así que el bueno de Masao se ha ido de la lengua, eh. Tendré que hacerle una visita.
—No creo que eso vaya a ser posible, señor Yamada. Su gobierno nos autorizó a traerle aquí e investigar las causas de su supervivencia y el motivo de su abastecimiento de productos químicos. También se le harán una serie de pruebas para comprobar la veracidad de lo que nos contó su amigo acerca del suero, así que sinceramente no creo que salga de aquí en mucho tiempo.
—¿Qué se apuesta? —Rebatió pensativo Isamu. El médico rehusó contradecirle y se limitó a cruzar la mirada con su ayudante, Hawkins.
—Contésteme a otra cosa —comenzó a decir Isamu Yamada— ¿Sabe por qué sobrenombre es conocido el bosque de Aokigahara?
—Sí, “El bosque de los suicidas”, ¿por qué?
—¿De verdad piensa que allí van tantos suicidas cómo se dice?
—No logro comprenderle.
—Es muy sencillo. Muchas personas, mayoritariamente jóvenes, van por el morbo, o bien por haber apostado a que no se atreverán a entrar e incluso acampar allí para pasar la noche. Otras personas melancólicas van a mitigar sus pensamientos negativos pero realmente no tienen la intención o el valor para suicidarse. Sin embargo, como también sabrá, una gran mayoría de los que allí acceden, desaparecen, y ahí es donde entro yo —y dijo esto último esbozando una inquietante sonrisa.
—¿Insinúa que los secuestra?
—No exactamente.
—¿Me lo aclara, pues?
—En el bosque no hay tiendas, amigo. Yo tengo que comer.
—¿Me está diciendo que roba la comida que lleven y luego les mata?
—No, la comida son ellos mismos.
—¿Qué? —Balbuceó el médico con el rostro demudado.
—¿Por qué se asusta, Doherty? ¿Nunca ha probado la carne humana?
—Es usted un monstruo —y dicho esto miró hacia el espejo doble que servía de ventana de control para observar a los pacientes, y ordenó— ¡Gaséenle!
—Eso no le servirá esta vez, doctor. Una de las habilidades que me confirieron el accidente y el suero, es hacer que mi cuerpo aprenda a repeler lo que una primera vez le afectó.
Varios chorros de humo salieron del techo, el suelo y las paredes inundando la sala, haciéndola irrespirable y sin poder ver a un palmo de distancia. Tras un minuto, se fue disipando y para sorpresa del doctor, Isamu Yamada continuaba mirándole sonriendo.
—Pe, pero…¿Qué clase de aberración es usted?
—Ha cometido un terrible error trayéndome aquí, doctor. Además, debió hacerlo con mi suero, pues potencia pero a la vez controla lo que creció en mi interior aquel trágico día del accidente nuclear de Fukushima. Debió dejarme en mi bosque investigando mis habilidades y el modo de revertirlas para volver integrarme en la sociedad sin levantar sospechas, pero ya es tarde para eso y ahora va a morir. De hecho, todos los que se encuentren en este lugar e intenten detenerme de una u otra forma, perderán la vida, empezando por ustedes dos.
Y dicho esto, su rostro comenzó a crisparse y enrojecerse, su cuerpo se tensó y apretó los puños haciendo acopio de fuerza. Sus muñecas comenzaron a tomar un color anaranjado desprendiendo un calor brutal hasta hacer que sus grilletes metálicos se fundieran derritiéndose y liberándolo. Antes de que Hawkins llegara a la puerta, un brazo candente atravesó su espalda saliendo por su pecho, para después recibir un mordisco brutal de unos afilados dientes que decapitaron al hombre salpicándolo todo de escarlata. Petrificado de terror, el teniente médico James Doherty se santiguaba al ver que Isamu Yamada, o el ser en que se había convertido, se giraba hacia él mientras las sirenas de alarma resonaban por toda la instalación de Los Álamos…

Pepe Gallego

domingo, 9 de junio de 2019

“Estrella” ("Star")



I tried to avert my eyes off her but I could not, I was hypnotized.
Leaning on the railing of the nightclub, she laughed with her friends while she did not lose any detail of what was happening in the rest of the place, especially the dance floor as it stretched before her like a small lake with heads moving under oscillating lights. I was in a more shadowy side because I never danced. Too much I had done with being pushed by my friends, who forced me to dress contrary to my custom, in addition to picking up my long and tangled hair in a ponytail because they said that otherwise the doormen would not let me in. 

I also had to wear a jacket that covered my special edition shirt of Captain America!
Once inside, I took off my coat, untied my ponytail and began to realize that everyone was too well-dressed and my outfit was out of place, but at that point nothing mattered because my attention was focus on her. Someone in full euphoria passing by my side dancing to the music, splashed my glasses with the swing of his glass. 
After cleaning them, I put them back on and when I looked towards the booth I was petrified when I saw that her eyes were fixed on me. I looked around expecting to see some of her friends or some "handsome" or "hunk" she was looking at, but there were just distracted people dancing.
With some hesitation, I half-closed my eyes at her and there she was, looking at me.
And she smiled...A smile that for a few seconds paralyzed me until I, embarrassed, looked down. I could not understand that she was looking at me.

After reflecting a few moments and drinking a sip of my beer, my brain rode at breakneck speed looking for a logical explanation. Why me? I suppose she was looking at me just out of curiosity, maybe I was not fitting in there. And I would not blame her because it was true, I felt misplaced, I was not used to going to those places. I'm from heavy pubs, beer, reading comics, painting miniatures and going to the club for role-playing games. But my lifelong friends, who did not have those hobbies, decided that I would not stay at home that Friday and they practically dragged me to the disco. Yes, I was sure she looked at me for being the "freak" of the place, so I took a deep breath and looked up again but she was gone. I supposed she had gone to the bathroom, so I took another sip of my beer and turned to see what my friends were doing or talking about, but what I found was her face in front of me. Seeing my obvious mental block, she smiled again and my knees trembled before I heard her saying:
—I like your T-shirt.
I opened my mouth to say something, perhaps to say thank you, but I think it was just an unintelligible reedy voice at the time my cheeks were burning at the growing blush. She laughed, showing her pearly teeth this time before taking a sip of her gin and tonic.
Suddenly, the music changed and, with her eyes wide open, she said:
—I love this song! — And grabbing my hand, she dragged me to the dance floor after her stumbling among the people, although I had time to see the drawing of a star shaved in her hair. Being in the middle of the dance floor, she pointed to my T-shirt then, the back of her head and smiling, she asked:
—Well, you know my name yet. What´s yours?
—Steve Rogers—I replied keeping from laughing and she let out a guffaw. I was pleasantly surprised to see I had understood the mention.

It seems like yesterday and three years ago today I danced, who would have thought it, until my feet hurt. Now, seeing this golden circle between my nervous fingers, I just hope that Estrella accepts to keep dancing with me for the rest of my days.

Pepe Gallego                                 Translated by Ariadna B. Alonso

“Estrella”



Intentaba apartar mis ojos de ella pero no podía, me tenía
hipnotizado. Apoyada en la barandilla del reservado de la discoteca, reía con sus amigas mientras no perdía detalle de cuanto ocurría en el resto del local, especialmente de la pista pues se extendía ante ella como un pequeño lago de cabezas en movimiento bajo oscilantes luces. Yo me hallaba en una parte lateral más en penumbras porque yo nunca bailo. Demasiado había hecho con ir empujado por mis amigos, que me obligaron a vestirme contrario a mí costumbre, además de recoger mi largo y enmarañado pelo en una coleta pues decían que sino no me dejarían entrar los porteros. 

¡Tuve hasta que ponerme una chaqueta que tapara mi camiseta de edición especial del capitán América!
Una vez estuve dentro, me despojé del abrigo, desaté mi coleta y comencé a darme cuenta de que todo el mundo iba demasiado arreglado y mi atuendo estaba fuera de lugar, pero llegado a ese punto ya nada me importaba porque mi atención estaba depositada en ella. Alguien en plena euforia pasando junto a mí bailando al son de la música, salpicó mis gafas con el vaivén de su copa.
Tras limpiarlas, me las volví a colocar y al mirar hacia el reservado me quedé petrificado al ver que sus ojos se clavaban en mí. Miré a mí alrededor esperando ver a alguna de sus amigas o a algún tipo “guaperas” o “cachas” al que ella estuviera observando, pero solo había gente distraída bailando. Con cierto reparo, entorné mis ojos hacia ella y allí seguía, mirándome. Y sonrió...Una sonrisa que durante unos segundos me paralizó hasta que avergonzado bajé la vista. No podía comprender que ella me estuviese mirando a mí. 

Tras reflexionarlo unos instantes y beber un sorbo de mi cerveza, mi cerebro cabalgó a velocidad vertiginosa buscando una explicación lógica. ¿Por qué yo? Supongo que me observaba por curiosidad, quizás por no encajar allí. Y no se lo reprocharía porque era cierto, me sentía desubicado, yo no iba a esos sitios. Soy de bareto heavy, de cerveza, de leer comics, de pintar miniaturas e irme al club a echar mis partidas de rol. Pero mis amigos de toda la vida, que no albergaban esas aficiones, decidieron que ese viernes no me quedaría en casa y prácticamente me arrastraron hasta la discoteca. Sí, estaba seguro de que me miraba por ser el “rarito” del lugar, así que respiré hondo y alcé mi vista de nuevo pero ella ya no estaba. Supuse que habría ido al baño, así que bebí otro sorbo de mi cerveza y me giré para ver qué hacían o de qué hablaban mis amigos, pero lo que encontré fue su rostro ante mí. Al ver mi evidente bloqueo, ella sonrió de nuevo y me temblaron las rodillas antes de oírle decir:
—Me mola tu camiseta.
Abrí la boca para decir algo, quizás dar las gracias, pero creo que solo salió un pequeño hilo de voz ininteligible mientras sentía cómo me ardían las mejillas ante el creciente rubor. Ella rió enseñando esta vez su nacarada dentadura antes de dar un sorbo a su gin tonic.
De pronto, hubo un cambio de tema musical y, abriendo mucho los ojos, me dijo:
—¡Me encanta esta canción! —Y agarrando mi mano, me arrastró hacia la pista tras ella dando trompicones entre la gente, aunque tuve tiempo de observar el dibujo de una estrella rapado en su pelo. Llegando al centro de la pista señaló mi camiseta, después la parte posterior de su cabeza y preguntó sonriendo:
—Bueno, ya sabes mi nombre…¿Cuál es el tuyo?
—Steve Rogers —contesté aguantando la risa y ella dio una carcajada. Me sorprendí gratamente al ver que había entendido la referencia.

Parece que fue ayer y hoy hace tres años de aquella noche en la que bailé, quién lo iba a decir, hasta que me dolieron los pies. Ahora, observando este círculo de oro entre mis nerviosos dedos, tan solo espero que Estrella acepte seguir bailando conmigo para el resto de mis días.

Pepe Gallego